Al final, el hijo de la Teodora 'salió en los papeles'. Mamá siempre lo dijo: el Fidel, el pequeño de 'La Grulla', acabará -y si ... no al tiempo- saliendo en los papeles. Lo que mamá en el fondo quería decir es que el Fidel, más pronto que tarde, la iba a liar muy gorda. Me topé con su foto en una página impar de 'El Caso' que relataba un fallido atraco a una farmacia, y en la que el ferretero me había envuelto unas bisagras. De codo.
Ustedes son, para bien y para mal, muy jóvenes y no me van a creer, pero hubo un tiempo no muy lejano en que el mundo y todo lo que había en él se envolvía -no había más- en papel de periódico.
Así, una docena de castañas traían de regalo un inspirado artículo de opinión sobre el silencio; una caja de tornillos, medio reportaje sobre la inauguración de un embalse; un jarrón, las esquelas del 24 de marzo de 1976; un bocadillo de tortilla de chorizo llevaba de guarnición un crucigrama y dos jeroglíficos. A veces tropezabas, al desenvolver los objetos, con las páginas de clasificados; entre ellos los que ofrecían relación y masajes de una manera explícita y calenturienta.
El pescado del martes se envolvía en el periódico del lunes; el del miércoles, en el del martes... Eso, siempre que al pescadero le preocupara la actualidad. Si no, la pescadilla traía noticias de hacía semanas o meses: el chicharro era del día, la actualidad olía un poquito. Era muy significativo aquel romance entre la información y el día a día; que con un kilo de sardinas te regalaran la clasificación de la Liga y con el bacalao el anuncio de un coche para gente encantadora. «Las grandes exclusivas de hoy envolverán el pescado de mañana».decía, con más razón que un santo, Walter Lippmann, un intelectual estadounidense que ganó dos Pulitzer. Al parecer, lo repetía mucho para curar de arrogancia a sus compañeros periodistas.
A decir verdad, esa fue la única relación que mantuve en mi infancia con los periódicos. La prensa era en casa de los Navas un artículo de lujo que solo se compraba fresco en ocasiones -muy- especiales. Eso sí, con aquella hemeroteca, con aquellos ejemplares atrasados hice un descubrimiento extraordinario: al igual que los libros y los tebeos, dependían íntimamente de mí para cobrar sentido e identidad.
Julio Cortázar describe muy bien esa mutación en su relato 'El diario a diario'. En esas líneas de 'Historias de cronopios y de famas' nos muestra un periódico abandonado en el banco de un parque. Hasta que alguien se siente y lo coja, no será más que un objeto de papel: «Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario cuando un muchacho lo ve, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario cuando una anciana lo encuentra, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis».
Tenía utilidades tanto o más espurias y elocuentes que la de la paquetería. Cuando se enfrentaban a un descenso o a un viento contrario, los ciclistas profesionales ponían bajo su ropa papel de periódico para protegerse del frío. Era ideal para secar o dilatar el calzado; para encender el fuego de una barbacoa, para proteger los objetos más frágiles… Así, con una imagen de escayola, también te daban todas las páginas de un ejemplar de 'Hierro'; dentro de unas zapatillas Paredes tenías toda la sección internacional de 'La Gaceta del Norte', y Merckx bajaba el Galibier arropado por 'Le Monde'.
Estos usos de la prensa escrita me han parecido siempre un perfecto ejercicio de humildad: creías haber escrito algo memorable hasta que te tropezabas con ese artículo en el suelo de una cocina y empapado de aceite de girasol.
Lo relevante es que esa bofetada ponía a la actualidad en su sitio: estábamos convencidos de que el Bosón de Higgs, la caída del Muro de Berlín, el colapso soviético o el inquietante virus que venía de Wuhan cambiarían el mundo y hete aquí que, unos años más tarde, encontramos esa revolución, ese levantamiento, esa epidemia en el fondo de un cajón, bajo los calzoncillos de pata. Ese carácter cada vez más efímero y 'tuiterizado' de la información es el eje temático de 'La comunicación jibarizada' de Pascual Serrano: hacemos con las noticias lo que hacían esas tribus con las cabezas de sus enemigos.
Apenas veo a mi alumnado hojear -tampoco ojear- los diarios y me temo que el pescado que entra en sus casas viene perfectamente envasado en bolsas casi presurizadas. No pinta bien: las ideas se desarrollan sobre los acontecimientos y ellos los desconocen.
Sí, al Fidel se le veía venir.
En fin.
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