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A menudo el verdugo solía quejarse de que el filo de su hacha perdía mordida por mor de su quehacer, cortar cabezas, y culpaba de ello a sus víctimas. Era una lata tanto destajo, vaya desgaste, malditos reos. El verdugo tenía la empatía de un ... cocodrilo con un venado en sus fauces. En efecto, suele ser un hábito muy propio de la ruindad el culpar al resto del mundo de los males que uno mismo provoca y ejecuta. Es un arte esa transferencia de la responsabilidad, de la autoría e, incluso, de la conciencia; uno se desembaraza rápidamente de los delitos cometidos endilgándolos al resto del planeta. Los malos, los otros.
Ahora que han pasado unos días del último 'ongi etorri' en Bilbao y que han sido convocados para hoy actos de exaltación al sanguinario Henri Parot (39 asesinatos) en sustitución de la marcha prevista en Mondragón, echemos un repaso. El homenaje de bienvenida era para el vecino de Santutxu Agustín Almaraz. Leo la prensa más estrictamente abertzale buscando las razones de su encarcelamiento. Por lo visto, no hubo motivos suficientes como para encerrarlo en una cárcel. Solo figura lo injusto de su prolongado encarcelamiento (25 años, aunque su condena era de 107 años por cuatro asesinatos) y que se pasó la mayor parte del tiempo en prisión en primer grado. Es sabido que la progresión de grado tiene mucho que ver con la voluntad del reo. Sare y todos los colectivos de apoyo a los presos de ETA obvian deliberadamente estos pequeños detalles.
No obstante, esas cuestiones me importan menos a la hora de encarar la siguiente cuestión: ¿por qué hay una parte de la sociedad que jalea y homenajea a quienes tienen tanta muerte y dolor entre sus dedos? ¿Quién podría comprender que cuando saliera de la cárcel Mohamed Houli, autor de los asesinatos de las Ramblas, le recibiesen en Ripoll -donde vivía- una nutrida comitiva, cantos desde el minarete con versos personalizados de la yihad, con la banda de música del barrio y una demostración de algarabía popular? Pues con nuestros terroristas domésticos parece que muchos lo comprenden e incluso se suman a la juerga. Veamos.
Muchos de ustedes recordarán el atentado en las antiguas oficinas del DNI en Bilbao. Un comando etarra asesinó a Rafael Leiva y dejó gravemente herido a Domingo Durán, de 40 años y padre de una niña. La hermana de este último, María Luisa Durán, habló por primera vez 22 años después del atentado. Relata que, cuando oyó por la radio que uno de los policías no había muerto, le pidió a Dios que salvara a su hermano y le rezó entre lágrimas. Cuenta cómo Domingo quedó tetrapléjico, con lesión medular severa, ingresado en el hospital de Toledo. Al poco tiempo les permitieron a sus padres visitarlo. A la salida, la madre, cuando no se había alejado más de un kilómetro del centro de rehabilitación, sufrió un infarto y falleció. El marido, y padre de Domingo y María Luisa, murió de tristeza al cabo de dos meses. Al poco tiempo, al ver que no había reversión alguna, trasladaron a Domingo a Cantabria con su mujer y su hija. Estuvo ocho años postrado, impedido, con cientos de dolores repartidos por su inmóvil anatomía, 100% dependiente. Al final, su hermana nos cuenta que cientos de veces se arrepintió de haber pedido a Dios que salvara a su hermano Domingo porque aquellos ocho años fueron un sinfín de padecimientos, congojas y todo el muestrario imaginable de dolores.
En ese atentado participó el homenajeado en Santutxu. Cuando se hace una kalejira con txistus, ikurriñas y el ínclito va entre laureles, recibiendo aplausos y vítores, y detrás hay decenas de personas con carteles alusivos a los presos de ETA, es natural pensar y sentir lo que la mayoría de esta sociedad siente y piensa: la exaltación de la persona que no es famosa por su altruísmo, sus investigaciones ni por sus publicaciones, no, sino por haber contribuido desde ETA a la lucha contra la represión española, con cuatro cadáveres en su haber. Tontos no somos, la verdad.
El descargo que hace ese mundo es que se trata del cariño que se le profesa a una persona que sale en libertad después de tanto tiempo. Y, a quienes criticamos estas exaltaciones de la violencia, nos hablan, además, de falta de empatía por no entenderlo, por no acercarnos a la realidad de esa persona y sus carencias afectivas y su familia. Dicen que no entendemos nada. Nos reprochan falta de coraje para la convivencia y que lo único que nos mueve es la venganza y que los presos no salgan nunca. Argumentan que el recibimiento no es un homenaje a lo que ha hecho fuera de la cárcel, sino a lo que le han hecho dentro de ella. Es decir, si hay recibimiento y tamboril es porque el resto del mundo lo ha tenido encerrado ahí dentro, con lo bien que habría podido estar fuera. Y no sé por qué, pero me viene a la cabeza el reproche del verdugo, culpándonos de nuestro desatino y de su azarosa obligación de afilar su instrumento, que ya nos vale lo malotes que somos.
Y ahora nos invitan al alarde solidario en favor de Henri Parot. Pues no tiene un pase.
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