Bandera de Europa. Reuters

¿Nació Europa en un monasterio?

Una gran preocupación intelectual de Benedicto XVI, que murió hace un año, fue el origen de la cultura e identidad europeas

Borja Vivanco

Doctor por las universidades de Deusto y el País Vasco

Martes, 2 de enero 2024, 00:02

El domingo se cumplió un año de la muerte del Papa Benedicto XVI a los 95 años de edad. Mucho más importante que haber sido el primer pontífice que desde la Edad Media tomó la decisión de abdicar es el hecho de que Joseph Ratzinger ... se convirtió, ya desde muy joven, en un intelectual de primera línea que discernió, a la luz de la teología, la filosofía y la crítica histórica, sobre las problemáticas que acechan a la Iglesia y al mundo actual. Su alta capacidad y su honestidad intelectual han sido reconocidas sobradamente en el entorno académico, incluyendo naturalmente el grueso de quienes siempre se han posicionado en las antípodas de sus líneas de pensamiento.

Publicidad

Una de las preocupaciones más sugerentes y perennes de Ratzinger ha sido el devenir de Europa y de qué modo ser fiel a sus raíces. No en vano tomó el nombre de Benedicto en homenaje a la figura de San Benito de Nursia, patrón del continente y principal artífice de un singular estilo de vida y de vocación cristiana que ha influido enormemente en el acervo cultural que hemos heredado: el monacato.

Para Benedicto XVI, el origen de la cultura y de la identidad europeas cabe descubrirlo en la red de monasterios que fueron brotando tras la disolución del Imperio Romano. Los monjes, dedicados a la oración, al trabajo y al estudio, conservaron y reprodujeron los textos clásicos y fueron así perfilando una nueva cultura que era síntesis de la tradición grecolatina y de los valores judeocristianos. Ahora bien, Ratzinger matizaba que, en realidad, no fue meta de los monjes el «crear una cultura y ni siquiera conservar una cultura del pasado», ya que su propósito era otro: «Quaerere Deum, buscar a Dios».

De todas las maneras, este nuevo modelo cultural que fue emergiendo ha sido denominado también Cristiandad y delimitó por primera vez las fronteras de lo que hoy conocemos como Europa. No fue cuestionado hasta la era de la Ilustración y, además, es compartido que continúa estando ampliamente presente -de manera implícita- en las costumbres y valores que constituyen los pilares de nuestras sociedades más postsecularizadas.

Publicidad

Es verdad que, con el transcurso de los siglos, las universidades tomaron el relevo de los monasterios como epicentros de la cultura europea. Ahora bien, la institución universitaria no habría podido inaugurarse sin el depósito de sabiduría que los monjes copistas habían logrado reunir en sus bibliotecas y que supieron transmitir con eficacia.

Muchos de los monasterios se han conservado como joyas del románico y del gótico y entre sus muros germinó, como Ratzinger retrataba, «la gran música occidental», que emanaba «de esa exigencia intrínseca de hablar y cantar a Dios con las palabras dadas por Él mismo».

Publicidad

En efecto, las comunidades monásticas constituyeron espacios de convivencia diferenciados donde los monjes vivían en pobreza, castidad y obediencia, pero no podría afirmarse que permanecieron aisladas y cerradas. Muchos de los monasterios se levantaron en territorios fronterizos y ejercieron una decisiva labor misionera en la propagación de la fe cristiana entre los pueblos paganos. Era obligado atender en ellos a pobres y peregrinos y, a menudo, tomaron partido en las encrucijadas políticas que marcaron la evolución de Europa. De hecho, con frecuencia la autoridad moral de los abades puso en un brete a monarcas déspotas. «Podéis quitarme la vida, pero es lo más que podéis», respondió en una ocasión santo Domingo de Silos a un rey navarro.

Ciertamente, el País Vasco carece de una tradición monástica tan arraigada como la que poseen muchos otros lugares de la península. Posiblemente deba atribuirse a que, en los hoy territorios vascos, el proceso de cristianización fuera más tardío y a que las principales rutas del Camino de Santiago nunca los atravesaron. Sin embargo, hay que recordar que en el cercano monasterio riojano de San Millán de la Cogolla fueron descubiertos los primeros textos no epigráficos en euskera, que necesariamente tuvieron que ser anotados por un monje. Cabe también añadir la labor que, durante las décadas pasadas, los benedictinos vascos han desempeñado en la conservación del patrimonio documental de carácter sociopolítico y en la divulgación del euskera.

Publicidad

Tampoco debemos ofrecer una visión mitificada y nostálgica de la vida monástica, aunque sí reconocer su contribución a la identidad de Europa y a sus mejores valores. Aún hoy, miles de monjes habitan en docenas de monasterios distribuidos por todo el continente, siguiendo costumbres, reglas y una misión evangelizadora que se remontan a 1.500 años atrás. Todo esto fascinó a Ratzinger y posiblemente no deje indiferente a cualquiera que muestre interés en qué significa realmente Europa.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad