Con la perspectiva de una coalición de centro-izquierda en Alemania a partir de las elecciones del domingo, el programa de Olaf Scholz (SPD) con una fiscalidad «menos favorable a la competitividad» abre la expectativa de un reequilibrio en Europa. Anuncia una reinstauración del impuesto ... sobre las fortunas en su país, un aumento del salario mínimo en un 25%, el descenso de la fiscalidad de los sueldos medios y bajos... Medidas redistributivas y de escaso impacto en el dinamismo de la economía.
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En la última década Alemania se ha impuesto como el gran motor de la UE. Los dieciséis años de mandato de Angela Merkel la han colocado como la cuarta potencia económica mundial y el tercer exportador del planeta con la quinta tasa de paro más baja de la Unión. Al igual, pobreza y desigualdades han ganado espacio. Y un epílogo: la pandemia y las inundaciones han puesto fin al excepcional crecimiento de la era Merkel.
En la despedida de su canciller, los alemanes descubren que su Estado -tan ejemplar por su riguroso freno al endeudamiento- no está a la altura de los retos del siglo. Personalidades del mundo empresarial han expresado su estupefacción por la deficiente respuesta de los poderes públicos ante la pandemia. Wolfgang Reitzle, del grupo químico Linde, ha declarado a 'Die Welt' que «Alemania necesita una reconstrucción». «Una burocracia anclada en la edad del fax, un retraso bestial en lo digital, infraestructuras y escuelas ruinosas, sistemas de alarma inexistentes son algunos de los déficit vergonzosos para un país industrializado de primer orden».
El Gobierno de Merkel se ha caracterizado por una gestión en pequeñas etapas. Muchos le reprochan -contrariamente a su reputación como «gestora de crisis»- haber actuado a menudo bajo presión de circunstancias, y demasiadas veces tarde. Persisten razones profundas más allá de la personalidad de la dirigente. La cultura política alemana sigue impregnada de una concepción de la acción pública reticente al riesgo. «El valor central es la regla», explica el economista Schularick. «Fijar las reglas es protegerse de las crisis. Sabemos a dónde nos arrastraron en los años 30».
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Ejemplo de buena regla, una de las reformas simbólicas de Merkel: el freno a la deuda. Este procedimiento, inserto en la Constitución desde 2009, limita el déficit estructural al 0,35% del PIB para el Estado federal y prohíbe a las regiones todo déficit estructural y, con ello, cualquier recurso a los préstamos, excepción hecha de una crisis aguda. El estricto equilibrio de las cuentas públicas es el verdadero descriptor identitario de la CDU de la todavía canciller. Lo grave es que esta ortodoxia financiera ha servido de brújula para las políticas europeas especialmente en el paso de Wolfgang Schauble -actual presidente del Bundestag- por el Ministerio de Finanzas de 2009 a 2017. La política de austeridad se ajustaba a los intereses alemanes y a las convicciones de Merkel, pese al sufrimiento de las naciones del sur de Europa.
Superamos la crisis del euro, la de la deuda griega, estabilizamos la moneda y comprobamos las limitaciones del 'merkelismo'. Los centros de pensamiento definen éste como el arte del compromiso y de la búsqueda del equilibrio entre intereses divergentes. A su creadora, como una tacticista que ha hincado la Alemania reunificada en la Europa ampliada, que ha permitido salvaguardar la unidad de Europa cuando pudo fracturarse.
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Fiel a su método, la mandataria observa la tectónica política de su rededor, toma su tiempo hasta metabolizar la trascendencia del desafío que espera. En mayo de 2020, Merkel rompió con la Alemania miedosa. «Los que esperan y ven a sus socios hundirse serán acusados de responsables de la desintegración de la zona euro», escribía 'Der Spiegel' el 29 de marzo. El riesgo de no hacer nada era mayor que cualquier movimiento. Merkel acepta la emisión de una deuda europea común y la canalización del dinero como subvenciones. «Los fondos son una respuesta particular a una situación particular», resumía la convertida dirigente en su estilo. Honesto pragmatismo.
El 'merkelismo' es también una política exterior esencialmente guiada por el interés económico alemán. «Falta una directriz a esta política compartimentada y dominada por sus intereses industriales, energéticos o estratégicos», avisa el Instituto Montaigne para el tiempo post-Merkel. Arrastra a la Unión en serias contradicciones: lograr la unanimidad de los Veintisiete sobre las sanciones contra Rusia cada seis meses desde 2014 imponiendo a la vez el gaseoducto Nord Stream 2; forzar el 31 de diciembre de 2020 un acuerdo global de inversiones entre la UE y China, contestado por el Parlamento europeo en razón del deterioro de las relaciones con Pekín; abrir la puerta a un millón de refugiados en 2015 sin fraguar un acuerdo europeo sobre un régimen común de asilo, barriendo la solidaridad hacia Turquía o Libia… La credibilidad geopolítica de Berlín es débil.
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Mujer de convicciones, política con su propia marca, echaremos algo de menos a la europea canciller Merkel. Haría falta que su sucesor supere las ambivalencias del 'merkelismo'.
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