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Apocos observadores habrá extrañado que la política de Netanyahu sobre Palestina le estallase antes o después entre las manos. Por si su rigidez no fuera suficiente en el tema de los asentamientos, la alianza con los partidos religiosos integristas llevaba al país a un callejón ... sin salida, amparando la tendencia a reiterar provocaciones, tales como el rezo en la Explanada de las Mezquitas, presidida por Al-Aqsa, la del legendario viaje nocturno de Mahoma a la ciudad santa del judaísmo, rezo prohibido para los no creyentes desde la propia ocupación de la ciudad por el Ejército israelí en 1967. De hecho «la desacralización -la vulneración de la sacralidad- de la Mezquita de Al-Aqsa» es la primera justificación exhibida por Hamás para su ataque. Una afrenta simbólica que cubría una política de intensa represión, causante en Cisjordania de 159 muertos en lo que va de año. Todo ello, sobre el telón de fondo de un pesimismo total en cuanto a la expectativa de que un día Israel permitiera la formación de un Estado palestino.
Con tales antecedentes, solo por su audacia y resultados espectaculares habría asombrado un ataque por sorpresa de Hamás al territorio israelí, con lanzamiento masivo de misiles e infiltración de comandos. Las muertes de soldados del Tsahal, e incluso las de civiles en medio de la lucha, formarían parte del coste inevitable en una operación bélica ejecutada en gran medida de cara al exterior.
Habría sido de esperar entonces una condena tajante por parte del Gobierno de Israel, así como los preparativos para una revancha militar, mientras por parte de observadores imparciales la condena quedaría acotada al uso de la violencia. Los propios aliados del Estado hebreo se verían obligados a reconocer que una solución razonable del problema palestino, con un Estado propio y la eliminación de los asentamientos en Cisjordania como supuesto necesario, constituye el único camino para impedir una repetición indefinida de episodios de muerte.
Ocurre, sin embargo, que Hamás ha situado las cosas en otro terreno al proceder a una siembra consciente del terror, llevando al extremo una estrategia de aniquilación física de hombres, mujeres y niños israelíes. El único antecedente, subraya Yigal Carmen, se encuentra en la actuación de los escuadrones de la muerte nazis durante la Segunda Guerra Mundial: «Fue una típica operación de 'Einsatzgruppen': iban a la caza de mujeres, hombres, niños judíos, supervivientes del Holocausto y ancianos, matándolos con indecible crueldad». Lo ha justificado increíblemente el embajador de la Autoridad Palestina en Irak: no existen israelíes inocentes, todos son merecedores de la muerte. Entra en escena la aplicación yihadista de la aleya 10.60, empleando todos los medios de guerra para aterrorizar al enemigo. La guerra se pone al servicio del terror y pierde sentido cualquier consideración humanitaria.
Es este un aspecto fundamental del episodio aún en curso, similar al que en otro contexto caracterizó en años anteriores la actuación del Estado Islámico. De entrada, sería un error limitarse a ver en la táctica desarrollada por los milicianos de Hamás una simple sucesión de actos de barbarie, cometidos aquí y allá en la efervescencia del combate. Lo verdaderamente grave es que, del mismo modo que sucedía con las acciones de EI, las de Hamás responden en su diseño a un plan de exterminio y amedrentamiento, y en su forma y sentido de ejecución a un código de actuación ajustado a preceptos doctrinales claramente refutables, si bien diáfanos. Acorde además con un modelo ya consolidado en la mentalidad musulmana como acontecimiento ejemplar de cara a la lucha contra los judíos.
Las manifestaciones en exaltación de la hazaña de Hamás se hacen a los acordes de un grito que nada dice a los oídos occidentales: «¡Jaibar! ¡Jaibar!». Para los yihadistas es, en cambio, un recordatorio siempre presente de lo que su guía hizo y ellos deben hacer. Vale la pena releer su biografía canónica por Ibn Ishaq. Jaibar fue un episodio negro en el trayecto hacia La Meca. Ninguna provocación del oasis hebreo justificó una acción de yihad que extermina a los defensores, los exhibe muertos ante unos supervivientes luego reducidos a servidumbre y explotación, practica ejecuciones sumarias, y con todo ello muestra la superioridad que la verdadera creencia otorga frente a los judíos. El resultado es un paisaje de violencia extrema y deshumanización, ambas rentables, que ha sido evocado y se evoca ahora para legitimar lo ocurrido. Irán bendice al frente de un coro.
Tal como han puesto de relieve críticos musulmanes, la forma bárbara de yihad, puesta en práctica por Hamás, solo sirve para invalidar la razón que asiste a los palestinos y augurar una catástrofe. Es yihad contra islam. Pero el ejemplo puede difundirse desde la desesperación si, como parece probable, la respuesta israelí sigue las pautas de su religiosidad de combate; en este caso, del aterrador Libro de Josué.
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