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En estas fechas es noticia recurrente la revisión de las previsiones de crecimiento de la economía. La atención se centra en que las recientes estimaciones apuntan a un crecimiento del PIB más bajo. Incluso nos inquieta el riesgo de recesión. Es natural, hay muchas cosas ... importantes que se derivan del crecimiento; entre ellas, la variación del empleo o del bienestar económico. Sin embargo, pocas veces vemos que se ponga en relación el crecimiento de la economía con la sostenibilidad, ni siquiera a medio plazo. Precisamente ahora, cuando las alertas sobre el clima y el medio ambiente crecen de forma aguda, la ONU acaba de urgir a los países a que aceleren la agenda para cumplir con los objetivos de reducción de emisiones de CO2. La crisis climática es aguda. En palabras del secretario general, Antonio Guterres, «la Humanidad ha abierto las puertas del infierno». Pero parece como si los indicadores sobre la economía, los deseos y las expectativas sobre su evolución futura no tuvieran nada que ver con eso, que no necesitaran revisarse.
Planea una convicción (que es más un deseo) de que el desarrollo tecnológico encontrará las soluciones necesarias, y a tiempo, para que nadie tenga que renunciar a su nivel de consumo ni a sus expectativas de aumentarlo, amén de poder hacerlo sin gastar más por lo mismo, manteniendo la inflación en torno al 2%. El desarrollo de vacunas eficaces para acabar con la pandemia del covid y su distribución masiva, en un tiempo récord, es uno de los logros que pueden alentar esta convicción optimista. Sin embargo, hay que ser muy optimista, un iluso diría yo, para pensar que lo más probable es un escenario futuro sin cambios, del tipo 'no será necesario que renunciemos a ningún consumo importante; más aún, podremos seguir creciendo'.
Las personas que vivimos en los países ricos somos responsables de la mayor parte de un impacto medioambiental profundo y que tendremos que soportar toda la Humanidad. La fecha del teórico 'agotamiento' de los recursos que es capaz de generar el planeta en un año fue el pasado 2 de agosto. Un momento que cada año es más temprano. Esta fecha está condicionada por los más ricos, pero hay miles de millones de personas que esperan tener derecho a su parte de bienestar material, siguiendo el modelo que seguimos los 1.000 millones más privilegiados.
Si hay un camino de transición hacia una situación más sostenible, una de sus claves fundamentales será la de crear modos de mejorar el bienestar de la población que no sean a costa de estropear lo que necesitamos para el futuro. Con menor uso de recursos materiales, mayor duración y circularidad de los mismos, a pesar de contar con una población creciente. Para facilitar esa transición, una de las cosas que se muestran imprescindibles es que quienes usamos conceptos e indicadores económicos utilicemos los más alineados con estos objetivos. Si elegimos indicadores que no recogen bien el objetivo, erraremos el rumbo, tomaremos decisiones equivocadas.
Así, el llamado Producto Interior Bruto (PIB), empleado desde hace casi cien años, es uno de esos indicadores que están muy arraigados en la política económica de gobiernos, entidades e instituciones públicas y privadas. A pesar de que existe un consenso general acerca de las limitaciones de este indicador, sigue siendo el que monopoliza el debate sobre el crecimiento de la economía.
Por ejemplo: el petróleo del 'Prestige' sumó al PIB de Rusia, el país que lo extrajo, y volvió a sumar al PIB de España, y de los países vecinos, por los trabajos de descontaminación de su vertido. Cuando, en realidad, el mundo perdió un capital natural importante por su extracción y posterior vertido contaminante. Si el indicador que usamos como referencia económica general no tiene en cuenta si el producto contabilizado es o no sostenible, o no contabiliza actividades no retribuidas pero que generan bienestar, como el cuidado, es difícil que la sociedad, incluso la parte gobernante, sea verdaderamente consciente de si se produce un avance o un retroceso en los objetivos de transformación.
Incorporar cambios en el modo de obtener información económica más integrada con los objetivos de sostenibilidad es necesario también para que los ciudadanos personalicemos los efectos de nuestro consumo. Igual que servirá para aplicar una fiscalidad que tase costes medioambientales que, de otro modo, no pagamos en los precios. Son pasos importantes para conseguir cambios en las conciencias y en los comportamientos de consumo que permitan que la sociedad avance en esa dirección sin involuciones negacionistas.
La Unión Europea ha decidido, hace pocos meses, financiar un estudio sobre la viabilidad del decrecimiento, compatible con un mayor bienestar de los ciudadanos. Veremos cuál es el resultado, pero seguro que, entre otras muchas cosas, nos llevará a modificar los indicadores y el lenguaje con los que nos referimos a la marcha de la economía y el bienestar de los ciudadanos.
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