Jesuitas en la ciencia
La priorización del trabajo por la justicia social no oculta el legado de la Compañía de Jesús en el campo de la investigación
Doctor por las universidades de Deusto y el País Vasco
Domingo, 30 de julio 2023, 23:34
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Doctor por las universidades de Deusto y el País Vasco
Domingo, 30 de julio 2023, 23:34
El francés Charles Bossut editó a principios del siglo XIX una de las primeras obras dedicadas a la historia de las matemáticas. En ella incluyó un listado con los 303 matemáticos más relevantes, entre los que se contaban 16 jesuitas, es decir, uno de cada ... veinte. Es un porcentaje bastante alto teniendo en cuenta que la Compañía de Jesús no acreditaba entonces ni tres siglos de trayectoria. Más en nuestro tiempo y entorno, como simpática anécdota puede recordarse que, cuando se instalaron los primeros ordenadores informáticos en la Universidad de Deusto, allá por los primeros años 80, hubo un jesuita que se pasó toda una noche en vela intentando, infructuosamente, descubrir secuencias de decimales repetitivas del número pi.
Hoy quedan ya pocos jesuitas dedicados a las matemáticas y a la ciencia en general, pero su legado en este campo, aunque muchas veces desconocido, ha sido una de sus señas de identidad, desde que el gran astrónomo Christopher Clavius comenzó a trabajar en el Colegio Romano -hoy Universidad Gregoriana-, pocos años después de ser fundado por Ignacio de Loyola. De hecho, existen 35 cráteres en la Luna que llevan el nombre de Clavius y de otros 34 jesuitas, casi todos ellos matemáticos y astrónomos. Resulta también curioso que jesuitas vestidos de mandarines llegaran a ser directores del Observatorio Astronómico de Pekín en el siglo XVIII.
Es conocida la fundación de más de dos centenares de centros universitarios jesuitas por todo el mundo, pero no lo es tanto la construcción de alrededor de cien observatorios astronómicos, que también cumplían, entre otras misiones, la de servir de estaciones meteorológicas o sismológicas. Casi todos los observatorios fueron clausurados a lo largo del siglo XX, pero es necesario recordar que en muchas regiones y en algunos países fueron los primeros que se levantaron.
Durante siglos, los jesuitas fueron en busca de tierras y sobre todo pueblos y culturas desconocidos, vestidos con sotana y con un equipaje más o menos ligero en el que incluían, además de libros religiosos y litúrgicos, artilugios como, por ejemplo, un sextante, un compás y un tiralíneas. Los primeros europeos que alcanzaron ríos y escalaron volcanes en muchos de los lugares más remotos de África y América Latina pertenecían a la Compañía de Jesús; al igual que también eran jesuitas los primeros mapas trazados de aquellas tierras. Una vez, agachado en una canoa para no ser devorado por la vegetación, me adentré en el lago de origen glaciar Todos Los Santos, en el sur de Chile, casi tan virgen como cuando los jesuitas españoles lo descubrieron el 1 de noviembre de 1670. Es lo más parecido al Jardín del Edén.
El fuerte impulso al trabajo científico de los jesuitas en el siglo XIX persiguió también responder y hacer de contrapeso al desprecio por el fenómeno religioso del que hacían gala muchos de los científicos de aquella época, herederos de las corrientes más radicales de la Ilustración y del racionalismo. Con todo, el principal incentivo que ha animado a la investigación científica de la Compañía de Jesús posiblemente radique en el propósito ignaciano de «buscar y hallar a Dios en todas las cosas».
La fuerte caída de las vocaciones jesuitas y la priorización del trabajo por la justicia social son las causas principales que explican la hoy muy limitada presencia de jesuitas en las disciplinas científicas. No obstante, parte de las universidades jesuitas, distribuidas en distintas latitudes, sí cuentan con laboratorios y equipos de investigación competitivos que pueden posicionarse a la vanguardia de la exploración y el conocimiento científico, y así también en el reto inevitable del diálogo entre la fe y la ciencia.
Tampoco podemos desechar que puedan volver a emerger figuras atrayentes, de gran renombre científico, como el jesuita Pierre Teilhard de Chardin, que recorrió medio mundo desenterrando fósiles y haciendo grandes aportaciones a la paleontología, además de generar creativas simbiosis entre ciencia y fe, incluso con tonos líricos. Su vida y su obra incentivaron las vocaciones científicas de muchos jóvenes jesuitas que leían algunos de sus libros de manera clandestina, por estar aún prohibidos, hace casi sesenta años.
Ciertamente, pocas cosas pueden resultar más atractivas que, conservando en todo momento los parámetros científicos, tomar el testigo de este jesuita y hacer de la ciencia una aventura, vivir la oportunidad de contactar con todo tipo de culturas o adentrarse con audacia en la mística religiosa, atreviéndose con rigor, al mismo tiempo, a poner en duda lo hasta ahora incuestionable.
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