Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
La representación, transmitida por ETB hace unos días, tenía por tema 'Amaiur', el último castillo navarro expugnado por los castellanos. Ante un público embelesado, una dama que recordaba a Amagoya evocando a los dioses paganos en trance de desaparición desgranaba con acentos trágicos los supuestos ... pormenores del episodio que llevaba a los navarros (vascos) de hoy la conciencia de la pérdida de la patria y de su necesaria recuperación. A fin de superar el tedio de lo sagrado, se sucedían actuaciones folclóricas y la cosa se animó con la festiva invasión de la escena por una serie de máscaras que pretendían reflejar el componente mágico propio de lo vasco.
Al igual que en otras producciones culturales de nuestro nacionalismo, la tradición se convertía en el antídoto de la historia. Lo mismo que ocurre en Cataluña con la aplicación al presente del escenario de la Guerra de Sucesión. En ambos casos se trata de rehacer la historia avalando con la falsa realidad de unos hechos, presentados como decisivos, una propuesta ideológica orientada inequívocamente hacia la ruptura. Con Amaiur, nada menos que la auténtica Navarra, vasca, secularmente oprimida desde entonces por Castilla (España). Otro tanto pasa con la abolición de los Fueros, la pérdida de la «independencia originaria», que no era tal, pero da lo mismo: sigue legitimando la superación de la autonomía estatutaria. El racismo inicial quedó difuminado con el cambio demográfico, pero queda en pie la dualidad sabiniana que enfrenta al País Vasco supuestamente auténtico con el componente español a eliminar. Eso sí, escalonadamente y sin que desaparezca el privilegio económico del cual todos disfrutamos.
Es lógico que el lehendakari, Iñigo Urkullu, salude el presente reconocimiento del carácter «plurinacional» de España. La elección de Francina Armengol como presidenta del Congreso supone una rotunda victoria de ese concepto y se ha reflejado en su primera alocución, en la que declaró su «compromiso» con sus distintas lenguas -castellano, catalán, vasco, gallego- cuya utilización permitirá en los debates del Cámara Baja. No ha tardado el representante del puñado de miles de oscenses que usan la suya en sumarse a la fiesta hablando en su 'fabla' y es de lamentar que no haya un diputado de Valverde del Fresno, pueblo cacereño que también tiene su 'fala', incluso más original. Los regionalistas asturianos han de sentirse razonablemente frustrados por el olvido de su idioma, el bable.
Armengol no se ha limitado a autorizar el pluralismo lingüístico: lo ha promovido sin reservas, creando al hacerlo una situación del todo nueva. El personaje número tres en la jerarquía del Estado se pronuncia frontalmente contra lo establecido en la norma constitucional, que establece una clara jerarquía primero entre la nación española y las nacionalidades y regiones, y a continuación, entre el castellano, lengua oficial del Estado, y las lenguas reconocidas oficiales en los respectivos Estatutos.
Guste o no, esa es una clave de bóveda de la Constitución, vulnerada por la decisión personal de Francina Armengol, que resulta coherente con su visión del problema, que erróneamente llama federal y en la práctica plurinacional, con España convertida en un 'patchwork' de naciones en pie de igualdad: España, Cataluña, Euskadi, Galicia. El castellano, lengua oficial del Estado, al baúl de los recuerdos, además como signo de una pasada opresión a eliminar. Y con ella, de paso, el orden constitucional.
Tal plurinacionalidad es algo bien distinto de la concepción de España como nación de naciones, que refleja la realidad de un tronco común de construcción nacional, el español, del cual arrancan las ramas de lo que el texto constitucional llama nacionalidades. Y esto no es una simple ocurrencia, sino la expresión de un proceso histórico que, además, se traduce en una conciencia identitaria dual, sostenida desde la Transición: autodefinición mayoritaria como vascos y españoles, catalanes y españoles, españoles y gallegos.
Es obvio que los nacionalismos quieren destruir esta incómoda dualidad. La plurinacionalidad de Francina Armengol es un óptimo instrumento para ello. De la articulación constitucional pasamos a la fragmentación, del deseable Estado federal a la confederación, tipo Imperio Austrohúngaro, plataforma para una eventual independencia «desjudicializada». De Aragonés a Urkullu y a Otegi, todos felices.
Con la postergación de la lengua oficial, perdemos al Congreso como espacio común donde es ejercida la isegoría, la libertad de expresión de los representantes de los ciudadanos, en su isonomía, participación política igualitaria. La comunicación resulta sustituida por la afirmación identitaria. Amaiur, el mito, impone su ley.
Francina Armengol lo tiene muy claro, igual que Yolanda Díaz en una muestra más de su caos cuando sale de la esfera laboral. ¿Se entera de algo Pedro Sánchez? Inútil pregunta. La reflexión política sobre el Estado no es su fuerte, ni conviene al objetivo prioritario que todos conocemos. Santa y útil ignorancia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.