He contemplado con orgullo y envidia el homenaje que las más altas autoridades francesas han tributado a Jean-Paul Belmondo en Les Invalides de París. Y me ha emocionado más escuchar el magnífico discurso del presidente de la República, Emmanuel Macron: «Morir no es nada, ... es comenzar a nacer». Otra vez. Como hicieron con Édith Piaf, Johnny Hallyday, etc, etc. Sí, otra vez, otras tantas veces. Los máximos honores en silencio, con empaque, transmitiendo grandeza y unidad. Si Louis Aragon dijo «donde cae la sangre de un soldado, renace la patria», podríamos decir que en Francia, cuando muere un ilustre, la patria le rinde honores y lo hace de todos.
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Hace dos años tuve la oportunidad de visitar París, una vez más, durante las navidades. Pasear por la Ciudad de la Luz es recibir una continua lección de historia. Su pasado está presente desde el siglo XII, especialmente en la Edad Moderna, los últimos Borbones, la Revolución Francesa, Napoleón y su época, las dos grandes guerras, la liberación de París, etc. Todo es grandioso, la ciudad entera es un libro abierto a la 'grandeur' nacional, a la historia de los franceses todos. Pateé de nuevo sus calles, visité sus iglesias, sus museos, sus barrios y monumentos más señeros. Pero lo que me dio envidia, no sé si de la buena o de la mala, fue visitar atenta y pausadamente el Panteón, el cementerio de los hombres ilustres.
Pasé previamente por la estatua de Montaigne para cumplir con el rito estudiantil de tocar su elegante pie de bronce, giré a mi derecha por la Rue Saint Jacques para entrar en la Rue Sufflot y toparme con la fachada del Pantheon de Paris. Su portada neoclásica, fiel al estilo griego en su máximo esplendor, aparece apoteósica con sus seis columnas, y bajo el frontón pude leer a lo largo del frontispicio: «Aux grands hommes la patrie reconnaissante» («A los grandes hombres, la patria agradecida»). No sé cuántas veces leí esas palabras, que ahora cobran mayor sentido.
Dentro, el Panteón alberga decenas de figuras señeras de todas las tendencias. Voltaire y Rousseau no se quisieron en vida; pero por ser, tal vez, los dos prohombres del pensamiento francés los han colocado hermanados uno frente al otro abriendo la galería. Todo un símbolo. Me emocioné viendo juntos a Marat, Victor Hugo, Maribeau, Émile Zola, Mulain, Alejandro Dumas, Pierre y Marie Curie, Braille, Jean Monnet, Balzac, Braille, Condorcet, Souflot (el arquitecto) y tantos otros. Todos juntos, todos franceses, como el soldado desconocido, todos para la grandeza de la patria, sin chovinismos. Chapeau. París huele, sigue oliendo, a libertad, laicidad, cultura, universalidad.
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Madrid, ¿a qué huele Madrid? ¿Dónde hay un monumento a la reconciliación? Las plazas de España, los libros de texto, han olido a silencio, a vencedores sobre vencidos. La guerra civil es la más triste de todas las guerras, deja una paz impuesta con odio, con el regusto de aplicar sal a la herida de los vencidos.
Uno se pregunta dónde están las tumbas de Goya, Unamuno, Antonio Machado, Federico, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez, Emilio Prados, Moreno Villa, Cernuda, Sénder, Salvador de Madariaga, Arturo Barea, Severo Ochoa, Buñuel, Sánchez Albornoz, Américo Castro, Picasso, Clara Campoamor, León Felipe, Manuel Chaves Nogales, García Bacca y otros miles. Ni un monumento a la reconciliación. El «viento sucio de la Historia» (Pedro Salinas) los arrojó fuera de casa y descansan en cementerios exiliados. La realidad es que a la mayoría de los españoles les importa un pito porque ni lo conocen y no lo quieren conocer. Es la ignorancia.
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Así, con el odio mantenido, con la ignorancia y la desidia impuestas sobre lo que ha pasado, con amnesia parcial y con vencedores sobre vencidos. Con archivos sin poder desclasificar después de 80 años (¿por qué razón?) no se puede hacer una Historia y Paz de todos y para todos. Otros países nos ganan de largo, desde Ruanda, los Balcanes hasta Hispanoamérica. Aquí no, aquí sigue habiendo vencedores sobre vencidos, mal que nos pese la Constitución del 78. Y porque no ha habido auténtica reconciliación y justicia no puede haber olvido.
A Lorca, el mayor genio literario del siglo XX español, nuestro Mozart de las letras, lo trataron en vida de la peor forma y mintieron sobre él durante cuarenta años más. Y son muchos, demasiados, los que hoy día piensan igual que entonces.
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Contemplando lo que está pasando en estos momentos, cuando aquí vemos que cada día es mayor la ignorancia histórica bravucona, tiene todo su valor el lema «nous aurons toujours Paris». Siempre seremos París.
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