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Consecuencias del huracán 'Kirk' en Bizkaia. El Correo
Opinión

Invisibles monstruos marinos

Aceleraciones cósmicas como el huracán 'Kirk' llaman la atención sobre la naturaleza no siempre dócil del aire respirable

Álvaro Cortina

Escritor y profesor en el IE University de Madrid

Martes, 15 de octubre 2024, 00:04

Es tal el ramillete de efectos, contorsiones y despeinamientos que genera el viento entre nosotros que da la sensación de que lo podemos ver, del mismo modo que registramos visualmente el resto de cuerpos físicos que circulan por la calle. El huracán 'Kirk', por ejemplo, ... ha pasado por el norte de la Península empujando a unos y a otros, y el caso es que seguramente ha dado esa impresión arraigada de haber sido percibido por el ojo. 'Kirk' ha corrido a 200 kilómetros por hora, maltratando árboles y paraguas bilbaínos. Ha anulado vuelos en Loiu. Luego, se ha serenado y se ha evaporado. Tal es, en fin, la vida mistérica de estos vastos animales invisibles que, al parecer, nacen sobre el cielo más abultado que hay, el del océano, y que, por tanto, se podrían admitir dentro de la categoría de monstruo marino.

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Los dibujantes conocen la necesidad humana de domesticar mentalmente lo extraño y, con el objeto de hacernos creer que el viento se puede ver, suelen evocarlo pintando unas rayitas (cual ondas de agua, pero en el aire). Lo cierto es que las corrientes, las brisas y los vendavales son tan inaccesibles al ojo como la matemática: los indicios inmediatos de su existencia nos llegan por el tacto; también lo deducimos por sus obras, en nuestro campo de visión.

Pero lo cierto es que tendemos a olvidarnos de la presencia del aire entre cosa y cosa, rellenando lo vacío. Por eso, estas aceleraciones cósmicas (véase también el monstruoso huracán 'Milton', que devastó el oeste de Florida) arrojan luz sobre la extraña realidad de la región más transparente. Llaman la atención sobre la naturaleza sutil, no siempre dócil, del aire respirable.

Entre las 'creaciones' del delgadísimo elemento gaseoso no hay una que, bien mirada, no resulte surreal. Por ejemplo, ahí están las nubes, tan usuales, tan extrañas. Pero, sin duda, la pieza más asombrosa del bestiario aéreo es el temible tornado. Estos animales gigantes, estos mäelstroms de viento, recorren superficies tragando y expulsando sin objeto alguno. A diferencia de la plácida nube (de forma siempre accidental, caprichosa) el tornado mantiene siempre una estructura apretada, tensa, de embudo bailarín y salvaje. Ni siquiera Estados Unidos de América sabe cómo embridarlos. Son seres casi más inconcebibles y oníricos que el espíritu santo. Por otro lado, inversamente, rara será la pieza de arte surrealista que no contenga algo de brisa de llanura. Magritte, Dalí, Ernst evocan, en plástica, esos intríngulis del aire.

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El expresidente Zapatero aseveró, famosamente, hace tiempo: «La tierra no pertenece a nadie. Solo al viento». Este dictamen lírico y desafortunado contiene un ápice de verdad. El viento nos remite a los grandes espacios del mundo y señorea la Tierra toda, y la rodea, como en esos mapas arcaicos de los paganos en los que un río circular rodea el universo. Efectivamente, entre el suelo apisonado y las estrellas quietas mora el viento, invisible, prístino y onírico, que a veces se desmadra en huracanes y torbellinos con nombre propio, como 'Kirk'. Por cierto, ¿quién es el encargado de bautizarlos?

Para mí, resulta decepcionante que, en la vastedad despoblada, sin día ni noche, del espacio exterior no se oiga (no se pueda oír) el viento, morador de los grandes espacios de nuestro planeta. Tampoco hay ráfagas en los desiertos de la Luna, pero tengo entendido que en el yermo rojo de Marte sí existen los ventarrones; desconozco si allí su ulular se podría oír o no. Gottfried Bürger y Ray Bradbury han imaginado el correr del aire en esos remotos lugares celestes. El viento siempre ha sido capaz de llevarnos, a veces con prisa y flotando, a regiones a desmano. Por ejemplo, un gaseoso torbellino trasladó a Dorothy al Reino de Oz.

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Los órfico-pitagóricos advirtieron una suerte de afinidad entre el soplo del aire y el del alma humana. Por eso pensaban que no era óptimo fallecer durante los días de viento. Temían estos intelectuales de la antigua Grecia que la violencia del aire móvil podía disgregar las partes de la psique del finado. También los indios del western 'Winchester 73' juzgaban inoportuno morir entre ráfagas.

Después de la alarma de los meteorólogos y antes del socorro de los bomberos, escuchamos la monótona letanía de acantilado del elemento sutil con considerable respeto. Los precavidos de Florida huyeron o buscaron abrigo antes de la llegada de la bestia marina. Aunque Aristóteles impugnó, en el primer libro de 'De anima' (Acerca del alma), la idea de que pudieran existir animales compuestos de aire puro o de fuego puro, la tentación de ver a 'Kirk', a 'Milton' y al resto de la titánica camada como Godzillas translúcidos es demasiado fuerte. ¿No son, acaso, como hijos torvos del mar que penetran costa adentro del mismo modo que el grito de guerra traspasa la franja de los dientes de la boca?

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