La peor profecía pesimista que se hubiera formulado para Occidente -es decir, para Estados Unidos y también para nosotros los europeos- se ha visto superada por la realidad. Con los atentados del 11-S, surgió el espectro del terrorismo islámico, apuntando a un conflicto mundial ... de nuevo tipo, por una sucesión indefinida de actos de terror. Con la emergencia del Estado Islámico la amenaza pareció convertirse en realidad, pero al final la asimetría militar decidió, a pesar del error estúpido y criminal de Bush en Irak. Por fin la victoria de los talibanes, favorecida por Trump, llevó a una derrota de gran importancia simbólica. Gracias a Trump también Irán avanza hacia el poder nuclear y la democracia americana hacia el abismo.

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Mientras tanto surgieron dos alternativas al 'nuevo siglo americano', procedentes además de dos eximperios comunistas, y por ello dotados de una profunda hostilidad, no solo contra EE UU sino contra el sistema de valores occidentales. En el caso de la antigua URSS, fue infravalorada la vocación agresiva de Vladímir Putin y nadie tomó precauciones respecto de su posible respuesta a una expansión de la OTAN hacia el Este, dirigida a las dos nacientes e inseguras democracias de Georgia y Ucrania. En buen discípulo de Stalin, Putin esperó con paciencia, amparando a la secesionista región georgiana de Osetia del Sur, con la distribución de pasaportes rusos, hasta que el presidente georgiano cometió en 2008 el error suicida de invadirla. Putin respondió a su vez con la invasión militar de Georgia, mutilada desde entonces y marginada de la OTAN.

Y cuando la movilización popular derribó al presidente vasallo de Kiev, no sin que antes su opositor fuera víctima de envenenamiento, nuevo golpe en 2014: conquista de Crimea y secesionismo armado de las regiones rusas de Ucrania. Al tratar de nuevo una presidencia democrática en Kiev de acercarse a Europa, Putin llevó un ejército a la frontera, anunciando su voluntad de acabar con Ucrania. Los ucranianos son nazis y Putin, enérgico patriota ruso, dice la intensa campaña de intoxicación 'made in Moscú', presente entre nosotros.

En realidad, según advirtió Hillary Clinton, estamos ante un 'remake' de la estrategia hitleriana en los años 30, con sucesivos órdagos para avanzar, teniendo en cuenta la lógica reticencia occidental a una guerra. Al mismo tiempo, Putin elimina los residuos de pluralismo, prohibiendo 'Memorial' y volviendo a la gran mentira de la autoría nazi de la matanza de Katyn. Rusia deviene una autocracia agresiva, en su camino de retorno a la URSS.

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La gravedad de la amenaza se ve doblada por el implacable avance de la represión y del autoritarismo en China. Xi Jinping ejerce un poder más sólido que Putin, no necesita eliminar al oponente Navalni, porque su control sobre la sociedad china, todo un modelo de totalitarismo, es absoluto y puede apoyar la expansión sobre la hegemonía económica. Pero los rasgos son comunes: la violación del acuerdo sobre Hong Kong es paralela a la eliminación de disidentes y residuos democráticos en Rusia. También comparten Xi y Putin los pilares de su legitimación ideológica como posibles agresores. Son montajes similares a los utilizados por las potencias fascistas hasta 1939. El argumento central conjuga humillación y sentimiento de verse amenazados. Un gran pasado histórico, plataforma de exaltación nacional, habría sido sepultado por el imperialismo occidental, que ahora trata de impedir la necesaria restauración del propio imperio. Amenazando a China desde Taiwán y a Rusia desde la OTAN y Ucrania.

No importa la ausencia de intervenciones occidentales en tiempo reciente, ni cuenta el belicismo chino y ruso. El solo hecho de oponerse a la anexión de Taiwán y Ucrania, ambas «partes indisolubles» de China y Rusia respectivamente, es ya una conducta inadmisiblemente agresora. Solo vale el abandono, visto bueno para futuras expansiones. Se trata de una paradoja pragmática, donde Occidente, y con él en este caso la democracia y la convivencia internacional, siempre resultan perdedores, cualquiera que sea la opción tomada, siendo además preciso seguir apostando por la coexistencia pacífica.

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En las circunstancias actuales no existen alicientes para que Rusia y China, por separado o en concertación, avancen hacia una guerra a corto o a medio plazo con Ucrania y Taiwán como objetivos. La superioridad militar norteamericana sobrevive respecto de ambos imperios, aunque limitada en términos geoestratégicos por su distancia de las zonas de conflicto. Más compleja es aún la situación de la UE, fronteriza con Rusia y dependiente de Estados Unidos para la estrategia militar. En cualquier caso, el verdadero peligro reside en el carácter esencialista, estrictamente ideológico, de las aspiraciones conquistadoras de China y Rusia. A medio plazo, los antecedentes de 1914 y 1939 no favorecen el optimismo.

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