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Que se vayan a hacer puñetas, vamos a disfrutar del verano porque es nuestro. Son palabras de Pepe Álvarez, secretario general de UGT, el pasado mes de julio. Parece que a los sindicados mayoritarios, después de una crisis económica que destrozó su credibilidad y un ... 15-M que los sepultó, solo les queda llamar a la diversión antes de un apocalipsis anunciado para el que ni la sociedad, ni los gobiernos, ni las organizaciones de trabajadores están preparados.
Sin embargo, la evasión a la que aspiraba la sindicatura no ha sido posible. A las continuas declaraciones que alertan de la dureza del invierno que se avecina se les han sumado el verano más caluroso en cien años, los mayores incendios forestales de la historia reciente y unas sequías que nos recuerdan que vivimos en un planeta finito. Las miserias cotidianas que suelen acompañar la llegada del otoño esta vez vienen en forma de precios exorbitantes, facturas impagables y la posibilidad de que haya cortes energéticos.
Los conflictos territoriales se multiplican alrededor del planeta, llegan a las puertas de Europa y sus consecuencias son impredecibles. Hasta la muerte de dos de las figuras más importantes del siglo XX, Isabel II y Mijaíl Gorbachov, nos recuerda que la historia avanza, el problema es que no sabemos hacia dónde. Con este cóctel acaba de comenzar en España el curso político con la campaña electoral más larga en años. La ciudadanía retoma la rutina sin anestesia.
El primer golpe de realidad ha llegado con el otoño. Putin ha tomado Roma y Estocolmo antes que Kiev. El resultado de las elecciones italianas, con el posfascismo en la jefatura del Ejecutivo de uno de los países fundadores de la Unión Europea, es el anticipo de lo que puede pasar en España. La legislatura en la que solo ha faltado una invasión zombie, tal y como aseguró Pedro Sánchez, puede ser el preámbulo del asalto de Vox al Gobierno. El hastío ciudadano, un centro derecha en apuros y una izquierda que no conecta con el sentido de época de la ciudadanía son la gasolina con la que entran en crisis las democracias liberales. Además, en esta sociedad líquida, posmoderna y desideologizada en la que todo da igual y nada importa, ¿por qué no votar a la extrema derecha? Aunque solo sea por probar. O por la patria.
Los herederos políticos de Benito Mussolini se sentarán en un Consejo Europeo que deberá afrontar las mayores crisis en el continente -energética, climática y bélica- desde la Guerra Fría. Los viejos partidos socialdemócratas y populares, encomendados a la figura de Ursula von der Leyen, intentan mantener el 'statu quo' en una Europa descolocada por la invasión de Ucrania y el reposicionamiento estadounidense, del que realiza el seguidismo más acrítico. Ante una Alemania descabezada, un Emmanuel Macron que no controla la Asamblea Nacional y una Italia crispadora, Sánchez tiene la oportunidad de hacer valer la inesperada estabilidad de su Gobierno y su buena imagen internacional para impulsar una dirección verde y redistributiva de las políticas europeas.
La política nacional se antoja como el gran examen del presidente. Pese al empeoramiento anunciado de las condiciones materiales de vida, unos sindicatos plegados al Gobierno aseguran que no habrá episodios de conflictividad social. Ahora bien, el descontento ciudadano es palpable y se muestra en cada estudio demoscópico. La ciudadanía observa una sucesión de impuestos extraordinarios que se abordan con carácter temporal en vez de afrontar una reforma fiscal sin fecha de caducidad. Hogares y empresas también se ven obligados a reducir sus consumos por la invasión de Putin, en vez de por un plan de choque contra un colapso climático que obliga a tomar medidas decrecentistas. Mientras la guerra en Ucrania solo agrava crisis que ya existían, se está optando por respuestas coyunturales en vez de realizar cambios estructurales. Un Gobierno que presume de proyecto de país no puede limitarse a gritar '¡que viene el general invierno!'.
Las incapacidades de la izquierda para tejer proyectos colectivos ante el individualismo dominante impiden confrontar a la derecha desde un plano ideológico. La lección italiana está ahí: replegarse y asumir los marcos ajenos solo ha conducido a la intrascendencia al Partido Democrático. El moderado Alberto Núñez Feijóo también recibe un aviso desde Roma: que Silvio Berlusconi acogiera en sus gobiernos a la Lega y Alianza Nacional no supuso que estos se moderaran, sino que la derecha tradicional se radicalizara. Mientras los dos grandes partidos y sus satélites se preparan para un invierno preelectoral en campaña, la ciudadanía se pregunta cómo pagar la cesta de la compra, el comedor y las cañas, que de algo habrá que disfrutar en este invierno robado.
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