Resultará que en Siria los únicos rebeldes son los nativos de la población masacrada y desplazada de un país que podría convertirse en un Estado fallido similar a la Libia que decantó tras Gadafi.
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En un mundo que se encamina acelerado hacia la verdad líquida, ... a la postre la ficción será la manera de contar la realidad. Si hubiera que novelar Siria para componer un escenario que se aproxime a la verdad, en nuestro argumento lo que se publicita con sospechosa homogeneidad como una repentina victoria rebelde no sería más que una resolución pactada, evidentemente con Rusia y con la facción islamista Hayat Tahrir Al-Sham de Abu Mohamed Al-Golani, pero también con Turquía y su Coalición Nacional Siria, que acabará intentando encauzar el desgobierno. Después de más de trece años de guerra es inaudito creer que una ofensiva de once días ha acabado, de súbito, con el desmantelamiento del régimen de Bashar Al-Asad. Dicho en román paladino: no cuela. Los supuestos rebeldes sabían que era el momento de marchar hacia Damasco sin resistencia, de huir Al-Asad, y Rusia de concederle asilo. La pregunta que los guionistas de una nueva serie por capítulos se harían para contar la verdad siria sería: ¿por qué precisamente ahora?
Para responderla habría que retroceder hacia el pasado y enmarcar la guerra en Siria, cuando aparecerían pocos rebeldes pero bastantes intereses de potencias estatales globales y regionales. Rusia, Estados Unidos, Turquía, Irán, Israel, Francia y, menos mencionada, Arabia Saudí. El conflicto en Siria siempre fue, y ha acabado terminando como, una guerra subsidiaria o de intermediario, lo que se conoce en la lengua del imperio como 'proxy war'. En este tipo de escenarios militares hay Estados que luchan entre sí, a través de fuerzas intermedias mediante tácticas híbridas irregulares, sin declararse nunca la guerra entre ellos directamente y sacrificando para ello a la población y las instituciones de un tercer país títere, Siria en este caso. Aquí, los Estados enfrentados a través de intermediarios han sido y son, cómo no, Rusia y EE UU, el primero sosteniendo el régimen de Al-Asad y el segundo haciendo como que lo debilitaba.
En esa guerra fría entre antiguas potencias a costa de la población y de la historia de Siria, otros actores han parasitado el conflicto para embeberle tres guerras regionales porque el país ha sido, sobre todo, un laboratorio experimental de guerra de guerras. En Siria se ha confrontado la guerra en el islam, que se remonta a época del Profeta: los suníes de Turquía, Arabia Saudí, Emiratos y, en menor medida, Jordania, contra la influencia del Irán chií a través del 'proxy' del alauismo (un escisión del chiísmo) que encarna la familia Al-Asad. Otra guerra subsidiaria ha sido la que propiamente se encarna en dos tipologías suníes de entender los gobiernos o califatos islámicos, la más islamista y occidentalmente normalizada, podríamos decir, de Turquía, y la más radical y fundamentalista de Emiratos y Arabia. Y por último, para poner la guinda, Siria ha servido a Turquía para embolsar a los kurdos, que son su amenaza interna existencial, y a Israel para revolver el avispero aguardando obtener una ganancia contra su némesis Irán. Los chinos observan y esperan.
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Tal es el mosaico que ha mantenido a la población siria secuestrada más de una década. Los 'rebeldes' no son más que la etiqueta de conveniencia que cada parte involucrada en sus guerras particulares ha querido dar a la facción que apoyaba o directamente creaba, como Al-Yaysh As-Surī Al-Hurr, el Ejército Libre Sirio, un engendro turco que ha combatido más a los kurdos que a Al-Asad.
Con semejante decorado trágico e impostado de fondo, acaba de decir Trump, nada menos que en un tuit que huele a orquestado, que el triunfo de los rebeldes en Siria pone de manifiesto que Rusia ya no está interesada en Oriente Próximo porque sus recursos están siendo diezmados en Ucrania, y apela a Zelenski para llegar a un acuerdo cuanto antes y acabar con el conflicto en el Este europeo. En el ínterin, Israel ha reforzado posiciones en los Altos del Golán y atacado objetivos en Siria, sugiriendo que podría ensanchar su franja de seguridad en el sur de ese país que sucumbe. Turquía ha debilitado las capacidades kurdas, cuyas fuerzas han sido torticeramente instrumentadas por EE UU como punta de lanza contra el yihadismo de Estado Islámico en Siria. Irán, con Hezbolá desarticulado por Israel en Líbano, ahora pierde también Siria. El sirio-saudí Al-Golani, que es un yihadista de Al-Qaida reconvertido en islamista pragmático con la bendición turco-estadounidense y que en una ficción podría interpretar a un agente de la Inteligencia saudí, no habría entrado en Damasco, en un paseo militar, sin la bendición de Rusia. ¿Por qué ahora a Rusia le cuadra quebrar la influencia de su aliado Irán en Oriente Próximo? Es la pregunta del millón. La incógnita se resolverá por sí sola cuando Rusia se anexione el Dombás en un acuerdo con Ucrania patrocinado por Trump.
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