Manifestaciones de dos posibles procesos de cambio se entrecruzan. El español responde a la alternancia tradicional izquierda-derecha, pero el vasco cuestiona una hegemonía de cuatro décadas. Uno entra en la normalidad democrática, el otro presenta rasgos excepcionales.
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ETA nació como reacción a los cambios ... de la nueva industrialización vasca y a la inacción del nacionalismo tradicional frente a la dictadura. Luego, adoptó la violencia para alcanzar más rápidamente sus objetivos y creó una cultura política propia, la izquierda abertzale. El objetivo final era un País Vasco separado de Francia y España, monolingüe en euskera y socialista sin demasiadas concreciones. La estrategia pasaba por superar al PNV y a la referencia de la izquierda entonces, el Partido Comunista, sustituyéndolos en Euskadi o, por lo menos, sobrepasándolos social y políticamente.
Tras cuarenta años de terrorismo para lograrlo, debió renunciar a ello; tras un decenio al margen de él, está más cerca que nunca de ese objetivo. Algunos lo llamarían, por inversa, 'la victoria del perdedor'; una lectura menos agónica se limitaría a decir que han leído mejor los cambios de la sociedad posterrorista y que representan un relevo generacional en el nacionalismo (y en las izquierdas).
En la política y en los videojuegos todo el mundo tiene una segunda (y tercera) vida, nada es para siempre, pero algunos cambios de profundidad pueden serlo. Tras medio siglo, aquella cultura política, ya sin asesinatos, ha ganado la legitimidad suficiente como para gobernar nuestras instituciones; solo le faltan los votos para ello.
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Aprovecha la necesidad de olvido del terrorismo de la mayoría social vasca, el envejecimiento pospandemia del bloque de poder del nacionalismo tradicional y el viejo socialismo, la crisis de los servicios públicos, la falta de alternativas de la política vasca y el bloqueo de alianzas, la demanda de novedades de generaciones sin recuerdo de su vocación totalitaria y su normalización gracias a las necesidades de la política española, consiguiendo bienes colectivos como sus competidores del PNV. Le impide llegar al gobierno del país la generación de la Transición (sesenta años y más), que sabe quién y qué están detrás de sus trajes de chaqueta. Eso y el temor jeltzale a perder lo que tiene por suyo. Cuando esas resistencias se agoten, llegará sin ruido al poder institucional máximo.
Resistir es prepararse a perder, darse tiempo para ello. Los resultados del domingo pueden dinamitar el bloque de poder tradicional, aquel de mediados de los 80 reeditado en la segunda década de este siglo tras la desastrosa estrategia de frente nacional. La Unión Vasca (PNV-PSE) puede sobrevivir por intereses compartidos, pero solo si se aplica a quitarse la caspa que acumula; es la Euskadi vieja, frente a Bildu que representa la novedad alternativa. Si lo hacen mal, serán barridos.
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Sin embargo, los abertzales tienen trayectoria desigual en los ayuntamientos, exhiben una agenda social progresista y combinan caras nuevas con viejos líderes y causas que sacan a relucir a cada poco para que los suyos más contumaces confirmen que no se desvían de su objetivo inicial: el doble 'sorpaso', la eliminación de contendientes y las metas a largo plazo. La centralidad ultranacionalista (independencia, monolingüismo euskaldun y visión única del país) la dejan en el asiento de atrás, pero reaparece a cada poco, como por accidente, haciéndose con más espacio, confirmándose como paradigma vital (estimulante para unos, amenazador para otros). En los municipios se implanta cultura cotidiana de ese tenor.
Prospera tanto su discurso que parte de esas izquierdas carcomidas a cada elección por su imparable avance alimentan la idea de que podrían encontrarse con ellos y así desalojar del poder institucional (y del otro) al envejecido PNV (e incluso estimular a los socialistas con una opción alternativa). Será una posibilidad que quede para la siguiente generación, la que no sepa que el nacionalismo revolucionario de la vieja y extinta ETA tenía a esas izquierdas no nacionalistas como enemigos a combatir y eliminar (hoy solo cultural y políticamente). Es esa misma generación que prefiere no entender que el terrorismo era un simple instrumento y que las víctimas, en su condición vicaria, lo eran por un objetivo político totalitario: dibujar un país a imagen y semejanza de los victimarios.
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En política todo es posible y este panorama puede ser el del inmediato futuro. Hace cincuenta años se recicló a políticos que venían de una dictadura interminable. Se recuperó a los franquistas, pero no el franquismo, que se cambió por esta democracia. El argumento debería ser el mismo: incorporar a la normalidad democrática a los antaño beneficiarios del terrorismo, pero no a lo que intentaban políticamente con él, sus objetivos finales. Pero todavía en esta ocasión todo se dirimirá en lo coyuntural.
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