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La crisis de 2008 hizo evidente que el G-7 se había quedado pequeño, con lo que los grandes decidieron ampliar el grupo, creando el G-20, que agrupa el 85% del PIB mundial y el 66% de su población. La verdad es que funcionó ... en 2008, pero no ha estado a la altura ni en la pandemia ni en la posterior gestión de la crisis. Ahora los tambores de guerra y la economía le han puesto las pilas y, a pesar de que a la cita balinesa del G-20 le han crecido los enanos, ha podido con todo y logrado algo muy importante para usted al sentar en la víspera a los dos lideres globales para acordar algo básico: negar la guerra en general y el uso de armas nucleares en particular. No sé qué opinarán ustedes, pero yo, francamente, me quedo más tranquilo.
La cumbre nace marcada por dos sombras alargadas. La primera más inmediata: la invasión rusa de Ucrania y sus derivadas en energía, alimentación, inflación y bajo crecimiento. La segunda, menos evidente, pero igualmente lesiva: la creciente rivalidad entre americanos y chinos, que condiciona el nuevo orden mundial y multilateral, porque todo está parado hasta que las piezas encajen de nuevo. Además, la reunión tiene lugar en Asia, donde unos días antes los países de la Asean se reúnen, en Camboya, para tratar de los efectos de esta rivalidad entre gallos que pasa factura a la región.
Si en el mes de noviembre las empresas andan de cráneo con las agendas, imagínense cómo está el calendario global, porque antes de la cita de Bali se agolpan toda una serie de acontecimientos. Para empezar, los dos lideres globales han tenido que lidiar con exigentes deberes caseros. En EE UU, Biden mantiene el tipo en las elecciones de medio mandato, lo que le permite conservar el Senado, aunque pierde el control de la Cámara de Representantes y con ello la presidencia de la viajera Nancy Pelosi. Por el lado republicano, Trump pierde peso y afloran como rivales De Santis y Kemp, que ya le miran de cerca; tanto, que le hacen apresurarse a postularse como candidato. 'The New York times' recibe la noticia con un titular claro, «EE UU se merece algo mejor que Trump», y parte de sus propios compañeros se ponen de lado. Por su parte, Xi celebra el congreso del partido, marca el paso sin complejos y aprieta las riendas de la sociedad china, asustando a sus ricos, que han tomado nota del 'caso Jack Ma', el desaparecido dueño de Alibaba.
En la antesala de la cita de Bali, con los deberes hechos, los dos lideres se reúnen en una cumbre en la que rechazan la amenaza del uso de armas nucleares y canalizan la nueva guerra fría. La lectura de fondo es que el botón nuclear asusta a todos y que una economía maltrecha no interesa a nadie. Con este acuerdo ganan ambos y el que pierde es el ausente y solitario Putin, que, sin la amenaza del botón, está condenado, como su rival Zelenski, a una negociación, que ya se atisba, porque ninguno puede ganar y la economía es la gran prioridad.
Durante la cumbre se suceden las noticias. Primero, el anuncio de que la población mundial alcanza 8.000 millones de habitantes. Después, el FMI alertando de que la política de bloques puede restar un 1,5% del PIB global. Además, en plena reunión asistimos al más duro ataque ruso en Ucrania, con cien misiles lanzados en zonas urbanas. Finalmente, mientras el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, se arranca con una insólita solicitud de alto el fuego temporal durante el Mundial de futbol, dos misiles antiaéreos perdidos caen en Polonia, territorio OTAN, disparando todas las alarmas, felizmente atenuadas por la creencia de que no proceden directamente de Rusia. Surgen dos reflexiones al compás; la primera, la medida reacción polaca y americana; la segunda, lo cerca que estamos de que el asunto se nos vaya de las manos; porque estamos, literalmente, jugando con fuego.
En medio de todo este follón, la cumbre llega a una colorida cena, con los invitados vestidos con llamativas camisas balinesas a la que asiste también el representante ruso, Serguéi Lavrov , pero el rifirrafe de los misiles polacos acaba pasando factura y el veterano diplomático, curtido en mil batallas, abandona ofendido la cena y toma esa misma noche el vuelo a Moscú, con la famosa camisa puesta; una escena para la historia. Todo un golpe de efecto, que no puede enmascarar la creciente soledad rusa en la cumbre, apenas acompañada por China e India, pero negándole su mayor baza, y aceptando un comunicado final que reproduce los elementos centrales del previo acuerdo chino-americano.
Además, la cumbre permite un cierto papel de India y muchos encuentros bilaterales, como el que mantienen Xi y Trudeau, que acaba en bronca tras acusar el líder chino al canadiense de hacer pública su conversación. Reseñable también que pasa por encima del tema medioambiental, dejándole el asunto a la cita de Egipto, porque el foco central está hoy en eludir la guerra y empujar una maltrecha economía.
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