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La recuperación de Jersón por tropas ucranianas, el día 11, prometía ser un punto de inflexión en la guerra que padecemos en Europa desde que Vladímir Putin desplegó su «operación especial» el 24 de febrero. Abrazos y flores a los soldados libertadores dejaban atrás nueve ... meses de ocupación, parte de un enfrentamiento con decenas de miles de muertos y perniciosas destrucciones de infraestructuras vitales. Para humillación del Kremlin, la caída de Jersón ha sido una retirada sin caos ni pérdidas civiles. Tan flagrante derrota llevó a Putin al silencio total. Decidió no acudir a la cumbre del G-20 en Bali (Indonesia).
Y luego, a tragar con el comunicado de las principales economías del planeta «condenando firmemente la guerra en Ucrania». Todas las reticencias a una condena consensuada se desvanecieron con la explosión en Polonia de unos misiles, el miércoles 16. De origen en principio indeterminado, causantes de dos muertos, disparaban las alertas de la OTAN, al punto de conferir al conflicto ucraniano el estatus de «la más grave crisis de la tercera época nuclear».
En septiembre, después de un referéndum unilateral, Putin proclamaba Jersón «rusa para siempre». Única capital de una región en poder de Moscú tras su anexión ilegal, la liberación de la ciudad cambia la fisonomía de la contienda. Crimea, ocupada desde 2014 y durante mucho tiempo percibida como difícil de retomar, vuelve a estar expuesta a la contraofensiva de los ucranianos. El canal que surte de agua a la península está a cinco kilómetros de sus cañones, al igual que la línea ferroviaria que aprovisiona a las fuerzas rusas.
La perspectiva de semejante revés ha reactivado los bombardeos masivos en todas las direcciones de Ucrania. El protagonismo creciente de Evgueni Prigozhin , jefe de los mercenarios Wagner, define la línea de influencias sobre el presidente ruso. El riesgo de una espiral de salvajismo se cierne sobre el conflicto.
«Tenemos que parar la guerra», lanzó el presidente indonesio, Joko Widodo, al final del G-20. Aunque su país cultive la neutralidad, la explosión en la frontera polacoucraniana le abrió los ojos: «Hay que evitar toda forma de escalada». Las deliberaciones balinesas -tensas entre occidentales y países emergentes- permitieron sortear las indefiniciones de naciones como Sudáfrica, China e India, que en la ONU se abstuvieron de condenar la agresión de la Federación Rusa. La unanimidad sobre la corrosión de la economía mundial derivada de esta guerra es la otra cara de una cumbre que «cree inadmisible toda amenaza nuclear».
El encuentro demostró a los grandes emergentes que esta batalla no es solamente una crisis para Europa. El mismísimo Xi Jinping ha censurado el uso de la energía y de la alimentación como «armas», en una crítica apenas velada a Vladímir Putin.
Para calmar los miedos de las repercusiones bélicas centroeuropeas sobre los mercados alimentarios y energéticos en un contexto de precios muy disparados, los miembros del G-20 recomendaron prolongar el dispositivo que permite exportar cereales ucranianos por el mar Negro. Con la mediación de Turquía, se esperan también exportaciones de fertilizantes hacia los países en los que la falta de estos complementos deviene en crueles hambrunas.
Se busca evitar «una partición del mundo» entre los occidentales y los grandes emergentes, ya estén situados en Asia, África o en América Latina. «No es un vuelco, pero sí un movimiento de líneas entre cooperantes», señala el círculo de Emmanuel Macron. Un G-20 sobresaltado por un ataque «anónimo» en territorio OTAN colocó a Rusia ante sus responsabilidades.
«La tercera edad nuclear» es el periodo que arranca a principios del siglo XXI, suscitado por la evolución del comportamiento de varios regímenes autoritarios. Un periodo de autoafirmación de nuevas potencias nucleares como China, India, Pakistán y Corea del Norte. Anteriormente, nos limitábamos a hablar de «primera edad nuclear» para la etapa comprendida entre la bomba sobre Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, y la segunda parte de la Guerra Fría. Sigue «la segunda edad nuclear», referida a toda la fase posterior a la caída del Muro de Berlín en 1989, marcada por políticas de desarme y de reducción de arsenales.
La «tercera edad nuclear» será una «era de piratería estratégica», predecía Thérèse Delpech, figura de la investigación sobre cuestiones de disuasión, en una obra póstuma publicada en 2013 ('La disuasión nuclear en el siglo XXI'; Odile Jacob). Esta nueva era, añadía, estaría marcada por «la ausencia de regla», «el engaño» y «la dificultad para mantener estrategias eficaces de disuasión». Frente a este cambio, los actores tradicionales (…) están mal preparados», concluía grave, muy seria. Atentos, pues.
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