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Hace ahora un año comenzábamos a vislumbrar el mundo pospandémico. Después de tanto sufrimiento, todo apuntaba hacia un mundo mejor. Más alegre y esperanzador. Desgraciadamente, la realidad ha vuelto a superar a la ficción.
En invierno destinamos mucho tiempo a trabajar para salir de esta ... crisis. Y el tiempo que nos quedó se lo dedicamos a nuestros seres queridos. Pero ¿cuánto tiempo se ha dedicado a usted mismo? Seguramente muy poco. Y eso no puede ser. Si no reservamos tiempo para nuestra vida interior, difícilmente dedicaremos un tiempo de calidad a los demás. No sienta remordimiento, cuidarse a uno mismo no es egoísmo, es una necesidad. Permítame recomendarle tres herramientas básicas para hacerlo ordenadamente durante estos días veraniegos.
Por un lado, identificar un 'santuario-brújula'. Un lugar físico, pero sobre todo mental, donde yo me reúno conmigo mismo para chequear el rumbo de mi vida. ¿Hice ayer bien en poner los puntos sobres las íes a Menganito? ¿Será momento para apuntarme a ese curso? ¿Debería pensar en dar un giro en el aspecto 'x' de mi vida?... En general, en estas vidas estresantes que llevamos, dedicamos poco tiempo a la mirada interior, reflexionamos poco y dejamos que el magnetismo de terceros dirija el rumbo de nuestro barco, perdiendo así las riendas de nuestras vidas. Simplemente doy un dato: si usted sigue el norte magnético para llegar al Polo Norte, se quedará ¡a unos 1.600 kilómetros del mismo! Determine un lugar o actividad a los que acudir para esas pequeñas pero constantes correcciones de rumbo (santuario-brújula) evitando así futuros cambios bruscos y dolorosos. Deportes como la natación, correr o actividades como pasear solo o cocinar, mientras reflexiona, son ideales para ello (recordando que ese día lo hace 'en modo santuario').
Una segunda herramienta es el 'santuario-meditación'. En este mundo estresante y lleno de presión, nuestras emociones se ven muy afectadas. Sin embargo, la mayoría de nosotros somos emocionalmente analfabetos. ¿Sabría definir el estado emocional en el que ahora mismo se encuentra? Es probable que necesite un buen rato. Y que aun así le cueste poner el adjetivo exacto. Nos pasa a casi todos. El problema es que lo que no se puede verbalizar, no se puede gestionar. Y es ahí donde fallamos. Dejamos que la amígdala lidere la escena. El animal que llevamos dentro manda. Y en ocasiones, el precio que vamos a pagar por ello será muy caro. Qué pena no haberme quedado callado aquel día. Qué ocasión perdí cuando, fruto de mi ego, no alabé en público a ese familiar, por qué critiqué tanto a los ausentes aquel día… ya sabe de qué le hablo.
Pero no flagelarnos tanto por ello también es importante. El pasado es una interpretación y el futuro es una hipótesis. La plena conciencia solo existe en el ahora. Y pensar en ambos momentos demasiado tiempo y en negativo nos genera depresión y ansiedad. Nos olvidamos de vivir el ahora. El único tiempo real. Meditar, bajar de revoluciones y estar con la mente en el presente nos ayuda a tener una mayor conciencia y paz interior. Como dijo el filósofo francés Montaigne, «mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron».
Indico una tercera y última herramienta: el confidente. Identifique a uno o dos amigos concretos, con nombre y apellido, con los que pueda tener conversaciones personales más profundas. Ese confidente se caracteriza, por un lado, por ser una persona capaz de contradecirle, de decirle las cosas tal y como las piensa a pesar de que a usted le duelan (muchos no son capaces de hacerlo). Por otra parte, el confidente es una persona que, sea por lo bien que le conoce o porque la considera usted docta en la materia, a su juicio, puede darle buenas orientaciones.
Ahora bien, tenga cuidado porque el confidente tiene sesgo. Es decir, no siempre hay que seguir su recomendación. Pero sí reflexionar sobre lo que nos dice. Por ello, santuario y confidente se retroalimentan. Cosas sobre las que reflexionamos en nuestro 'santuario-brújula' podemos planteárselas a nuestro confidente. Y cosas que nos proporciona nuestro confidente, podemos llevarlas a nuestro 'santuario-brújula'.
Nuestro continuo sufrimiento surge de una sola fuente: comparar nuestra realidad con nuestros ideales. Y las posibilidades de que ambos encajen, en este mundo imperfecto, son muy escasas. De ahí que el sufrimiento esté omnipresente. Ser conscientes de esa imperfección puede ayudarnos a ser más felices. Por eso, en resumidas cuentas, el verano es un momento para descansar y viajar. Pero también para buscar el descanso interior y viajar hacia nuestra alma. Como decía el filósofo suizo H. F. Amiel, «el ser humano que no tiene vida interior es esclavo de su entorno».
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