Hay tres razones para cesar a un ministro: que lo esté haciendo mal, que no esté haciendo nada o que lo esté haciendo bien. Las tres son poderosas e intercambiables, ya que la vida útil del ministro depende por completo de la conveniencia presidencial. Si ... todo fenómeno político debe observarse desde el punto de vista del poder, una remodelación ministerial debe observarse desde la cabeza del presidente. A partir de ahí, los demás solo fabulando podremos encontrarle sentido a que Miquel Iceta sea seis meses ministro de Política Territorial y Función Pública para convertirse a continuación en ministro de Cultura y Deportes. Aparentemente, lo de Cultura se explica porque a Iceta le van los haikus y lo de Deportes porque un tío suyo jugó en el Athletic.
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Ni siquiera es ese el misterio mayor que nos deja la crisis del fin de semana. No olvidemos el modo en que el ministro de Ciencia saliente, tan prestigioso, consiguió no tener el menor protagonismo mientras el país vivía una pandemia de la que nos está sacando precisamente la ciencia. Eso tampoco es fácil de conseguir. Y qué me dicen del descubrimiento de que el cerebro en la sombra, el estratega, el genio de la comunicación, escriba para despedirse un mensaje asintáctico de autoayuda con una caligrafía que transforma el tarjetón oficial en una servilleta de papel en la que se avisa de que se han encontrado unas llaves.
La crisis ministerial, tan extensa y sorprendente, sigue a la espera de significado y no conviene menospreciar la fuerza del fiasco o la evidencia de que los nuevos ministros estarán en dos meses para el arrastre. Las poéticas son mejores que los poemas y los análisis políticos mejores que la política porque rebosan sentido. Y eso suele ser exagerar. En un episodio de 'Sí, ministro', Sir Humphrey, el funcionario que interpretaba Nigel Hawthorne, tomaba una copa con el secretario del gabinete y le preguntaba por los cambios en el Gobierno. Confidencial y reticente, el secretario le informaba de que el responsable de Trabajo se iba fuera por dormirse en los consejos de ministros. «Creía que todos los ministros lo hacían», se sorprendía Sir Humphrey. «Sí, pero no mientras intervienen», respondía el secretario, agitando lentamente su copa de brandy.
EUROCOPA
Cameron es del Aston Villa, Blair del Newcastle, Major del Chelsea. A Boris Johnson le va el rugby. Siendo alcalde de Londres, decía que era de todos los equipos de fútbol de la ciudad. Sí, del Millwall y del West Ham vas a ser a la vez. Sin embargo, Johnson es famoso por cómo juega al fútbol: golpeando gente. Si hace el paripé con niños y un balón, los niños lloran. En 2006, jugando un partido benéfico, le hizo una entrada legendaria a Maurizio Gaudino. Búsquenla. Johnson corre hacia su víctima como un miura y lo placa (cabeza a la cintura, brazos a las piernas) como si estuviesen jugando a rugby. Bueno, pues adivinen quién ha sido el mayor futbolero de Inglaterra esta Eurocopa. Desde que la selección venció a Alemania en octavos, Johnson no se ha quitado la bufanda, la camiseta, la bandera... «Todos sabemos que te importa un pito el fútbol hasta que puedes obtener gloria a cambio», sentenció Lineker en la BBC. «Aburres, Boris».
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CUIXART
Jordi Cuixart anunció ayer un acto de Òmnium y se presentó del siguiente modo ante la prensa: «Con el convencimiento de que todo lo que hemos hecho es legítimo y, como es legítimo, también es lícito que lo volvamos a hacer». El truco es el de siempre, la sustitución del tipo delictivo por la intención poética, pero la provocación restalla. El Gobierno indultó a Cuixart contra viento y marea, y eso anuló la pena pero no el delito, o sea, lo ilícito, que en este caso, además, es lo ilegítimo porque Cuixart no representa ni de broma al pueblo catalán.
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