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La decisión de Pedro Sánchez es irreprochable desde el punto de vista democrático y, una vez pasada la primera reacción de sorpresa, cabe estimar que se ajusta a sus intereses políticos mejor que cualquiera de las alternativas posibles. La derrota socialista en autonómicas y municipales ... creaba indefectiblemente una bolsa de malestar en el partido, con muchas voces que, siguiendo a Lambán, achacarían sus malos resultados personales a la prepotencia del presidente y a sus errores en la política de alianzas.
El rotundo «¡que te vote 'Txapote'!» de sus adversarios pasaría a convertirse en la autojustificación de que la propia derrota se debía a la alianza indigna con los independentistas catalanes y vascos, y en especial con los vistos como herederos de ETA. Y si Sánchez cedía, cortando esta vía de supervivencia, las elecciones llegaban de inmediato, en todo caso, y envueltas en unos reproches de los exaliados que dificultarían futuros pactos.
Tampoco contaba Sánchez con tiempo suficiente para modificar objetivos y comportamientos políticos del PSOE y propios, de un lado, ni ganas de hacerlo en el segundo aspecto, dada su proverbial seguridad en sí mismo. Rectificar es, para Pedro Sánchez, negarse. Por fin, en cuanto a sus aliados izquierdistas en el Gobierno, la debacle de todos y cada uno, comprendidas las expectativas de Yolanda Díaz, tras los fiascos de Colau y Compromís, hacía augurar un caos irresoluble de estrategias de supervivencia, con Pablo Iglesias tronando más como Polifemo que como Zeus sobre su antigua grey. Ahora tienen que ponerse de acuerdo en diez días, quiéranlo o no. Buena cosa.
El acierto se ha fundido así con la audacia en la decisión de Sánchez, quien además se encontrará a gusto en su papel de caudillo asediado por las huestes del Mal. No se ve obligado a rendir cuentas y a explicar a la opinión pública por qué ha pinchado su globo de maravillosas promesas en la ecología y en la vivienda, y por qué ha calado entre los ciudadanos la calificación peyorativa de su acción de gobierno como 'sanchismo'. Menos deberá hablar de su singular logro en Euskadi, al haber hecho todo lo necesario para que Bildu pueda llegar a ser pronto la primera fuerza política sin haber roto explícitamente el cordón umbilical con ETA. El PNV se habrá dado cuenta tarde de que jugar al póquer descubierto con Sánchez es arriesgado porque él no tiene inconveniente en jugar al mismo tiempo otra partida.
Es lástima, pensará Sánchez, no haber podido capitalizar el éxito en Cataluña, logrado gracias a indudables aciertos tácticos y al estallido del frente 'indepe', pero se trata de un terreno aún inseguro a corto plazo, ensombrecido por el hundimiento general y que en cualquier caso sirve, como los resultados económicos, de punto de apoyo para la inminente campaña electoral. No es ahora lo esencial para el presidente. De cara al futuro, exhibirá ante todo la bandera del 'progresismo', cuya positividad lo es por antonomasia, al constituir la barrera contra el imperio de la reacción, personificado en Feijóo, y constituido por la imprescindible alianza futura entre PP y Vox, en este punto invalidando las elecciones de ayer el ensayo centrista del líder popular.
A las armas, pues. El planteamiento de las elecciones como guerra política es el precio a pagar por su celebración inmediata. Ha roto el fuego por sorpresa Yolanda Díaz, posiblemente influida por su asesor Ignacio Sánchez-Cuenca, con una verdadera joya del radicalismo verbal al definir el cometido del sujeto colectivo que ella pretende encabezar en primera persona de plural: «Frente a la España negra de Feijóo saldremos a ganar». Y ello es necesario nada menos que porque «la gente nos está esperando» (sic). Construye así un destinatario abiertamente populista para una misión de combate, de auténtica redención de los buenos en el marco simbólico de las dos Españas. Enemigo: la amenazante España negra encarnada en el líder del PP. Ni más ni menos. Tal vez el argumentario del 'think tank' de Pedro Sánchez eliminará tales aristas, pero la dirección y el contenido de su campaña electoral no serán otros. 'O yo o la reacción' tal será su divisa.
Por el momento, en la vertiente opuesta la satisfacción de la victoria permite matizar las réplicas por parte de los hermanos enemigos de la derechona. Feijóo promete el fin del 'sanchismo'; ya vendrán momentos más duros.
La cuestión es si tienen sentido esos vientos de guerra política, dada la evolución difícil, pero no apocalíptica, de la crisis inflacionista en curso. Con reformas técnicas y acuerdos basados en la primacía de la democracia constitucional, resultaría factible evitar pactos con los antisistema de uno u otro signo, por lo menos en los niveles definidos por las elecciones del domingo. Y, sobre todo, reconozcamos que la democracia no puede basarse en la satanización y el aplastamiento del adversario. Ambos deseos, hoy puros sueños.
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