A partir de mañana, en la farmacia ya no le aceptarán los siete u ocho euros de rigor por el test de antígenos. «Son 2,94 euros», le dirá novedosamente el farmacéutico. Como es natural, identificando al instante lo que parece un inesperado episodio de ... regateo inverso, usted se verá obligado a reaccionar para salirse con la suya, que es al final lo que importa en esta vida: «4,56 euros por el test y ni pa ti ni pa mí». Bien, por más que sea comprensible la sensación de estar de pronto en un zoco -un lugar en el que los precios fluctúan de un modo prodigioso y en el que invariablemente palmas tú-, desde aquí rogamos a la población que evite el regateo al alza en la compra de test de antígenos. El espectáculo causaría gran expectación y deben evitarse las aglomeraciones en sitios cerrados.
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La repentina rebaja en el precio de las pruebas no es casualidad. Es el Gobierno interviniendo con decisión apenas seis meses después de que los test llegasen al fin a las farmacias. Hay que recordar que en la Navidad de 2020 esos mismos test eran para el mismo Gobierno poco fiables y peligrosos. Ahora son tan necesarios que debe garantizarse su acceso a un precio conveniente. La tardanza en conseguirlo se explica porque la prioridad era hasta ahora «asegurar el suministro». Eso explica sin duda que en diciembre no se suministrasen test en las farmacias. Fue entonces cuando la gente los necesitó para juntarse con la familia y los pagó a precios estratosféricos tras búsquedas desesperadas. Se habla mucho de la salud mental y poco de la paciencia. Cuando la ministra Darias anunció ayer que los test pasan a costar un máximo de 2,94 euros, el país se sumió en un cálculo mental que empezaba mal: ¿a ver cuánto he pagado yo de más? Pues los vascos casi dos millones en Navidad, contando con que el test lo encontrasen a cinco euros. Si no lo encontraron, o si apareció el estornudo preocupante antes de cenar con la abuela, muchos vascos se cogieron un taxi y se fueron a hacerse las PCR que fuesen necesarias a un laboratorio privado ante cuyas puertas -y esa es otra- se organizaron colas resignadas, silenciosas y kilométricas. Que el autocuidado sale por un pico debe de ser una de esas evidencias científicas incuestionables que ahora tanto se veneran.
Johnson
A Boris Johnson le atizan hasta los suyos. El diputado conservador Roger Cole lo define como «un muerto viviente». Pues a mí no me parece bien aludir así al aspecto de la gente. Ha llegado el momento de defender a Boris. Lo suyo es lo del vídeo famoso aquel: si ya saben cómo es, ¿para qué lo nombran presidente? Boris Johnson sostiene que en ningún momento pensó que aquello de estar en el jardín tomando unos tragos no fuese una reunión de trabajo. Bueno, pues ni siquiera es la peor excusa política de la historia. Esa la dio en 2013 el alcalde de Toronto, Rob Ford. Tras negar varias veces los rumores de que apareciese drogándose en un vídeo, la grabación terminó en manos de media ciudad y tuvo que reconocer que había fumado crack, aunque negó tajantemente ser un adicto. «Solo debo de haberlo probado tras perder la consciencia en una de mis borracheras», tranquilizó entonces a la opinión pública.
Aragonès
No se parece a Elvis Pere Aragonès, pero se lo dice una y otra vez a Pedro Sánchez: «Es ahora o nunca». El president no se refiere a lo de abrazarse y besarse, mi amor no esperará, sino a lo de solucionar «el conflicto catalán». O sea, el referéndum. Aragonès entiende que el tiempo se agota ante la posibilidad de que llegue una nueva mayoría, demostrando que lo de que no hay que tener miedo a las urnas funciona como todo, según convenga. Sánchez podría contestarle en plan zen: quieto ahí, por eso que dices es precisamente por lo que no hay que hacer nada.
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