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Desde los bancos de Madrid no se puede ver el mar. Pocas frases definen mejor la política española que la estrofa con la que comenzaba 'Los Serrano'. En la capital de España sucede todo: están los principales centros de decisión política y económica, la producción ... informativa y audiovisual y -dumping fiscal mediante- absorbe recursos humanos al resto de territorios. Sin embargo, y por mucho que su presidenta se empeñe en afirmar lo contrario, Madrid no es España dentro de España. Cada vez lo es menos: la música que antes sonaba entre el Ebro y Despeñaperros ahora resuena poco más allá de las murallas de Ávila y el Alcázar de Toledo.
La central de operaciones de la singularidad madrileña es la sede de la presidencia de la comunidad, la Puerta del Sol. Desde allí el PP ha confeccionado una sociedad que ha evolucionado desde el conservadurismo neoliberal de Esperanza Aguirre, que sí podía arraigar en otros territorios, hasta el libertarismo trumpista de Isabel Díaz Ayuso. A caballo entre subvenciones y concesiones públicas, los populares madrileños marcan la conversación del resto del Estado y ejercen de oposición al Gobierno central.
Alberto Nuñez Feijóo no se adapta ni a su ritmo ni a sus modales y, cuando lo hace, la sobreactuación se nota demasiado. Las presiones para no renovar el CGPJ o el destrozo de la sanidad no son azarosos ni responden a una gestión irresponsable, forman parte de un proyecto que consiste en dejar el país en manos privadas.
Exceptuando las manifestaciones de la izquierda abertzale en Bilbao, las protestas independentistas en Cataluña y los 'ochos de marzo', la movilización en Madrid en defensa de la sanidad pública fue la mayor sucedida en España desde las marchas de la dignidad de 2014. Aunque la cuestión sanitaria se haya diluido entre las reformas del Código Penal, es la primera vez que Ayuso pierde el control de la agenda informativa.
Sin embargo, si hubiera una convocatoria electoral, el PP volvería a arrasar. Madrid no vivirá un cambio político que le permita volver a ver el mar si no viene precedido por un cambio cultural impulsado por los agentes sociales.
Lo vivido en el otoño de 2017 en Cataluña explica la 'procesización' de Madrid, que con el eco del 'a por ellos' es quien ahora busca el choque con el Gobierno central. El 'procés' tampoco puede entenderse sin las frustraciones de las sobrerrepresentadas clases medias barcelonesas respecto a la sensación de declive de Barcelona ante la gran megalópolis española. La desbandada de empresas y capital cultural de la ciudad condal es un hecho objetivo, también lo es la ausencia de un modelo claro de crecimiento urbano. Incluso la mala racha del Barça sirve para acrecentar esta sensación de decadencia. Al igual que en el fútbol, y con la excepción del pacto del Majestic, Cataluña siempre ha mirado más a Madrid que la capital de España a Barcelona.
Si en Sol se desata la locura, en Cataluña se empieza a encauzar el conflicto político. Las concesiones del Gobierno al independentismo no las entienden ni los votantes progresistas y refuerzan la posición más beligerante de la derecha. Sin embargo, esa postura dura evita un trasvase del voto izquierdista, que marcha a la abstención. Por otro lado, Cataluña reparte 48 escaños, de los cuales solo seis fueron para la derecha española en las anteriores elecciones generales. Pedro Sánchez parte con una ventaja de 42 asientos que solo puede ser compensada si la derecha arrasa en Madrid y Andalucía, fenómeno que suele contrarrestarse por un aumento de la participación.
La fuga de capital de Barcelona ya no solo tiene Madrid como destino. Andalucía ya no es la comunidad de los subsidios y los ERE: cada vez atrae más inversión debido a sus rebajas fiscales y pese a sus problemas estructurales. Juanma Moreno ha sabido distanciarse de los ultras madrileños y crear un andalucismo renovado.
Por otro lado, Valencia se está convirtiendo en una ciudad clave en el Mediterráneo al absorber las empresas y el turismo saliente de la decadente Barcelona. Además, el Gobierno del Botánico ha sabido construir la antítesis al ayusismo sin caer en el pancatalanismo.
La melodía madrileña tampoco triunfa demasiado en la España vaciada, como pudo comprobarse en las elecciones de Castilla y León. Hablar de la libertad de beber cerveza y no de la necesidad de autobuses interurbanos le costó la cabeza a Pablo Casado. La ciudadanía castellana, conservadora, está más cerca de virar hacia un regionalismo de supervivencia que al libertarismo ayusista.
Ni los bancos de Madrid ni los de ninguna otra comunidad visualizan el Golfo de Bizkaia. En el norte, con un abono al pactismo mágico y el Concierto Económico, nunca pasa nada y, si algo sucede, resuena más al sur del túnel de Pancorbo. Podría parecer un sueño de Resines, pero es el de Andoni Ortuzar.
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