E. C.
Opinión

Txosnas y barras libres

Problemas en el paraíso: el derecho de unos pocos jóvenes hoy reclamado frente al obviado y más importante de varias generaciones de mayorías ciudadanas

Antonio Rivera

Catedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU

Viernes, 31 de mayo 2024, 00:05

Un ciento y medio de beneméritos ciudadanos, intelectuales ellos, han reclamado el justo derecho de las nuevas juventudes revolucionarias vascas a sacar provecho económico para su causa de la venta de alcoholes en los espacios festivos. Resulta que los monopolistas de la barra -la izquierda ... abertzale oficial, Bildu- no están dispuestos a compartir un territorio por el que pelearon en sus tiempos mozos y que consiguieron limpiar convenientemente de 'amateurs' y activistas ajenos a la causa nacional. La defensa es legítima, claro está, porque la calle es de todos y el espacio festivo también debería serlo. El problema es que esto lo estamos diciendo en la Euskadi posterrorista, donde décadas de extorsión social han distorsionado también ese derecho que en otros sitios sería indiscutible.

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El control del espacio festivo -por parte de la izquierda abertzale oficial, repito- fue un empeño iniciado ya en la segunda parte de la Transición, cuando los ayuntamientos tardofranquistas eran sustituidos por gestoras de diversos nuevos partidos y se inventaban fiestas más populares que las que caracterizaron el pasado. En sitios donde estas se limitaban a la Semana Grande taurina -de ahí lo de la actual Aste Nagusia-, la invención fue necesariamente más intensa, al punto de que hubo que innovar agentes colectivos (las comparsas), espacios nuevos (el de las txosnas) y programaciones alternativas a las oficiales (menos aburridas y más juveniles y modernas).

Entonces, en ese espacio alternativo, convivían todo tipo de partido, sindicato o agrupación reivindicativa con casas regionales, asociaciones de filatélicos, agrupaciones deportivas sin cuartos, vecindarios agrupados y cualquier demanda social viva. Se trataba sobre todo de sacar dinero para mantener la actividad de los meses de invierno. Se hacía emborrachando a la juventud, pero la causa revolucionaria era superior a ese déficit moral (y las apreturas económicas de las entidades humildes también). De paso, se gestaba además de un espacio liberado una programación distinta de la oficial.

La izquierda abertzale oficial se aplicó con sus diversos compañeros de viaje a hacer desistir a todos esos colectivos sin causa política, que iban allí solo por el dinero no destinado a la revolución; también lo hicieron con las entidades políticas o sociales que no eran de su cuerda o gusto. Poco a poco vampirizaron también ese escenario hasta quedarse solos o con algunos pocos tolerados no problemáticos. Así se quedaban con el beneficio y también con el espacio festivo, más o menos central dependiendo de la salud de la fiesta del resto (la mayoría) de la sociedad local.

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En muchas localidades el monopolio se convirtió también en unicidad: no hay más espacio festivo que pueda llevar ese nombre. Esto lo permitieron en general todo tipo de ayuntamientos democráticos, puesto que contravenir esa imposición era enfrentarse al caos provocado año tras año. Cuando la izquierda abertzale oficial tradujo su presencia social en poder institucional se aplicó a lo que es lógico en su cultura: poner fin a la pluralidad estableciendo que eso era oficialmente de su propiedad.

Semejante vampirización no recuerdo que haya sido criticada por ningún abajo firmante. Mucho menos por cualquiera de los ciento cincuenta de hoy, toda vez que buena parte de ellos eran los que sonaban por sus altavoces o eran celebrados por esa concurrencia 'jatorra'. Esa es la cuestión esencial: cómo se pueden privatizar un espacio y una actividad a la vista de todos y sin que nadie levante el dedo para decir 'ejem'. Antes esto se hacía a empujones y amenazas; ahora se hace con la Policía Municipal que mando y con la ordenanza municipal redactada 'ad hoc'.

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Y entonces llegan estos nuevos y piden su trozo de pastel, su derecho a unos centímetros de barra libre. No les preocupan todos aquellos a los que durante años expulsaron de la fiesta; tampoco los expulsados de la vida, de la existencia o de la ciudadanía plena y sin reservas ni miedos, lo cual es aún peor. Les preocupa su derecho a sacar pesetitas para el invierno y a poner su música y pancarta en mitad del escenario. Y no, hasta ahí podíamos llegar: ¡hemos hecho una guerra contra el pluralismo para tener que compartir el espacio conquistado! Tienen razón, como la tienen estos nuevos, cuyo proyecto político es básicamente el mismo y a los que solo distingue el haber nacido unos años después en la misma cultura política monopolística.

Y entonces aparecen los ciento cincuenta beneméritos protestando y apoyando esta miejita de derecho cuando han dejado pasar la oportunidad de defender el meollo de lo que ahora les preocupa. Peor, cuando apoyaron con entusiasmo la limpieza necesaria de parásitos ajenos a la causa nacional. Desde luego que el nuestro es un país de causas nobles de ricos. Problemas en el paraíso: el derecho de unos pocos jóvenes hoy reclamado frente al obviado y más importante de varias generaciones de mayorías ciudadanas. Todo un ejemplo moral y social el de estos intelectuales y artistas.

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