Si hay un fenómeno que destaca por haber irrumpido en la sociedad, de repente, ocupando un lugar destacado entre las conversaciones y las preocupaciones de la gente, es el de la inmigración. Y eso que nos ha acompañado desde hace mucho. El País Vasco vivió ... un fenómeno importante de inmigración en los años 60 y también ha sido tierra de emigración en diferentes momentos. No hay país, más desarrollado o menos, que no haya participado en este fenómeno en la era moderna y, a veces, alternando posiciones, como receptor y como emisor.
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Lo que ha cambiado ahora es la mayor magnitud y generalidad provocadas por las sucesivas crisis en los territorios de origen (guerras, pobreza, sequías, sobrepoblación). Y todo esto, coincidiendo con las necesidades de reposición demográfica que vivimos en los países ricos y envejecidos de Europa. También ha contribuido al aumento de la alarma por la inmigración la irrupción de nuevos partidos y nuevos modos de hacer política, utilizándola para conseguir adhesión de los votantes. Esto no ocurrió con la oleada de inmigración en España de comienzos de los años 2000.
Hay una gran atención a las circunstancias de este fenómeno, especialmente a las más negativas (la tragedia continua en el mar, la delincuencia, la explotación, la irregularidad) y pasando por alto lo más positivo (que la mayor parte de la inmigración es legal, su alta tasa de empleo y alta aportación a impuestos y a la riqueza y el bienestar). Pero es menor la atención dedicada a imaginar y gestionar cómo debe ser la sociedad del próximo futuro, en la que las personas inmigrantes ocuparán, inevitablemente, un lugar muy importante. Euskadi ha sido capaz de crear una sociedad avanzada, con alto bienestar y buenos niveles de cohesión social tras el impacto, entonces desordenado, de una inmigración muy importante hace pocas décadas. Que consigamos hacerlo igual de bien o mejor, con unas características culturales mucho más complejas que entonces, exige una acción más ordenada e intensa de muchos agentes sociales: instituciones y partidos, empresas y sociedad civil.
Llamo la atención sobre el papel de la empresa en la construcción de una sociedad futura integrada y cohesionada. No hace tanto, las compañías más importantes del país, con visión de futuro, construían viviendas, economatos y escuelas para sus trabajadores. En los años del 'boom' de la inmigración en Euskadi, el trabajo y el salario fueron los ingredientes primarios para una existencia digna. En esta nueva etapa de la inmigración, las empresas tienen un papel mayor, dada su mayor complejidad, se necesita más previsión y profesionalidad. El lugar de trabajo será el lugar de la socialización primaria, donde es necesario alinear idioma, cultura de trabajo y de relación, y donde se forjarán relaciones personales que perdurarán.
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Cabe destacar el informe de Orkestra de este año, que dedica una mirada profunda a la importancia de este fenómeno para las empresas y para este país. En este sentido, hay que destacar la voluntad de las cooperativas de Mondragón, declarada por su recién incorporado nuevo presidente, de trabajar en la integración de las personas migrantes como parte de la política socioempresarial de los próximos años.
Las formaciones políticas y las instituciones vascas tienen mucha responsabilidad, y trabajo, para liderar a la sociedad en la construcción de la sociedad del futuro y para humanizar hoy la gestión de la inmigración, aunque al hacerlo afrontarán riesgos frente a los mensajes del miedo que emplearán algunos para conquistar mayores espacios. Pero, por otra parte, ¿a quién votará esa gran cantidad de nuevos ciudadanos?
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Hay muchos otros apelados a la tarea de anticiparse y a dar un paso para conformar la nueva sociedad: la sociedad civil. El vecindario, la calle, el barrio, la escuela, las asociaciones, los clubes... En estos escenarios es donde se representará una cultura mixta, con zonas de diferente calor, diferentes idiomas, creencias… y un buen resultado final descansará en gran medida en el esfuerzo de muchas personas a lo largo del tiempo, en muchos sitios, para que nadie se sienta excluido.
Todo esto requerirá que cuestionemos nuestras creencias actuales. Debemos apostar por la tolerancia, ¿pero sin aceptación plena? Por la integración, ¿pero que exija el abandono de sus culturas? Por la convivencia, ¿pero segregados? Los 'muros' y 'guetos' que construyamos en nuestra sociedad o la falta de un trato humano y digno con los inmigrantes pueden ser una tentación de quienes creen que es un modo de alejar, de reducir los problemas, dándoles la espalda. Hay muchos casos en otros países que nos muestran que esas políticas han desembocado en problemas persistentes de discriminación y convivencia.
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En todo caso debemos pensar en la sociedad que construimos a largo plazo, en las generaciones futuras que heredarán los frutos de nuestras acciones. Si queremos una sociedad de bienestar para la gran mayoría, empecemos a actuar desde ahora.
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