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Es una vieja historia. Desde hace décadas se suceden los descubrimientos de casos de corrupción en las cercanías de los gobiernos españoles. Con distintas características, forman parte de nuestro pasado, sin excepciones, lo mismo que el nepotismo. Hace años, Félix de Azúa, que no es ... historiador, hizo una visita a los fondos del Archivo de Salamanca y quedó asombrado ante el bosque de recomendaciones en la II República. Incluso en su fase final surgió un tipo de corrupción, ligado a los juegos de casino, que dio lugar a un término utilizado para designar una actividad comercial fraudulenta, cuyo uso hoy se ha perdido: estraperlo. Luego no hay que asustarse, aunque tampoco aceptarlo, ya que el procedimiento de corrupción suele ser un indicador útil sobre el estilo de gobierno vigente en cada caso, que lo hace posible.
Sucede esto con el tema actual de corrupción, en torno a un tal Koldo, que de rechazo implica al exministro Ábalos. Tampoco esto es nuevo; está próximo el fraude montado en torno al exdiputado socialista canario. El mal viene de atrás. La forma en que el PSOE se incorporó a la Transición propició de un lado una gran confusión, por la oleada de nuevos afiliados, visible en la crisis del marxismo, y de otro abrió la puerta a carreristas sin escrúpulos, como el famoso Luis Roldán.
La solución de Alfonso Guerra -apretar a fondo las tuercas de la disciplina interna- devolvió las aguas a un cauce normal, si bien a costa de sofocar todo debate interno y de crear situaciones de poder basadas fundamentalmente en la lealtad a la dirección. De intelectual colectivo gramsciano, nada. Acabó limitándose a la formación de militantes disciplinados y en silencio que llevan a hombros al líder, único centro de poder y que piensa por todos.
El resultado fue doble. Primero, no contaba la calidad política, sino el oportunismo del 'culo di ferro', que sabe asistir a las reuniones importantes y agarrarse a la escalera del ascenso en la jerarquía del partido. Personajes tan mediocres como Zapatero y el propio Pedro Sánchez son el fruto de ese estrangulamiento de la vida política interna en el PSOE. Segundo, resultó inevitable que, una vez alcanzada por alguien una posición de poder, tendiera a utilizarla más allá de la vida política para obtener otras sustanciales ventajas. A veces tejiendo relaciones económicas luego fructíferas, como Pepe Blanco o Antonio Miguel Carmona. Otras sirviéndose de sus puestos para ejercer el nepotismo.
Recuerdo el caso marginal pero significativo de una profesora irrelevante que se vio premiada con un alto cargo cultural europeo por un político socialista muy valioso y muy bien situado, amigo suyo… al haber padecido una crisis conyugal. Ilegalidad, no. Solo lo que los franceses llaman 'alegalismo', uso arbitrario del poder al borde de vulnerar la ley. Conforme se ha acentuado la orientación autoritaria del poder, con Pedro Sánchez, se multiplican también las posibilidades de esa deriva corrupta. Miremos al presente. ¿Por qué desconfiar de quien bien me sirve? Bueno será que se beneficie en algo de una entrega tan fiel.
El 'caso Koldo', implicando a Ábalos, parece responder a esa confianza suicida. También en buena medida culpable, ya que se inscribe en una despreocupación en todos los órdenes por los requerimientos derivados de los intereses colectivos, de la moral pública y del cumplimiento de las normas, cuando entran en juego las preferencias y las ganancias personales. Sánchez y los suyos exhiben siempre una imagen de omnipotencia, confiados en que, montados sobre el poder del Gobierno, cubrirán sin más cualquier estropicio, como de hecho sucedió a lo largo de la gestión de la covid (del 8-M a las mascarillas). Están muy contentos de haberse conocido. No se enfrentan con la opinión. La crean mirándose a su espejo.
Si Ábalos, por orden de Sánchez, cometió la chapuza de recibir a la ministra venezolana cuya presencia en Europa estaba prohibida, y más cosas, y nada pasó, ¿por qué iba a preocuparse de algo tan minúsculo como los trapicheos de su guardaespaldas y hombre de confianza? Y Sánchez, otro tanto, a pesar de que eran clamorosos los indicios externos de la actuación irregular del personaje. A fin de cuentas, formaba parte de su ambiente. Lo propio de Sánchez y de su entorno, en todos los órdenes de su actuación, incluida la ley de amnistía, es moverse en la alegalidad, porque así todo resulta más fácil, y eso implica el riesgo de desbordarla.
Solo hace falta tapar bien las cosas. En el plano internacional, que nadie se entere de por qué dio el giro con Marruecos, traicionando al Sáhara, sin conseguir nada para Ceuta y Melilla. Que nadie se entere de por qué, llenándose la boca de solidaridad con Ucrania, España es el principal comprador (y revendedor verosímilmente) de gas a Rusia. ¿Para qué explicar a la opinión qué significaría la derrota de Ucrania? En suma, nunca informar, siempre ocultar y manipular la opinión. Ahora con el 'caso Koldo' tal vez sea más difícil.
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