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Ahora, cuando quienes fueron sus defensores quieren diluir el trágico recuerdo de ETA en ese turbio saco de descrédito en el que se ha convertido el franquismo, en esa confusión en la que la ilegitimidad del sistema legitimaba cualquier reacción, cabe recordar que ETA fue ... una organización terrorista que se enfrentó, principalmente, a la democracia. Solo 43 de sus 857 asesinatos fueron perpetrados en vida de Franco. ETA fue enemiga de la democracia y enemiga también del pueblo vasco.
La democracia española tuvo que hacer frente desde el primer momento a un enemigo cruel que se había constituido en la que sería la organización terrorista más longeva y con mayor apoyo social de la historia de España. La forma en la que se afrontó el reto incurrió en algunos errores que el tiempo nos permite ver con mejor perspectiva y de los que se pueden extraer conclusiones para entender el pasado y preparar el futuro.
Durante los gobiernos de Suárez se permitieron dos tipos de errores; por un lado, la aparición de grupos violentos que desde la indolencia del poder perpetraron atentados mortales de modo indiscriminado y criminal que no sirvieron para amedrentar a los miembros de ETA, pero sí que ayudaron a que una parte de la población simpatizara con la organización terrorista. Fueron los años en los que fuerzas parapoliciales, con distintas denominaciones, llegaron a asesinar a 18 personas entre 1975 y 1981. Por otra parte, el Gobierno de Suárez, tras la amnistía de 1977, siguió apostando por las medidas de gracia para los miembros de ETA que abandonaran la actividad terrorista. Esa política de negociación con ETA dio escasos resultados, ya que solo una pequeña parte de ETA (pm) se sumó a los acuerdos entre el Ministerio del Interior y Euskadiko Ezkerra, pero dio lugar a dos efectos negativos.
De un lado, que desde ETA se concibiera que el abandono de las armas era causa suficiente para la exoneración de responsabilidad penal, como algunos de sus simpatizantes siguen invocando para los miembros que siguen presos. Por otra parte, aquel acuerdo condujo a que muchos de los crímenes perpetrados por los polimilis sigan sin resolverse a día de hoy como consecuencia de la laxitud policial, y también judicial, con la que se instruyeron los procedimientos contra los terroristas responsables.
Los gobiernos de Felipe González volvieron a incurrir en los mismos errores, pero en esta ocasión con la agravante de reincidencia y de mayor abundamiento. Abundó en la guerra sucia, que identificada en esta ocasión como los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), cometió 27 asesinatos, pero, por otra parte, se sucedieron las comisiones negociadoras entre ETA y el Gobierno que no condujeron a ninguna renuncia de la violencia por parte de la banda. De nuevo la imagen de ETA se reforzaba entre sus bases y se mantenía abierta la esperanza para que el grupo terrorista lograra algunos de sus propósitos gracias al fruto de la negociación.
Los gobiernos de Aznar acabaron con la guerra sucia. El modelo de combate contra el terrorismo era el del reforzamiento de los recursos policiales y el endurecimiento de la legislación antiterrorista. Por ello, hubo resistencias internas a la decisión de entablar conversaciones con la cúpula de ETA. De aquel proceso, que tuvo lugar en Zúrich, tampoco salió ningún acuerdo que acabara con ETA, pero aún resuenan las palabras de las que más se habrá arrepentido José María Aznar al llamar a ETA «movimiento vasco de liberación».
La conclusión de aquel proceso, reforzado por el creciente rechazo social a ETA, era que solo desde la legalidad y solo desde el rigor cabría lograr el final del terrorismo. Pero Zapatero volvió a tropezar en la apertura de negociaciones con ETA, que concluyeron con el atentado terrorista de Barajas. Un crimen que puso fin, definitivamente, a la salida negociada.
Cuando ETA entendió que se acababa toda esperanza y que cada una de sus acciones conducía a la frustración y a la encarcelación de sus militantes, escribió un guion que relataba un final en tablas. El guion se interpretó en Aiete y llevaba el nombre de Conferencia Internacional de Paz. Hay quienes compraron entradas para esa obra de teatro, pero hubo menos público que actores. Todos sabemos que el final de ETA no fue Aiete, particularmente, porque la posterior entrega de las armas se hizo sin el concurso del Estado, que despreció aquella actuación cuyo propósito era el de dar un final digno a quienes tanto daño hicieron a Euskadi y a España.
La lucha contra ETA nos hace ver que de nada positivo sirvieron los esfuerzos por entablar negociaciones y tampoco la arriesgada ponzoña que fue la guerra sucia. Todo pasó por algo tan poco épico, tan gris, tan antiheroico y, al parecer, tan difícil como no hacer nada, nada diferente a aplicar la ley y el Estado de Derecho.
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