Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
La obra de teatro 'La chinche', de Vladímir Mayakosky, tuvo una gran popularidad en los años 30. Era un tiempo de consolidación del orden revolucionario, en el cual podía ser imaginado que un hombre del Antiguo Régimen reapareciese cuando ya estaba instalada la nueva sociedad ... y él se convierte en un bicho raro. Al ser exhibido en un zoológico como superviviente de una especie extinguida, como las chinches por el progreso de la higiene, sirve para que todos sean conscientes de los males del pasado, por contraste con las realizaciones de la revolución.
Hoy por hoy, el PSOE tiene una chinche: el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, una especie también a extinguir que, como los socialistas de antaño, se atreve a pensar por su cuenta, a expresar lo que piensa y hasta cierto punto a disentir de los planteamientos de Pedro Sánchez. Es el único, y sin él los ciudadanos pensarían que están asistiendo a uno de aquellos ballets de bailarinas sincronizadas de los musicales de Hollywood en los años 40, con el único añadido de las sonrisas enlatadas y también sincronizadas de los miembros del Gobierno -el dúo Montero-Bolaños- cuando tratan de engatusarnos sobre algún tema.
Esta chinche es tan útil para el PSOE como el personaje creado por Mayakovski, pero la dirección del partido no solo lo ignora, sino que descalifica torpemente a García-Page. Su portavoz dicta sentencia en La Sexta: «No estamos ahora para tonterías». Esto significa que nos topamos con el muro de un partido-Estado no ya cerrado a las fracciones y a las corrientes, sino a cualquier expresión libre y disidente, rasgo propio de cualquier totalitarismo.
Desde un punto de vista democrático, esto es lamentable y peligroso, pero adquiere una dimensión especial para quien no solo valora positivamente la tradición socialdemócrata, por razones tanto ideológicas como personales, sino que ve en la deriva actual del PSOE, bajo la férula de Pedro Sánchez, el riesgo de encontrarse ante una encrucijada tenebrosa. Por un lado, el camino lleva a consolidar el citado partido-Estado de la tradición comunista, mientras el camino opuesto conduce, de fracasar la aventura autoritaria de Sánchez, a la crisis y a la desaparición. Ejemplos: Francia, Grecia.
A la hora de buscar una salida, conviene partir de la situación actual, donde todo empuja a la bipolaridad, y en particular lo hace el imposible ademán agresivo del presidente. Ello hace que resulte muy difícil conservar la identidad socialista, cuando el socialismo es lo que es hoy. El único recurso es mirar hacia atrás, rebuscando en la tradición socialdemócrata a la hora de elaborar soluciones progresivas -olvidemos el término maldito- a los trágicos problemas del presente. Si hablamos de tradición, un nombre: Indalecio Prieto.
Sobran los ejemplos del modo de actuar del presidente. Pensemos en la ley del silencio con que ha afrontado las reivindicaciones de los agricultores. Aunque después de Francia la tormenta era inminente, Sánchez decidió que el problema no debía existir y, en la primera entrevista, el pobre ministro se limitó a tender obediente la cortina de humo: «Los agricultores solo quieren ser escuchados y comprendidos». Luego pasó lo que pasó, y ni siquiera información, lo mismo que sucede con el veto español a las patrullas de la UE en el mar Rojo y, obviamente, con las negociaciones por la ley de amnistía. Un nuevo absolutismo. La pauta democrática de exponer y analizar las reivindicaciones, plantear soluciones, informar. ¿Es tan difícil?
La consecuencia es obvia. Por encima de cada uno de estos problemas sectoriales, hay un problema de democracia que los socialistas están obligados a afrontar en primer término. Vamos hacia un régimen suicida -suicida por Cataluña-, con la antidemocracia como práctica cotidiana, y los socialdemócratas son los primeros obligados a enfrentarse a él, desde una perspectiva de cambio progresivo de nuestra sociedad.
Los socialistas de la Transición, los viejos socialistas que acompañaron a Felipe González, vienen realizando una tarea imprescindible de crítica a la deriva autodestructiva que encabeza Pedro Sánchez. Pero ya no es suficiente. Tampoco sirve entrar en callejones sin salida de una izquierda jacobina, incompatibles con la Constitución. Hay que pensar y proponer.
Casandra interviene en un único momento de la historia. Es preciso volver la oración en activa y que aliente la esperanza que otras veces caracterizó a la izquierda en nuestro país. Más difícil era la Transición. El vacío a cubrir está ahí, en la política del Gobierno Sánchez y en el encefalograma plano de la vertiente proyectiva de nuestros conservadores. El temario también es amplio, desde la política de empleo y la reorganización del Estado en clave constitucional hasta la inmigración y el laberinto Israel-Hamás. Aunque sea un tópico, hay que insistir en la receta de Gramsci: ir del pesimismo de la razón al optimismo de la voluntad.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.