Resultaba difícil pensar que alguien pudiese superar a Hitler en la historia como destructor de la Humanidad. Llegó tarde a la carrera nuclear y no pudo llevar hasta el final sus intenciones. Con su arsenal de bombas y misiles, Putin sí puede. Si el dictador ... alemán respondía a un proyecto de dominio universal de la raza aria, hasta ahora la barbarie desencadenada por Putin quedaba encerrada en sí misma: probar «la invencibilidad de Rusia» frente a Occidente. Ahora lo aclara: «recuperar los territorios históricos de Rusia». ¿Más allá de la URSS? Nada que ver con la vida humana. Putin se conforma con garantizar que su triunfo es el triunfo de la muerte, con el primer paso de la destrucción de Ucrania, imponiéndose a Occidente gracias a la energía nuclear. Y ¿para qué? Al parecer, para que una sociedad obligatoriamente muda secunde su ciego nacionalismo, mientras sus súbditos emigran para no verse envueltos en una guerra criminal.

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Un año después de iniciarse la invasión, la guerra de Putin ha fracasado y el exoficial de la KGB compensa su frustración ofreciéndonos el apocalipsis de la guerra nuclear. Hay que tomar las cosas como son y no poner cara de susto como nuestro ministro de Asuntos Exteriores al diagnosticar que el discurso de Putin es «terrible». Sembrar el miedo no sirve de nada. Ahora plantea un órdago que solo puede ser contrarrestado mediante la solidez del frente de la OTAN, y también con un ejercicio de imaginación.

Suele olvidarse hasta qué punto la guerra ha influido en la historia, en muchas ocasiones a través de cambios tecnológicos que acabaron configurando un nuevo orden social. El más duradero e incisivo fue algo en apariencia tan minúsculo como la introducción del estribo, que a partir del siglo VIII, según las tesis de Lynn White, dio lugar a una nueva forma de guerra y a una nueva jerarquía social. Obviamente, sometido a innovaciones que redujeron su eficacia a lo largo de un milenio, generó un longevo protagonismo de la figura correspondiente, el caballero, y la organización social que conocemos como feudalismo. Hasta la revolución en los armamentos que se extiende de 1860 a 1914, las guerras se decidían en encuentros puntuales, en grandes batallas, donde la caballería siempre desempeñó un importante papel.

Entre otros cambios, las ametralladoras y la artillería forzaron el paso a una guerra de trincheras que requería una organización general de la sociedad en la retaguardia, su subordinación sin reservas al esfuerzo bélico. Nació la guerra total (Ludendorff), que a su vez sirvió de patrón al totalitarismo. La derrota de los fascismos en 1945 creó la ilusión de una nueva era, rápidamente traducida en un conflicto dual entre potencias dotadas de armamento nuclear, que respondían a visiones ideológicas opuestas. A pesar de momentos difíciles -Cuba, 1962-, el pulso nuclear llegó a parecer un factor de estabilización, trasformado en un fugaz tiempo de esperanza con el desplome del sistema soviético.

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No se contaba con los errores internacionales de EE UU, y menos con la persistencia de una mentalidad soviética que iba a reproducir el enlace del pasado zarista entre penuria política y económica, de un lado, y patriotismo xenófobo asentado sobre las armas, de otro. El rápido fracaso de la democracia hizo posible que con Putin la frustración generase un imperialismo agresivo, tendente a restaurar la grandeza de la URSS, también la asociación del canto a la miseria y al orgullo nacional de las óperas de Mussorgski. El reaccionario Alexander Duguin, visitante de las asociaciones ultraderechistas de Madrid, ha sido el heraldo de su sueño de una Eurasia rusa, hasta el punto de ser el encargado de exponer a la opinión pública mundial el acuerdo Putin-Xi Jinping de febrero de 2022.

La última revolución técnica de la guerra, las armas nucleares, se presenta hoy no como base de otro orden social, sino de una destrucción de la Humanidad por ese paranoico ultra que tantas simpatías goza en Unidas Podemos y el PCE. No en vano Ione Belarra es su abogada desde un total cinismo para descalificar la ayuda militar. Convergen así extrema derecha de raíz soviética y a su lado anticapitalismo visceral, mientras aquella alimenta también a la extrema derecha europea (y española). Convendría que Pablo Iglesias lo pensara: la izquierda europea fue el Frente Popular, y no el pronazi Doriot. Y que Sánchez, en vez de cubrirse con tanques de chatarra y -confiemos en que no sea cierto- con favores económicos hacia Rusia, respondiese a sus fotos de dirigente occidental solidario con Ucrania.

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El infeliz panorama solo puede ser superado mediante la cohesión democrática, sin que falte un punto de imaginación: tal vez emplazar al 'invencible' requiriendo que en vez de gritos de guerra, presente una propuesta de paz. Aun sin esperanza de ser atendida. Esta guerra, amén de los drones y de las innovaciones tácticas, debe propiciar instrumentos para, desde la firmeza, ir hacia la paz, y es también una guerra de opiniones.

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