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La intolerancia es una ley fundamental de la nación española, no la estableció la plebe y no es ella quien debe abolirla». La terminante declaración del inquisidor sevillano, pronunciada hacia 1789, repiquetea con eco metálico a lo largo de nuestra historia contemporánea para servir de ... base a la voluntad de castigo, primero, y de aniquilamiento, a continuación, activada contra aquellos que no comparten nuestras ideas. Fue en la mayoría de los casos patrimonio del pensamiento reaccionario y legitimó la puesta en práctica del genocidio franquista del 36. En la visión de los militares sublevados, y en particular de Francisco Franco, se hizo realidad la exigencia de acabar con todas las fuerzas políticas, sociales y culturales que encarnaban la negación del orden tradicional. El país se les presentaba partido en dos de acuerdo con la visión apocalíptica plasmada en los versos de Pemán y en los dibujos de Sáenz de Tejada. La victoria del Bien sobre el Mal no podía ceñirse al campo militar. Era preciso borrar para siempre la Antiespaña.
En la vertiente opuesta, no siempre los antiespañoles supieron escapar al contagio del maniqueísmo y de su consecuencia, la inclinación al aniquilamiento del otro. En 1821, el asesinato a martillazos del cura de Tamajón, conspirador antiliberal, fue el primer hito de una trayectoria que culmina con los actos de barbarie cometidos durante la Guerra Civil a la sombra de la identificación ideológica entre revolución social y represión.
Años más tarde, en 1956, correspondió al PCE dar el paso decisivo de superar la dualidad heredada de la Guerra Civil con la idea de «reconciliación nacional», clave de bóveda de la amnistía de 1977 y de la Transición a la democracia.
Es lo que se ha roto en el discurso de investidura de Pedro Sánchez, dirigido a trazar una barrera insalvable entre el reino del Bien sobre la Tierra, por él personificado, y la amenaza del Mal que representa la derecha/ultraderecha del PP, entregado al diabólico Vox. No existen términos medios, ni siquiera para la crisis catalana de 2017, siendo su único responsable el PP, causante de que «se incendiaron las calles de Cataluña». Tropezamos con un auténtico tsunami de horrores -«el insulto, el odio, la crispación»-, frenado solo por «el muro eficaz» de la coalición gubernamental progresista. (Luego en RTVE dirá que nunca habló de muro).
Pedro Sánchez da miedo porque presenta su futura acción de gobierno en un sentido quiliástico, con una vocación de permanencia por encima del tiempo, sobre la base de la lucha agustiniana de las dos ciudades -«opciones»- siempre frente a frente, del Bien contra el Mal, del Progreso contra la Reacción «como ya sucedió hace cien años» (sic). La referencia a la Segunda República idealizada es ilustrativa. Sánchez se ve a sí mismo como el predestinado a vencer definitivamente a Franco. Esperemos que los españoles tengan escasas ganas de volver a 1936.
Él no lo tiene en cuenta y hay signos visibles de que, con el nuevo Gobierno, ha impulsado una auténtica guerra cultural para llenar de algo su progreso y también descalificar a socialistas críticos y a los intelectuales que se atreven a desafiarle. El problema es que su propaganda responde a un dualismo primario, y esto excluye tanto argumentar como debatir. Al Mal se le condena, y basta.
Es así como en la revista doctrinal fundada para cubrir el vacío de 'Claves' se ofrece como gancho una entrevista entre el exministro José María Maravall y el que fue promesa teórica de Podemos, Íñigo Errejón. Puede leerse en 'El País'. Por su resumen se saca en limpio que el Gobierno es bienintencionado y el PP se le opone. Problema nacional, amnistía, nada sustancial. Conformismo progresista. En su segundo número, en nombre de las autodesignadas «izquierdas del siglo XXI», la carga se dirige contra los intelectuales disidentes, que al parecer reaccionan contra su propia pérdida de poder y se derechizan. Nuevos «ortegas». ¿Contra qué? No sabe, no contesta. De acuerdo con las reglas del juego establecidas, está vedado tomar en consideración las críticas de Felipe González, Alfonso Guerra y tantos otros socialistas. La tarea restauradora de estos no será fácil.
«Soy lo que soy» es el lema de Pedro Sánchez, y no le importa adónde lleve su guerra civil larvada. De momento, la encuesta de Sigma Dos señala la dirección que cabía esperar, con los militantes del PSOE y sobre todo de Sumar distanciándose de la Constitución, defendida por el PP y con ardor por Vox. Es el mundo al revés, teniendo en cuenta lo que el PSOE de Felipe González representó para la implantación de la libertad política en España.
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