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Charles Dickens, en su 'Historia de dos ciudades' (1859), resumió la contradictoria impresión del inicio de nuestro tiempo moderno, el que arrancó con las revoluciones liberales. En su célebre introducción dice cómo era el mejor y el peor de los tiempos, la edad de la ... sabiduría y de la locura, de las creencias y la incredulidad, de la luz y las tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. «Lo teníamos todo y no teníamos nada. Íbamos derechos al cielo y de cabeza hacia el infierno». En su último disco, Loquillo y los Trogloditas han puesto música a ese texto.
Manuel Ferreiro y Juan Lezaun publicaron el pasado año 'Vicenta Altolaguirre. Un segundo en la historia de Vitoria', que trae a nuestras tierras esa misma impresión de incertidumbre que supusieron tanto la novedad revolucionaria como la sucesión de guerras. Vicenta, 'la Viloria', fue una joven y pobre buscavidas que terminó sus días en 1828, en un incidente posiblemente criminal, y que resume en su existencia los miedos, amenazas, violencias y celadas del poder que sufriría una mujer de entonces. Los dos autores son profesionales de la Enfermería, pero doctores en Historia. La lección que dan en este libro es precisamente de Historia, no de Anatomía.
A partir del expediente investigador de esa muerte que inició Valentín I de Verástegui, aquel virrey provincial rabiosamente absolutista, se aprecia el ascenso del nuevo tiempo y la decadencia pareja del anterior. La nueva lógica racionalista se impone lentamente a la tradición, las modernas profesiones (y profesionales) sustituyen a las habilidades de antaño, y la reglamentación de la novedosa autoridad estatal se cuela en lo más íntimo de la vida de sus ciudadanos a través, en este caso, de la Medicina. Algo tan difícil de explicar, en esta demostración de microhistoria, adquiere un tono casi literario, novelesco, de manera que entendemos el tránsito del tiempo sin dificultad.
El libro tiene su misterio porque el documento tan celosamente guardado por sus descubridores cobró vida precisamente aquel histórico 8 de marzo de 2018, cuando Manuel y Juan contemplaban el monumento a la batalla de Vitoria desde la cara del escudo portugués. Allí descubrieron de entre los personajes de esta tarta en piedra del escultor Borrás un par de ojos que les miraban. Bien podrían ser los de una Vicenta todavía niña y su madre, que daban la espalda a otra mujer que se hacía con parte del botín dejado por los franceses en su huida ('El equipaje del Rey' de que habló Galdós).
Entonces entendieron que el expediente debía servir para narrar los momentos finales de Vicenta y esa historia de humillación y dominio, de expectativa y fracaso, de vida puntualmente recobrada y de muerte que irremediablemente se abate. El posible crimen social se explica en sus términos: el documento dice hasta un punto y los historiadores especulan hasta otro más allá, pero dejando prudentemente a la vista lo constatado y lo intuido, como en esas restauraciones que preservan lo original y distinguen con otro color la necesaria imposta.
El historiador recrea el pasado desde lo que fehacientemente conoce (la fuente), pero también desde el conocimiento de la lógica del tiempo pasado que le permite rellenar de una manera cabal los píxeles ausentes en esa fotografía. La microhistoria es una metodología ejemplar en ese sentido. Y, si acaso, la imaginación desatada y confesa en el texto solo excede cuando los autores juegan con la posibilidad de que la hija póstuma de Vicenta sea cambiada por otra en el torno y disfrute de una vida bien distinta de la de su madre. El guiño esta vez es para Mark Twain 'El príncipe y el mendigo' (1881).
El ajuste de cuentas con la Historia que estamos viviendo debido a la emergencia de nuevos paradigmas sociales incluye el de hacer emerger muchas vidas de mujeres que equilibren un relato histórico extraordinariamente masculino. Para ese noble empeño sirve incluso la falsificación de datos o la conversión en reales o en personajes de talla de quienes o no lo fueron o no les permitió el pasado ser otra cosa que anónimos sin mayor relevancia. Este pequeño libro explica con detalle cómo una de esas mujeres anónimas puede decirnos más sobre su existencia y deseos que cualquier recuperación 'ad hoc', forzada o inventada de mujeres, en este caso, que no nos aporta demasiado. Es una pequeña joya desconocida, una lección de Historia y una reclamación ajustada del papel de la mujer en la historia pasada, perfilada desde un manejo exquisito y profesional de la disciplina, ajena a inflamaciones épicas, y por eso con toda la fuerza disruptiva de la buena Historia Social.
Como la vida de Vicenta Altolaguirre, este libro se perdió en el olvido, no de unos anaqueles, sino de un depósito del que resultará imposible salir si no lo reclaman los lectores. Yo les invito a ello.
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