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Es habitual escuchar que nuestra juventud está mejor formada que nunca, afirmación cierta a la que le falta apostillar que esa formación no se ha visto recompensada con un mejor sueldo, sino todo lo contrario. A pesar de ese alto grado de formación, los sueldos ... de los trabajadores menores de 30 años son los que menos han subido en las últimas dos décadas. Revertir esta situación es en buena parte tarea del tejido económico y empresarial, cuya responsabilidad, a mi parecer, es aprovechar al máximo, pero también remunerar adecuadamente el potencial de ese capital humano. Tenemos que ocuparnos del bienestar de los trabajadores más jóvenes, con retribuciones que favorezcan la equidad intergeneracional. Es un elemento esencial para que los jóvenes puedan desarrollar sus proyectos de vida e integrarse plenamente en la sociedad.
Porque la insuficiencia de las retribuciones está pasando una costosa factura a nuestra juventud, que se enfrenta al deseo casi imposible de lograr una anhelada independencia. Mientras la generación del 'baby boom' alcanzaba la base de cotización media a los 27 años, ahora los jóvenes lo hacen a los 34, siete años más tarde. De modo que nuestra juventud siente desafección hacia el sistema, lo que constituye uno de los factores que alientan el alto grado de polarización social que vivimos. Y yo diría que, aunque todos los problemas son complejos y tienen múltiples caras, este es de los que podemos resolver o cuando menos mejorar desde el sector privado.
Desde 2011, la tasa de propiedad entre los menores de 35 años ha caído del 69,3% al 31,8%. Los precios de las viviendas son muy elevados por factores como la falta de suelo edificable, es verdad, pero no es menos cierto que los salarios de nuestros jóvenes no están a la altura. Adquirir una vivienda, o simplemente alquilarla, les resulta inalcanzable en un mercado laboral cuyo respaldo económico es insuficiente.
Y la brecha salarial no mejora en las grandes corporaciones, incluido el sector bancario. En los últimos veinte años, los sueldos de los jóvenes han sufrido una pérdida de poder adquisitivo. Según el estudio de Fedea de 2021, el salario real de los jóvenes entre 18 y 35 años en España es menor que en 1980, con caídas que van desde el 26% para personas entre 30 y 34 años hasta el 50% entre 18 y 20 años. Es decir, los jóvenes cobran hoy entre la mitad y las tres cuartas partes de lo que cobraban sus padres a su edad. De modo que la edad media de emancipación en España ha subido a los 30,3 años, frente a los 22 de Alemania.
Todo esto ocurre, además, en un momento en el que confluyen varias realidades: la bajada de la natalidad, la competencia global por el talento y cambios profundos en la naturaleza del interés de los jóvenes por la carrera profesional.
Con respecto a lo primero, sabemos que la pirámide poblacional se ha invertido. La pérdida de peso de la población joven está generando un enorme estrés demográfico. En el caso de Euskadi, a partir del curso 2029-2030 se va a dar un gran desplome en el número de jóvenes en edad de emprender estudios superiores; a lo largo de la década siguiente caerá más del 30%.
Hay que añadir que la competencia por el talento se ha exacerbado, creciendo especialmente en determinados perfiles con capacidades tecnológicas, en modelos cuantitativos o en gestión de datos. En el caso de Euskadi, destaca un importante flujo de talento joven que busca su futuro en Madrid. También tenemos jóvenes trabajando 'online' para compañías internacionales. Y otros que emigran allí donde les pagan dos o tres veces más.
Por último, tenemos una nueva configuración del interés de los jóvenes por la carrera profesional. Cuestiones como el teletrabajo, la formación, un proyecto de carrera y la calidad de vida son exigencias habituales de nuestros jóvenes; pero eso no quiere decir que podamos obviar la parte retributiva. Porque la retribución sí importa. Permite construir un proyecto de vida, integra a los jóvenes en el proyecto común de la sociedad, disminuye el incentivo para la fuga de talento y mejora la justicia intergeneracional.
Dejar atrás a nuestra juventud acarrea un coste económico y social que no podemos asumir. En Kutxabank hemos dado pasos para aportar nuestro granito de arena. Así, el colectivo de personas recién incorporadas ha recibido un incremento salarial en dos años (2023-2024) hasta del 14%, que alcanza el 17% en el caso de quienes tienen contratos de prácticas. Las circunstancias varían dependiendo de la empresa o el sector, pero creo que allí donde sea posible, fundamentalmente en la gran empresa, merece la pena hacer el esfuerzo. Por nuestros jóvenes y por el futuro empresarial de nuestra sociedad.
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