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La fábula fue incluida por Orson Welles como cierre de su versión filmada de 'El proceso'. Un hombre llega a un castillo con el propósito de entrar en él. La puerta está abierta, pero un guardián se lo impide. Todos sus intentos son vanos y ... acaba instalándose allí, siempre con el mismo propósito y con el mismo resultado adverso. Pasa el tiempo y finalmente el hombre va a morir, viendo entonces que el guardián está cerrando la puerta. El agonizante le pregunta por qué y el otro responde: «esta puerta era solo para ti, y con tu muerte no tiene sentido que siga abierta».
El apólogo kafkiano puede muy bien ser aplicado a la historia del último siglo y el reciente episodio de las elecciones europeas sirve para mostrar que la puerta empieza a cerrarse. En un libro reciente, 'La democracia expansiva', Nicolás Sartorius evocaba los avances registrados en todos los órdenes desde 1945 tras una secuencia de horror y angustia. Avances que en el plano político se concretaban para nosotros, los europeos, en una vida mejor, en el Estado social de Derecho y en la afirmación de una conciencia democrática. Un progreso truncado en 2008.
A la vista de cuanto ocurre desde entonces, cabe pensar que el fracaso en el intento de entrar en el castillo es en gran medida responsabilidad nuestra por la acumulación de errores en el guía inevitable que era Estados Unidos y por la incapacidad europea para encontrar las llaves y abrir la puerta que creíamos dispuesta para nuestro ingreso en un tiempo más venturoso.
Pero el guardián también estuvo ahí, cerrando el paso, en forma de una revolución tecnológica que impuso la fragmentación del mercado de trabajo, por efecto de la digitalización, a la trama sólida de la sociedad posindustrial. Se cumplió el diagnóstico de Zygmunt Bauman: surgió una sociedad líquida bajo el signo de la inseguridad y de la búsqueda de un salvamento exclusivamente individual. Las viejas adhesiones políticas quebraron y el clavo ardiendo de la identidad condujo a la xenofobia y al imperio de la reacción. En Francia, el hijo de trabajadores comunistas o socialistas vota Bardella/ Le Pen. Para cerrar el círculo, bloquear la puerta, los demócratas perdieron además el tren de las redes en la nueva comunicación social y política.
Entre nosotros, lo entendieron y entienden grupos antisistema. Primero Pablo Iglesias, un leninista astuto que capitalizó el malestar del 15-M mediante un 'frankenstein' político, con pedazos de insumisión antidemocrática, videocracia y apropiación personal del centralismo digitalizado del Movimiento 5 Estrellas. Ahora, con Alvise, tenemos su contrapartida de extrema derecha: captación pura y dura del inconformismo desde el control de las redes. El contenido no sirve, solo cuenta el medio. Izquierda Española, 33.000 votos; Se Acabó mla Fiesta, 800.000. Los partidos democráticos tienen que aprenderlo todo en este terreno, lo mismo que les sucedió ante el fascismo y el nazismo.
La llamada de alarma es demasiado fuerte como para ser desatendida. El presente es estrictamente kafkiano. Con una amenazadora extrema derecha en Francia, sólida y bien enraizada en la xenofobia y en el nacionalismo, la socialdemocracia desnortada en Alemania, el posfascismo triunfante en Italia y Pedro Sánchez entregado a una política de polarización a ultranza. La capacidad política en Bruselas de la coalición populares-socialdemócratas-liberales se ve seriamente erosionada. Y no hace falta que la marea negra se imponga ya. Basta con que fuerce un giro de supervivencia hacia la extrema derecha como el ya dado por el líder de los ex-gaullistas en Francia. No basta evitar a los extremos, como propone Mbappé. La defensa de la democracia pasa allí por votar a ese Nuevo Frente Popular, que ya no debe controlar Mélenchon.
No es tiempo de inactividad, ni de conformismo. Lo prueban los buenos resultados de Elly Schlein en Italia, reverdeciendo el viejo tronco del PCI, o el brote socialdemócrata de Raphaël Glücksmann en Francia. El socialismo tiene hoy pleno sentido, tanto en el orden político como en las reformas económicas, siempre que se oriente hacia un frente democrático y no al enfrentamiento social. Tanto como la propia coherencia, debe importarle que su adversario conservador no se deslice hacia el antieuropeísmo, la insolidaridad social, la supresión de derechos a los inmigrantes, la sumisión a Putin…
El estado de malestar dominante en nuestras sociedades impone a la izquierda proyectos transversales, como le enseña la extrema derecha. No se trata de aplastar al fascismo como en 1936, sino de privarle del apoyo político que obtiene al capitalizar la frustración social. Un ambiente de contienda civil en los espíritus, al modo de Mélenchon hasta ayer o de Sánchez hoy, solo puede llevar a una nueva catástrofe. Es necesario que la puerta de la democracia progresiva siga abierta, tanto en Europa como aquí.
De momento, el pesimismo es de rigor. No digamos si gana Trump. Solo quedará entonces el recurso de Joseph K en 'El proceso': «Lo único que puedo hacer es conservar hasta el fin la claridad de mi razonamiento».
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