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El centenario de Berlanga y cinco meses de presidencia justifican el título, porque ha puesto patas arriba su país y seducido a un Occidente muy cansado de los empujones de su antecesor. Los años de la Guerra Fría, retratados por las películas del 007, concluyen ... con la caída del muro que da la victoria a Reagan. Con la derrota rusa, la Europa del Este sale de su influencia para vestir camiseta occidental, donde la UE le hace hueco, estirándose hasta los 27 miembros. Vivimos unos años con un solo liderazgo, el americano, que dirige el mundo pero sin acabar de ganar la batalla de las ideas, generándose, además, la crisis financiera de 2008 que hace crujir al sistema y cuestionar su legitimidad.
La globalización ha traído cosas buenas y malas, ha sacado de la pobreza a millones de personas, pero la clase media occidental se siente perdedora y un hombre primario pero con olfato, como Trump, lo percibe y explota, ganando las elecciones americanas. Consigue mejorar su economía, aunque no resuelve los problemas de fondo, a pesar de los empujones al entorno internacional. Mientras tanto, China ocupa el espacio que deja EE UU, sigue creciendo con un sistema capitalista de Estado y gana influencia con sus inversiones en la ruta de la seda para adquirir capacidad de llegada y materias primas. Con la pandemia, China explica el asunto poco, tarde y mal y sus consecuencias aún están por ver, aunque su economía va como un tiro y además ofrece vacunas gratis en América, Asia y África.
Pero Biden gana las elecciones y sabe aguantar la provocación del Capitolio y el bulo del fraude en el recuento, para luego con mano firme desplegar cien intensos días en los que revierte los rotos a nivel local y global del expresidente rubio e insiste en una idea central: recuperar la convicción de que existe un modo de vida atlántico, que se centra en los valores de las democracias de mercado, que debe marcar las reglas del futuro y no dejarse empujar por las autocracias: China y, en menor medida, Rusia.
Su viaje a Europa se produce en un clima de optimismo, cuando empezamos a respirar tras el virus y, además, prepara su llegada con el preacuerdo en favor de un impuesto mínimo para las sociedades, que el propio Biden necesita para recaudar el dinero que pague su programa de reconstrucción. Trece años de estudios en la OCDE y basta uno de pandemia para abordar el asunto, pero el acuerdo necesitará mucha discusión en el G-20 y en la OCM. Además apunta en el horizonte un paraíso fiscal no geográfico que puede llegar con la moneda digital.
Tras recordar a Boris Johnson que no quiere problemas con Irlanda, pone en pie al G-7 en el retorno al atlantismo, al grito de 'democracias de mercado, uníos y marcad el futuro'. Reconoce que China se ha adelantado con su ruta de la seda y acuerda poner en marcha un programa que pueda ofrecer a los países pobres una alternativa a los préstamos e inversiones chinas, conocido como 'Build back better world', pero sin dotación presupuestaria.
En Bruselas, revitaliza la OTAN, con un acuerdo tecnológico y de marcaje a China y Rusia, «adversarios autoritarios que no comparten valores». Con China, que esta semana envía sus primeros astronautas al espacio, pretende recuperar el terreno perdido y ganarle en la tecnología. Y con Rusia, retórica dura y acuerdos, porque no quiere dos adversarios y, además, cree que Rusia no es nadie en el terreno económico.
Recuerda la bronca que se avecina en el Pacífico, con un mensaje claro de que, si hay dos líos, él se ocupa del Pacífico y Europa del suyo, advirtiendo de que ahora la OTAN juega también en el ciberespacio y en el espacio exterior.
Con la UE, y al margen de anécdotas locales que mejor olvidar, Biden resetea una relación dañada y lanza un acuerdo de suspensión de aranceles y de puesta en común de la industria aeronáutica, porque el rival será el futuro avión y la tecnología china, con un resumen: resolvemos trabajar juntos. Europa se rinde a sus pies, aunque Merkel, como el Cid, firmó la Nochevieja de 2020 un acuerdo comercial de la UE con China, por si las moscas.
Finalmente, en una antigua residencia de banqueros suizos, a orillas del lago Leman, Biden y Putin salvan los muebles, acordando retornar a sus embajadores, Antonov y Sullivan, a sus puestos. No se disimula, porque no hay confianza sino intereses, pero se habla cara a cara y Putin tiene claro que jugar con el ciberataque tendrá reacción americana. Los temas abiertos siguen estancados.
Biden se vuelve a casa con dos orejas cortadas y podrá relajarse en su asiento del 'Air Force One', mirando a Europa desde la ventanilla, pensando lo duro que ha debido de ser esto, mientras Europa aplaude aliviada, para luego detenerse a pensar si apuesta todo a Biden o se guarda algo, por si dentro de cuatro años hay otro bandazo en EE UU.
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