A unos cientos de metros del recinto que guarda los magníficos templos de Kajuraho, el turista se encuentra con la misma miseria y la misma basura de la India de siempre, Entre tanto, su economía es la quinta del mundo, con un crecimiento que supera ... al de China. Tal éxito garantiza la reelección por una mayoría abrumadora del líder hinduista Narendra Modi, que ya barrió en 2019. A principios de junio se conocerán los resultados de las elecciones iniciadas el 19 de abril y que se desarrollan en siete fases. La campaña de Modi registra una sucesión ininterrumpida de aclamaciones, concentraciones masivas y lluvia de flores a su paso. Y, sin embargo, la desigualdad se ha incrementado en sus diez años de mandato y, por volver a nuestro escenario local de Kajuraho, los antes intocables siguen sin entrar en el pequeño templo de barriada. Las casas de brahmanes siguen luciendo su color azul, lo mismo que los de la segunda casta el suyo y en principio los intocables del pasado podrían entrar en el templo. Pero no entran.
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La política de la India tiene un largo pasado de relaciones de parentesco con la europea. La atención prestada a la lógica de un poder, que encuentra su legitimidad en la esfera de lo sagrado, acerca a los teóricos de las monarquías absolutas del siglo XVII y a los expositores de la técnica del poder en la India clásica. La vara del poder que esgrime Olivares en el retrato de Velázquez es la misma que postula el Código de Manú. Y, salvada la distancia formal entre las castas que sirven de armazón a la jerarquía social india y los estamentos de la sociedad europea del Antiguo Régimen, nos encontramos ante dos formas sociales hermanadas por una estratificación insalvable del poder que tiene por fundamento a la concepción religiosa. Esta trama que pone a unos hombres por encima de otros sin posible alteración de posiciones tiene una clave de bóveda común en la idea de pureza.
De ahí la analogía entre quienes en torno a 1900 formulan aquí y allí un nacionalismo de exclusión, de raíz étnica, que trata de afirmar su idea de sociedad mediante la violencia, con el odio por motivación y esgrimiendo el sentimiento de humillación, el victimismo ante la dominación y/o la amenaza del otro. Una lectura comparada de los planteamientos de Sabino Arana y del indio Savarkar, el autor de 'Hindutva', inspirador del BJP gobernante hoy, muestra hasta qué punto esa convergencia de la idea de la propia pureza, del sentimiento agónico que lleva a proponer un levantamiento contra un dominador inferior y de una ideología del territorio que presenta el propio país físico como portador de los excepcionales valores de una raza desemboca en una estrategia de enfrentamiento que puede acabar en la eliminación del otro. En el caso indio, una vez superada la dominación inglesa, y no precisamente como fruto de la acción hinduista, el enemigo pasa a ser la importante minoría musulmana -200 millones de individuos- que, según los sucesores de Savarkar, hoy personificados en Modi, arrastran el pecado imperdonable de su antigua dominación y han de ser eliminados como ciudadanos. En el País Vasco, la lucha contra la legitimidad de la presencia del otro ha sido también implacable, pero el resultado fue menos traumático: la conversión de los españoles en vascos, versión nacionalista, ha tenido lugar y, como ha apuntado Savater, lo que está dándose es la expulsión de España.
La expulsión de la India musulmana es también la preocupación dominante del hinduismo: desde cambiar los nombres de las ciudades hasta eliminar derechos civiles y propiciar matanzas ocasionales, extensibles a los cristianos, dada la prohibición de las conversiones a partir del hinduismo. El odio como legitimación se extiende en Modi a los fundadores de la democracia india, Gandhi y Nehru, objeto ambos de de tipo de calumnias y sustituidos como héroes de la independencia nada menos que por Chandra Bose, el aliado del Japón en la Segunda Guerra Mundial, que por ello era objeto de todo tipo de elogios por la prensa franquista. La prostitución de la memoria es siempre un instrumento usado por las dictaduras.
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Y como fundamento del poder, la religión, un hinduismo sacralizado hasta el extremo y con el mito de Rama, el héroe-dios, como modelo de gobernante. No en vano, la campaña electoral de Modi se abrió con la inauguración del templo de Rama en Ayudia, su supuesto lugar de nacimiento, sustituyendo a una mezquita que los musulmanes habrían edificado allí sobre un templo hindú (falso). La cuestión es desarraigar el Islam en todo el país hasta que en 2047, según Modi, India sea de nuevo Bharat, la India primigenia en toda su pureza.
Pero estamos ante business and religion, fifty fifty. La capa envolvente de la religión justifica la dominación absoluta del gran capital indio e internacional sobre las clases populares -también hindúes-, la prioridad sobre cualquier interés económico de las mismas, el regreso de los amos del pasado (brahmanes y maharajás). A fin de cuentas, es el imperio de Modi como reino de Rama.
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