Urgente Retenciones en el Txorierri por la avería de un camión

Era una tarde gris, típica bilbaína. Subía nervioso al despacho del lehendakari Ardanza en una céntrica calle de la villa. Esperando en la antesala, pensaba en el respeto que me producía conocer a alguien a quien desde niño recordaba en mi imaginario personal. Llegado el ... momento, abrieron la puerta y me indicaron que entrara. Allí estaba de pie, junto a los cuadros que proclamaban sus nombramientos como lehendakari y a una ikurriña.

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Era como me lo imaginaba, solemne y a la vez amable. Enseguida nos sentamos en su mesa y le expliqué el motivo de mi visita. Quería pedirle que nos aceptara, a un pequeño grupo de jóvenes, para realizar un plan de formación. Contarnos su historia que, a su vez, era también nuestra historia. La historia contemporánea de nuestro país.

En «los días que cambiaron su vida», Román Sudupe le comunicó que había sido propuesto como lehendakari

Ardanza aceptó con orgullo que gente joven quisiera dedicar su tiempo a la transmisión de sus valores, experiencia y visión personal del pasado, presente y futuro del estado de las cosas. De esa forma, comenzamos aquella inolvidable aventura.

A medida que avanzaba el tiempo, lo que más me llamó la atención de Ardanza fue que era una persona de paz. Era un hombre de democracia, de respeto y de concordia. Él tendía puentes, no construía muros. Todos conocen los éxitos de su política y gestión, pero son los valores que le inspiraban la razón por la que he querido dedicarle estas palabras.

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Como recordaba el obispo Joseba Segura en el emotivo funeral celebrado en Elorrio, la virtud más grande que una persona puede tener es la capacidad de servir a los demás (de forma pública o privada). Y José Antonio era un hombre que sirvió a su comunidad legándonos a generaciones como la mía un país más justo, próspero y pacífico.

Recordando la paternidad del lehendakari sobre cuestiones como las primeras medidas contra la exclusión social y la disruptiva lucha contra el sida, me acuerdo de que me producía un profundo orgullo y respeto escucharle hablar sobre esos temas. Ardanza transmitía humanismo. Además, un humanismo que no reñía con su exigente visión sobre el esfuerzo, la creación de riqueza y la prosperidad. Él me enseñó, como bien repetía, a «distinguir lo urgente de lo importante». El lehendakari era un hombre pragmático que siempre tenía un consejo inteligente y prudente ante cualquier consulta personal, profesional o política que le hiciera. Alguien que fue para mí, junto a otros, referente.

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Por otro lado, Ardanza fue un hombre con un coraje de magnitudes colosales. Recuerdo de manera especial cómo nos narraba los «dos días que cambiaron su vida», cuando Román Sudupe le llamó para que se acercara a Bilbao y comentar la situación tras la salida del lehendakari Garaikoetxea. Al llegar, se le comunicó que había sido propuesto por unanimidad para asumir la presidencia del Gobierno vasco. Después de su primera declinación, el lehendakari comenzó a recordar a quienes habían dado su vida a lo largo de la historia por el país, para terminar aceptando aquella suprema responsabilidad en aquella oscura etapa de nuestra historia.

Sirvió a su comunidad, legándonos un país más justo, próspero y pacífico

En la Casa de Juntas, bajo el árbol de Gernika, Ardanza reprodujo, el 26 de enero de 1985, el juramento que en 1936 había realizado José Antonio Aguirre. Eran los 'años de plomo' y de un convulso clima social y político. Aquel año ETA asesinó a 38 personas y secuestró a tres empresarios vascos. Ardanza se había colocado una diana tras la espalda. Recuerdo sus estremecedoras palabras cuando nos contó cómo vivió el primer atentado mortal como lehendakari. Qué injusta es la violencia. Creo que el sacrificio que realizó aceptando el cargo (y sus cargas) quedará grabado en la conciencia colectiva de nuestro pueblo. La historia agradecerá a Ardanza su generosidad.

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Durante el funeral pude recordarle, honrarle con mi oración y dar gracias por su vida. Valgan estas palabras para que generaciones venideras podamos conocer un poco más sobre quién fue José Antonio Ardanza Garro, Lehendakari de Euzkadi, ya que lo que se recuerda no morirá nunca.

Jainkoa lagun, esan dagigun, agur egun handi arte!

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