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A nadie le gusta perder. Menos cuando las derrotas son continuas. 832 jugadores participan en esta Copa del Mundo. De ellos, 806 -el 97%- saldrán derrotados. Y, junto a ellos, millones de hinchas que los siguen con devoción.
La realidad es que en esta vida, ... antes o más tarde, todos caemos. Creer que otros no lo hacen es vivir en una realidad paralela. La derrota en cualquier ámbito de la vida nos hace caer irremediablemente en un proceso de duelo. No hay forma de evitarlo. Por tanto, la clave no es tanto no sentir un duelo, sino buscar herramientas para superarlo. Herramientas que en gran medida nos han enseñado a manejar en nuestra infancia.
Aquellos que fueron educados en un ambiente de entender la derrota como un brutal fracaso, aquellos que vivieron en ambientes de competitividad extrema para ser mejores que el resto, de adultos tienen serios problemas para superar ese duelo que también a ellos les llegará. En este caso, además, probablemente en forma de ira. Sin embargo, no son los únicos. También aquellos que fueron sobreprotegidos en exceso durante su niñez, aquellos a los que educaron en una burbuja en la que todo estaba bien y todo debía ser premiado, de adultos sufren una inmensa depresión ante cualquier derrota. Y tampoco está bien. Estos niños-burbuja pensaron que el mundo real sería como el de su entorno artificial y crecieron sin herramientas para afrontar los dolorosos golpes del mundo real que algún día les tocará vivir.
Hay un término de la física, muy bien traído al mundo de la psicología, que define lo que necesitamos en esos momentos de derrota: la resiliencia. Término que se refiere a la capacidad de los cuerpos para, después de sufrir una deformación por una fuerza exterior, volver a su estado original. Es decir, caer y volver a levantarse. Esa es la clave ante una derrota. Con un matiz. Ojalá no sea sólo levantarse, sino haber aprendido una lección. Es decir, evolucionar como fruto de esa derrota.
Al fin y al cabo, esa es la mejor escuela en la vida. La experiencia de la vida nos hace crecer. Pero lo que realmente nos hace evolucionar es aprender de las derrotas e incorporar nuevos hábitos. Aprender a manejar adecuadamente la frustración generada por una derrota está sólo en manos de las personas más adaptativas. Las que han sido educadas o han entendido con el tiempo que la vida es imperfecta por naturaleza. Por eso, la resiliencia de las personas seguras de sí mismas es fundamental. Personas exitosas que han crecido en un ambiente de exigencia máxima. Sin embargo, esos también caerán el día que se den cuenta de que el mundo es imperfecto -y harán mucho ruido-. También la vulnerabilidad de las personas más humanas es necesaria. Entienden mejor que nadie la fragilidad humana y empatizan con el prójimo. Pero corren el riesgo de vivir en una depresión continua. Como siempre, la virtud está en el medio. Tener una autoestima equilibrada resulta clave para crecer tras el duelo de la derrota. Un ego bien calibrado. Y para ello hay un elemento clave: la autocompasión.
Tendemos a ser muy compasivos con el prójimo. Cuando algo le sucede a una tercera persona, entendemos que su vida es imperfecta y frágil. ¿Quién no arrima el hombro ante un amigo o amiga que ha suspendido un examen o se siente mal por haber engordado? «Errare humanum est», afirmamos. Pero ¿qué ocurre cuando el que ha errado es uno mismo? La cosa cambia. Esas bonitas frases de aliento desaparecen. Y en su lugar aparecen en mi mente otras como 'hay que ver lo poco que te has preparado ese examen creyéndote más listo de lo que eres', 'otra vez gordo como una bola'. Nos tratamos con muy poco cariño.
La realidad no es binaria. No somos ni buenos ni malos. A veces somos buenos, otras no lo somos y en ocasiones lo somos a medias. Por eso hemos de criticarnos menos. Entender que somos magníficos, pero al mismo tiempo, frágiles e imperfectos. De ahí que la autoestima aderezada con autocompasión nos permita entender que a veces las cosas van peor de lo que nos gustaría y perdonarnos. Cuidado, esto no quita para seguir exigiéndonos, sino que nos aporta una mayor comprensión de la realidad humana.
Tres aspectos que nos ayudarán a incrementar esta autocompasión son la conexión humana, la no resistencia al dolor generado por la derrota y tratarse uno mismo con amabilidad. Cuando Thomas Edison inventó la bombilla no le salió a la primera, sino que realizó más de mil intentos. Hasta el punto de que un discípulo suyo le preguntó por qué persistía en construir una bombilla, si tras más de mil intentos no había conseguido sino fracasos. Edison respondió: «No son fracasos, he conseguido saber mil formas de cómo no se debe hacer una bombilla».
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