![23-F, ayer y hoy](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202102/24/media/cortadas/roy24-k4SB-U130623402537tcG-1248x770@El%20Correo.jpg)
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Hace cuarenta años, el 23 de febrero de 1981, a media tarde en una fría atmósfera de Madrid, se produjo el ataque más grave contra la renacida democracia española. Un contingente armado de más de 200 guardias civiles invadió el Congreso y amenazó con la ... disolución del Gobierno y el establecimiento de una dictadura. Bajo el mando del teniente coronel Antonio Tejero empuñando una pistola de reglamento, los invasores interrumpieron el proceso de votación del nuevo presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, que debía suceder a Adolfo Suárez, quien había dimitido días antes. Tejero reclamaba que su acción estaba refrendada por Juan Carlos I.
El dramático incidente había sido inaugurado por el disparo de ráfagas de ametralladoras por los invasores hacia el techo del edificio, mientras a los parlamentarios se les ordenaba echarse al suelo bajo sus escaños. Solo tres se mantuvieron erguidos: el presidente Suárez, el líder comunista Santiago Carrillo y el vicepresidente saliente y ministro de Defensa, el general Manuel Gutiérrez Mellado.
Suárez, artífice de la recuperación de la democracia en 1978 con la aprobación de la nueva Constitución junto al Rey Juan Carlos, había terminado agotado en un ambiente preñado de enfrentamientos causados principalmente por el acoso que ETA había estado imponiendo en el ambiente político mediante atentados contra policías, militares y civiles. El grave acontecimiento se resolvió luego de intensas horas cuando el Rey emitió una declaración por televisión en la que, en términos claros, recordaba como jefe del Estado sus obligaciones a los golpistas y sus posibles colaboradores.
El previo contexto estaba repleto de señales de peligro que se confirmaron. Entre los detalles que hicieron que el Rey tomara la drástica decisión destaca que el entorno de su familia estaba superpoblado de errores históricos que se pagaron caros. El antecedente más remoto fue el error cometido por el propio abuelo de Juan Carlos, Alfonso XIII, cuando se vio presionado por los militares y terminó aceptando el protagonismo del general Primo de Rivera en 1923. Bastaron unos pocos años hasta 1930 para que la influencia de éste se agotara y la evolución política testificara el triunfo de las izquierdas en las principales ciudades en las municipales de 1931. La II República sobrevivió hasta el golpe de Franco, que desencadenó la Guerra Civil de 1936-39 y el posterior establecimiento de la dictadura franquista hasta 1975.
Juan Carlos tenía también en la familia de su mujer el latente impacto de semejante error político. El hermano de Sofía, el rey Constantino de Grecia, no pudo resistir la presión de los militares, a los que entregó la iniciativa del poder en 1967. Esa decisión significó el final de la monarquía griega y el establecimiento de un régimen republicano en 1973. El ambiente que ocupaba la atmósfera de Madrid aquel fatal 23 de febrero insistía en el recuerdo de los errores monárquicos del pasado. Por lo tanto, evitar anteriores decisiones espasmódicas impidió la repetición de tragedias históricas.
Las circunstancias de hoy, ante la aparente supervivencia de cierta inestabilidad social y política, en medio de una crisis económico-pandémica, aconsejan un análisis sobre la factibilidad de una resolución grave y drástica sobre las discrepancias políticas. Conviene, por lo tanto, meditar sobre los conatos de indisciplina en ciertos sectores militares expresados en manifiestos emitidos por superiores bajo el estatuto de retiro.
Un análisis de esos incidentes genera una evaluación serena al considerarse limitados a ámbitos liderados por una minoría nostálgica. En contraste, se presenta la profesionalidad de los sectores que han servido en las últimas décadas en misiones de paz, ayuda al desarrollo e incluso en la asistencia en la lucha contra la pandemia. Pero eso no elimina totalmente la latente amenaza del descontento, acompañado por la deficiente actuación de los partidos al enfrentarse a novedosos peligros.
Con cierta preocupación, por lo tanto, debe observarse el deterioro del ejercicio de la antaño importante posición del Partido Popular, cuya ventaja en el escenario nacional ha sido notablemente erosionada. Además de que el PP ha desaparecido prácticamente en el escenario catalán, también debe preocupar el fracaso de los partidos centristas que pudieran actuar como bisagras al modo de las formaciones liberales en algunos países europeos y en ciertas épocas, como Reino Unido y Alemania. El batacazo de Ciudadanos (que aspiraba a ser una supermoderna UCD), unido al ascenso estratosférico de Vox, debe injertarse en el centro de la reflexión acerca de la inestabilidad del entramado político. También debe ocupar un lugar primigenio en la especulación acerca de la amenaza de un golpe, duro o blando, o de si se trata de una preocupación prescindible.
El 40 aniversario del 23-F es una buena ocasión para detectar la latente presencia de Tejero sobre el hemiciclo del Congreso o considerar que la retirada del cadáver de Franco del Valle de los Caídos significa algo permanente.
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