Este año celebramos el centenario de la muerte de don Benito Pérez Galdós, eminente novelista, dramaturgo y cronista nacido en 1843 en Gran Canaria. El coronavirus, tan monotemático, ha hecho que no se le hayan podido tributar los merecidos homenajes.

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Con él se cometieron indignas ... tropelías por el pecado de ser liberal y progresista. En 1912, cuando ya era un autor consagrado, y muy leído, varios intelectuales lo propusieron para el Premio Nobel. La Real Academia Española (de la que era miembro desde 1897), los periódicos conservadores y la Iglesia se opusieron y enviaron centenares de cartas a la Academia Sueca para que no se lo dieran. Como lo oyen, pidieron que no se lo concedieran porque era «antiespañol» y «anticlerical». Y lo mismo se repitió en 1913 y 1915, cuando la Academia Sueca quiso honrarlo. Volvieron a rugir acusándolo con virulencia y saña haciendo una de las astracanadas más gloriosas. «Fue el triunfo de la roña y la sarna española frente a los principios liberales», dice Andrés Trapiello, que no creo que sea de los que fomentan la leyenda negra.

Galdós, el más grande novelista con Cervantes, era progresista entroncado en la corriente literaria del realismo: escribir con sencillez siendo fiel notario de lo que sucede en la sociedad, sin falsearla. Y como escribía lo que veía y lo plasmaba, a ciertos sectores no les gustó. En sus obras describe la miseria (que la había), las lacras de las clases sociales (que las había), la nobleza vaga e improductiva que vivía de las viejas y negras honras (que las había), los curas indignos (que los había).

Galdós es acusado de anticlerical, pero no lo es: relata lo que ve. Igual que plasma a sacerdotes entregados a su ministerio, ensalza las virtudes cristianas en otros personajes. Acusar a Galdós de antiespañol es como tildar de lo mismo a Joaquín Costa, Unamuno, Machado, Lorca, Ganivet, Sánchez Albornoz, Américo Castro, Giner de los Ríos y tantos otros. Es costumbre en este país tachar de propagador de la leyenda negra, de tener visión sesgada de la historia, hispanófobo... a quien opina de forma distinta, a quien critica la realidad. «Me duele España», decía Unamuno. La Iglesia lo tildó de anticlerical y eso no es exacto. Galdós, pluma en mano, certifica lo que ve y así lo escribe, pero no lo inventa. Eso escocía a las altas esferas.

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Don Benito es un adelantado liberal, algo similar a lo que luego sería el Concilio Vaticano II, según pienso yo y así me lo reafirmaba el padre Ignacio Elizalde, mi profesor de Literatura de Deusto. Qué poco hablan de cuando crea personajes ejemplares extraídos de la realidad llenos de virtudes, como en 'Misericordia', 'Fortunata y Jacinta', 'El abuelo' y tantos otros. El que fuera heterodoxo respecto a la jerarquía eclesiástica no quiere decir que fuera anticristiano. Es tolerante con los sacerdotes como personas individuales.

Valle-Inclán (1866-1936) tenía un hiperego y una visión elitista muy distinta a la postura del realismo. Y no supo asimilar que Galdós, director artístico del Teatro Español, no estrenara su obra 'El Embrujado'. Esto hizo que, ya muerto Galdós, don Ramón cometiera, por resentimiento, la villanía de poner en 'Luces de Bohemia': «Precisamente ahora está vacante el sillón de Don Benito el Garbancero». Garbancero en sentido despectivo de poco artístico, poco elevado, estilo literario vulgar, ramplón (cosa que no es verdad). Mal argumento insultar a una persona cuando ya no está para contestarte.

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Y otra anécdota más para quien quiera entender este país que primero embiste y luego, tal vez, piensa. Tan despotricado estaba por la oficialidad que, cuando murió, el Gobierno no movió un dedo. Pero a las pocas horas, miles y miles de madrileños se echaron a la calle para homenajearlo. Entonces el Gobierno corrió y sacó pecho poniendo carroza y costeando el funeral. «La España oficial, fría, seca y protocolaria, ha estado ausente en la unánime demostración de pena provocada por la muerte de Galdós», escribió Ortega y Gasset.

Cuando en 'Trafalgar' presentan batalla naval, Churruca, el capitán del barco, convoca en cubierta a los marineros a una oración, y dice Galdós: «Churruca era hombre religioso, porque era un hombre superior». Que lo mediten los que despotrican.

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La historia ha demostrado que una obra es clásica no porque lo digan unos, sino porque hay gente que la sigue leyendo y hace que continúe estando presente. Como el garbancero más ilustre, un clásico. Esperemos que el virus nos deje un momento libre a lo largo de 2020 para que don Benito deje de ser gafe y podamos homenajearlo como se merece.

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