Ni Alan Turing podría con el programa Erasmus

Johnson, que anunció que seguiría con el modelo de intercambio, comete un error estratégico para el futuro de la educación británica

Jueves, 31 de diciembre 2020, 00:03

La película 'El Código Enigma' narra la vida de Alan Turing. Este británico, nacido en 1912, es considerado el precursor de la informática moderna. En la Segunda Guerra Mundial logró descifrar los códigos nazis, en especial los de la máquina Enigma. Por ello, la paz ... que atraviesa el mundo desde hace más de 75 años le debe mucho. Quién le iba a decir a Turing que daría nombre, varias décadas después, al nuevo programa internacional de movilidad que tras el Brexit creará el Gobierno británico. Y es que el acuerdo de Nochebuena de 2020 marcará para la historia el día en el que Reino Unido formalizó su salida del programa Erasmus.

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Debo confesar que me ha sorprendido el desenlace. En repetidas ocasiones, el propio Boris Johnson ha anunciado que el programa de intercambio que tanto ha aportado social, cultural y educativamente a Europa y sus ciudadanos no corría peligro. Simplificando mucho, el programa Erasmus, más allá de la dotación económica mensual que reciben los estudiantes a cargo del presupuesto europeo, facilita la movilidad y su gestión. A las universidades nos estandariza las tareas. Intercambiar créditos, formalizar los acuerdos y certificar el periplo de estudio es bastante más fácil.

Es verdad que hay otro tipo de acuerdo para la movilidad fuera de Erasmus: el bilateral. Éste, al no ser parte de un programa multilateral como Erasmus, requiere un mayor trabajo. También nos complica encontrar una beca de apoyo para el estudiante. Sabedores de este déficit, el programa Turing estará dotado con cien millones de libras anuales (110,7 millones de euros). Además, dicen que abrirá las puertas a las mejores universidades del mundo. Permítanme que muestre mis dudas sobre el planteamiento en cuatro puntos: (1) Viabilidad operativa y administrativa; (2) Movilidad social; (3) Reciprocidad en el intercambio; (4) Geografía. Vayamos por puntos.

En primer lugar, creo que están infravalorando la tremenda gestión que requieren los acuerdos bilaterales. Acordar la transferencia de créditos (asignaturas cursadas y aprobadas en destino), la oferta lingüística (un reclamo muy habitual en estos estudiantes) o el calendario académico, por citar los más relevantes, lleva un tiempo. Máxime en destinos como Estados Unidos, Canadá o Australia, que tienen una ordenación académica, calendario escolar y requisitos diferentes. Además de ser universidades muy demandadas. A Oxford y Cambridge les resultará fácil. Pero a partir de ahí hay un largo listado de universidades que tendrán que competir por las pocas plazas disponibles.

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En segundo lugar, uno de los elementos que Erasmus más ha facilitado: la movilidad social. La evidencia empírica alrededor de lo que aporta una experiencia internacional es amplia y sólida. Ayuda a desarrollar una mayor confianza en uno mismo, amplía conocimientos desde la diversidad y aporta una mirada intercultural para un mundo globalizado. Erasmus aporta este desarrollo dando más beca a los que más lo necesitan (y viceversa). El esquema Turing pudiera replicar un esquema social idéntico, pero estaría siempre condicionado al punto número uno: que existan buenos destinos.

En tercer lugar, la reciprocidad en el intercambio. Simplificando mucho, al ser un intercambio gratuito para las familias (no hay coste adicional), las universidades cuidamos mucho las relaciones. Buscamos un equilibrio en los flujos de intercambio (entrada y salida). Reino Unido tiene tres desventajas en este nuevo punto de partida: es un país con un coste de vida alto, los visados de estudios veremos cómo quedan y parece que el esquema Turing no cubrirá a los estudiantes que vayan a Reino Unido. Muchas dificultades para favorecer la reciprocidad.

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En cuarto y último lugar están los caprichos de la geografía. Los destinos cultural y lingüísticamente más cercanos a las islas británicas, fuera de Europa, tienen océanos e incluso continentes por medio. Eso implica grandes diferencias horarias para gestionar todo (lo que dificulta la conciliación), costosos viajes de desplazamiento y, sobre todo, contextos educativos diferentes.

En definitiva, creo que es un error estratégico para el futuro de la educación británica. Lo más probable es que el esquema Turing cueste tanto como Erasmus, pero no consiga replicar sus beneficios sociales, culturales y educativos. La democracia nos ha vuelto a traer una paradoja: esos jóvenes británicos que no votaron en referéndum o votaron 'no' podrían pagar una factura muy cara. La experiencia de movilidad internacional es algo más que pasar fuera de casa un semestre. Es abrirse a un mundo que inexorablemente, y pandemia mediante, será más global e intercultural que nunca.

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