La reciente visita de Xi Jinping a su colega Putin viene a culminar la estrecha relación entre ambos que selló el encuentro de 4 de febrero de 2022. En la medida en que desde entonces la rusofilia china ha sido compatible con una pretensión aparente ... de voluntad pacifista, ahora concretada en su plan de doce puntos, podría despuntar una interpretación optimista, considerando que, por encima de las palabras, Xi Jinping nada ha tenido que ver con la guerra en curso. Solo que existen razones para no pensar así si atendemos a las fechas. Reunidos el 4 de febrero los dos líderes, resulta impensable que Xi no tuviera conocimiento de la decisión de atacar Ucrania el día 24, apenas trascurridas 48 horas desde la salida de Pekín del equipo ruso que había participado en los Juegos Olímpicos de Invierno. Y es claro que las eventuales opiniones pacifistas de Xi no modificaron los planes de guerra de Putin, si es que aquellas existieron.

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Más plausible es que, por muchas reticencias que abrigara en su mente el líder chino, pudo valorar de modo positivo la agresión rusa de haber cubierto con rapidez sus objetivos militares y políticos. De hecho, el 4 de febrero, en un marco de eufemismos engañosos -como el de «operación militar especial», disfraz de Putin para la invasión-, Xi Jinping no dudó en suscribir todas y cada una de las cortinas de humo seudopacifistas con las que su socio trataba de envolver su voluntad de agresión: obtención de «garantías de seguridad vinculantes legalmente en Europa», pedir a la OTAN «que abandone las posturas ideológicas de la Guerra Fría…». En una palabra, la defensa de la paz como objetivo aparente -en realidad, coartada- a unos días de que el Ejército ruso se lanzara sobre Kiev.

Hasta hoy, el acuerdo de colaboración en todas las áreas no ha afectado al plano militar -China no envía armas a Moscú-, pero sí al económico y diplomático, con un espectacular incremento del comercio entre ambos países del 34% en un año, que sirve de base a la contribución china al esfuerzo de guerra ruso mediante la adquisición de petróleo y gas a alto precio. Además, Pekín teje hábilmente una tela de araña para aislar a Washington, con un logro tan espectacular como el acuerdo entre dos hermanos enemigos como Irán y Arabia Saudí. Siempre sobre el principio de crear un cerco multipolar frente a Occidente; es decir, frente a Estados Unidos.

Xi Jinping ha completado el tejido de otra tela de araña, la segunda, pero esta vez orientada hacia el interior de su país. El fundamento de su autocracia había consistido desde 2012 en la reunión de elementos en apariencia heterogéneos. No faltaban los tradicionales, como la visión confuciana opuesta al individualismo de las relaciones sociales presididas por el orden, la eficacia y la disciplina, mirando sobre todo al interés colectivo, cuya prioridad resulta garantizada por el monopolio de poder del Partido Comunista Chino, con Xi a su frente. Capitalismo de Estado, pero actividad bajo control del capital privado (3/5 del total); desigualdad sobre la base de un «moderado bienestar», benevolencia en las relaciones sociales y hacia el exterior; y modernización, que en el plano de la digitalización concierne tanto a la tecnología y al sistema económico como al control estricto de toda actividad disfuncional de la población.

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A diferencia del ineficaz sistema postsoviético en Rusia, el crecimiento económico -últimamente mitigado por efecto del cierre anticovid- es la clave del potencial expansivo del sistema chino, dirigido a maximizar el poder en el marco de la globalización. Sobre la base de un nacionalismo antioccidental, de raíz maoísta, hoy anclado sobre el culto a la personalidad de Xi, se trata de ir tejiendo otra tela, la hegemonía a nivel mundial frente a Estados Unidos (y a los valores recusados de Occidente). Taiwán señala el objetivo irrenunciable y permite teñir de belicismo anti-EE UU lo que bajo Deng Xiaoping era forja de un imperio económico.

La solidez del sistema se ha fortalecido con el reciente Congreso del PCCh al eliminar Xi todo límite a su dominio absoluto (de plazos y personas), concentrar los poderes del Estado en el seno del partido… y desde la lealtad dar al nuevo primer ministro, Li Qiang, la tarea de reactivar la economía tras el parón del covid.

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Siempre que no cree en Ucrania un problema insoluble, Putin resulta para Xi un buen secundario en su confrontación bipolar con Biden. Su plan de paz refleja de entrada la voluntad de tomar la iniciativa a escala mundial. ¿Desde la alianza con Rusia que «no tiene límites»?

Para empezar, el alto el fuego propuesto por Xi está al servicio de Rusia. Las fronteras intangibles sugieren lo contrario (aunque Xi pueda suscribir que Crimea y el Donbás sean tan rusas como Taiwán es China). La desconfianza es obligada. No es malo que empiece a hablarse de paz, pero de momento nada hay que esperar a la vista del comunicado conjunto del martes. Cinismo en estado puro.

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(Pedro Sánchez con Xi en Pekín. A la vista del Sáhara, más desconfianza aún).

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