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El concepto de 'amigos políticos' tiene su máxima expresión durante la Restauración canovista, periodo en el que el liberalismo, tanto conservador como progresista, no supo -o no le dejaron, por la izquierda y por la derecha- construir un régimen democrático. Y eso que lo que ... entendemos en política por liberalismo nació en suelo español, en el Cádiz de las Cortes constituyentes de 1810-1812, y que de allí se expandió a toda Europa, sobre todo a Francia e Inglaterra, y luego a América, por los primeros liberales españoles, exiliados tras el regreso de Fernando VII.
Como explica Guillermo Gortázar en su último y exitoso libro -'Romanones'-, el régimen liberal canovista colapsó cuando el general Miguel Primo de Rivera obtuvo el poder de manos de Alfonso XIII. La paz y el orden en España se pusieron entonces por encima de la libertad. Hasta 1978 no se consiguió equilibrar paz y libertad. Pero muchos no reconocen hoy todavía ese hito histórico y lo quieren enterrar.
Como amigos políticos, partidarios del liberalismo foral vasco, nos reunimos de nuevo unos cuantos -tras el parón del coronavirus- en una jornada estupenda del mes de agosto en San Sebastián. Además de con el ya citado Guillermo Gortázar, nos encontramos con el exdiputado general de Álava, Ramón Rabanera, y con quien fue su diputado foral de Cultura, Federico Verástegui, que nos obsequió con su reciente trabajo titulado 'Los últimos intentos de mantener el esplendor de una sociedad modélica', donde, rastreando en los archivos de sus ancestros, reconstruye la hasta ahora mal conocida etapa final de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.
La primera reflexión la lanzó Rabanera: cómo es posible que las últimas estadísticas nos den el índice de independentismo vasco más bajo desde el comienzo de la Transición (el Deustobarómetro de antes del verano daba un 15,5 % de partidarios, inferior incluso al de votantes de EH Bildu) y en cambio el constitucionalismo no muestre señales de recuperación, sino todo lo contrario.
La explicación más fácil nos remite a la coyuntura de realismo que el Gobierno de Pedro Sánchez ha insuflado en las dos ramas del nacionalismo vasco: una con el tema de los presos y la otra con el nuevo estatus.
Pero también cabe pensar que, tras la etapa del terrorismo, el nacionalismo vasco ha interiorizado, antes incluso que el catalán, la fabulosa oportunidad que le dispensa el régimen español para desarrollar su ideología. No es poca cosa: poder reivindicar el independentismo, renegando de ser españoles, mientras se disfrutan todos los derechos políticos que la condición de españoles les procura. La sola reclamación de independencia (sea abrupta o progresiva) le concede al nacionalismo la iniciativa política y, como dice Gortázar en su 'Romanones: «en política, quien lleva la iniciativa es el que tiene todas las de ganar» (p. 390).
Así, para después del verano el nacionalismo catalán anuncia mesa de negociación del president Pere Aragonès con el presidente Pedro Sánchez, de tú a tú, mientras su vicepresidente, Jordi Puigneró, defiende la vía unilateral. Y el vasco, con el nuevo estatus, va a por la bilateralidad y más garantías para el soberanismo. Ante estas periódicas reivindicaciones, que se repiten año tras año, los demás partidos se ven forzados a retratarse, siempre a rebufo, sin iniciativa propia.
Los nacionalistas vascos y catalanes, con los mismos derechos políticos, en cuanto a derecho al voto y acceso a cargos públicos, que los demás españoles, se quejan de opresión española mientras copan, en sus territorios respectivos, la representatividad en municipios, provincias y autonomía, así como la gestión de organismos dependientes, como las televisiones públicas, todo lo cual les sitúa en una preeminencia desde la que alimentan a sus propias clientelas vía subvenciones.
Además, está el fenómeno del puenteo, por el cual los partidos nacionalistas ignoran a las sucursales de los partidos estatales en sus territorios respectivos , que ni se enteran de la jugada, y entablan diálogo directo con sus dirigentes de Madrid. La única salida, si hay alguna, pasa necesariamente por construir, a medio y largo plazo, una opción política genuinamente local y a la vez indiscutiblemente española, pero desvinculada de estructuras estatales, al modo de UPN.
Aquí y sobre todo fuera de aquí, lo vasco y lo catalán se han acabado por identificar con sus nacionalismos respectivos. Y la tarea para desmontar ese sofisma se antoja ímproba. Si es que hasta los Conciertos Económicos se ven desde fuera como un producto típico del nacionalismo, en lugar de lo que realmente fueron: resultado de una solución liberal tras la abolición foral. Era 1878 y Manuel María de Gortázar, antepasado de nuestro amigo Guillermo, presidía la Diputación de Bizkaia.
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