Urgente Grandes retenciones en la A-8, el Txorierri y la Avanzada por la avería de un camión

Los dos últimos procesos electorales han aclarado algunas cosas y dejado no pocos problemas. Aquí y ahora, el más relevante es el riesgo que corre la hegemonía del PNV; y no solo por la importante pérdida de votantes, sino también por la alianza estatal de ... PSOE y Bildu, que ha convertido a la organización de Arnaldo Otegi en pieza clave de la singular 'alianza por el progreso' que Pedro Sánchez lidera en España.

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Dos episodios ilustran ese escenario. Uno es la acelerada reacción de Andoni Ortúzar ante los resultados del 23 de julio al proclamar su adhesión a Sánchez en forma de rechazo tajante a Alberto Núñez Feijóo. Era como decirle 'somos vuestros vascos leales', anticipándose a Bildu. El segundo es anterior y consistió en el otorgamiento a los diputados de Bildu del papel de presentadores de la reforma entre las reformas, la de la ley de Vivienda. Aquí era el presidente del Gobierno quien decía a la izquierda abertzale que la absolvía de cuanto aconteciera en el pasado y que la consideraba el exponente en tierra vasca de su política de avances sociales.

A partir de tales antecedentes, cabe anticipar las líneas futuras de evolución política con el respaldo del cambio demográfico. Una de las virtudes históricas del partido jelkide fue tomar nota de los cambios y tratar de responder a los mismos. No está claro, sin embargo, que sus primeros pasos vayan en una buena dirección con la mirada puesta en el más allá.

El PNV vuelve a encontrarse en la situación del alma de Garibay, a mitad de camino entre el cielo (una hegemonía consolidada) y el infierno (radicalización ante las dificultades). El PNV buscó siempre el cielo; un permanente dominio sobre Euskadi que a su juicio le correspondía por ser quien era, si bien para llevarlo a sus fines no dudó en entregarse más de una vez al diablo -pensemos en Lizarra- con el consiguiente precio pagado por la sociedad vasca en su conjunto, entonces y de cara al futuro.

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De momento, el resultado conviene a sus intereses y a los de una ciudadanía liberada del trauma que supusieron las décadas del terror. PNV igual a normalidad. La tendencia a olvidar tal pesadilla resulta lógica; en ella le acompaña el PSOE por sus conveniencias, y, claro es, Bildu, feliz de disfrutar de la situación que describía Jon Sistiaga en su 'Purgatorio': «La Organización ha muerto, el Sueño permanece».

A corto plazo, todo va hacia lo mejor en el mejor de los mundos. Cabría objetar que la raíces del Mal -trátese del fascismo, del estalinismo o del nacionalismo terrorista- han de ser extirpadas. Ahí tenemos a Meloni, y a Putin y a Vox. Cierto que en el caso vasco el legado de Sabino Arana parece desvaído, pero su dualismo permanece y es proyectado sobre todos los aspectos de la comunicación del Gobierno vasco, con una permanente exaltación de la propia identidad y rechazo de España, reducida a ser vista como algo totalmente ajeno: «El Estado». Y el proyecto de ley de Educación prueba que la voluntad de ruptura permanece.

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Sánchez considera a Bildu el exponente en tierra vasca de su política de avances sociales

El PNV tropieza hoy en el terreno donde ha venido cosechando el mayor de sus éxitos: la construcción de una memoria histórica favorable sobre los 'años de plomo'. Sin marcar siquiera la separación doctrinal respecto de los partidarios de la violencia (y del terror), ha creado una imagen del período como un trauma por fortuna superado, donde lo esencial es subrayar la atención a las víctimas. El Memorial de Vitoria es el emblema de esa opción, envuelta en humanitarismo y reconciliación. Y como las responsabilidades por pasividad fueron asimismo muy amplias, cabe explicar los buenos efectos de la propuesta. Del panorama de víctimas es excluida la presencia de una ideología del odio que inspiró a los verdugos y a quienes en lo esencial eran sus correligionarios. No hace falta dar siglas.

Conmemoramos estos días el papel desempeñado en la transición y frente a ETA por una librería donostiarra, 'Lagun', fundada por dos vascos ejemplares y socialistas: José Ramón Recalde y María Teresa Castells. Todos recuerdan el asalto y la destrucción sufridos en la Nochebuena de 1996. Pero se olvida que si los de la borroka cumplieron su papel, el PNV, con Xabier Arzalluz al frente, dobló el golpe descalificando al puñado de intelectuales que se habían limitado a pedir una protección eficaz al lehendakari Ardanza frente a la violencia pro-etarra. Actitud demasiado ilustrativa que se repitió contra Basta Ya. No fue la excepción, sino la regla: «Arrotz herri, otso herri». De fuera vendrán. Fue algo más que una aguja en un pajar de librerías asaltadas por ETA. Contar mal es ocultar.

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La historia oficial ha corrido aquí un tupido velo. Su coste es hoy evidente para el propio PNV. En vez de aducir méritos reales y de reconocer errores, la imagen así creada transfiere la hegemonía a Bildu, que encarna mejor, y libre ya de mala conciencia, la puesta en práctica del proyecto identitario, la realización del Sueño.

En un cuento, tal vez recogido por Azkue, un personaje, al modo de Garibay, se arriesga a colaborar con el diablo en el infierno. Cuando Satán le exige el precio, él trata de cargárselo a su sombra, pero esta se encuentra ya en condiciones de ocupar su puesto.

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