Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han pactado modificar en el Código Penal los delitos de injurias al Rey y ofensas religiosas con el fin -nos dicen- de posibilitar un debate público en libertad sobre esas cuestiones sin temor a acabar en el trullo o pagando ... una multa. La verdad es que ese debate ya existe sin necesidad de que Pedro y Pablo vengan a salvarnos ni de que firmen un histórico acuerdo nacional para posibilitarlo. Nadie teme en este país ser multado o enchironado por debatir ese tipo de asuntos de una manera civilizada y, de hecho, es lo que uno se propone modestamente en esta columna, no sin reparar en lo poco que tiene de inocente e impremeditada la misma operación de presentar juntas ambas cuestiones como si fueran de la misma naturaleza. Como si Dios fuera un Borbón al que se le pudiera dar la mano en una recepción del Palacio de Oriente o como si el Rey fuera un concepto teológico o un ente invisible, inaudible e intangible en cuya existencia se puede creer o no creer.
Sí. La confusión que se pretende con esta mezcolanza tiene un doble fin táctico y una misma finalidad estratégica de signo antisistema: magnificar la fuerza del catolicismo en un régimen aconfesional y una sociedad laica para cuestionar la calidad de nuestra democracia, a la vez que minimizar la gravedad de los insultos al jefe del Estado para socavar impunemente el orden constitucional, o sea la democracia de nuevo. La jugada no podía ser más insólita pues, homologando los ataques a la Corona y a la divinidad, quedan homologadas también ambas. Dicho de otro modo: la teocracia, expulsada por la puerta grande de la Ilustración y la democracia liberal moderna, regresa ahora por la ventana del izquierdismo populista y del ultragarantismo penal.
No. Religión y Constitución son cosas distintas. Dios y el Rey no son homologables, lo digan Pedrito o Pablito, Jomeini o Zumalacárregui. Si el Rey de España merece protección legal como mero sujeto de derecho que es y como el más alto representante que no deja de ser del Estado, lo que llaman «ofensas religiosas», por el contrario, sí deben ser despenalizadas porque no tienen su negociado en el terreno de la criminología sino en el de la teología. La Justicia juzga delitos, no pecados. Nos lo dicen tres evangelistas (Marcos, Lucas y Mateo) cuando recogen la sentencia cristiana de «al César lo que es del César». Y en el ámbito penal, el primer obstáculo con el se topa un juez es que Dios, el presunto injuriado, no puede comparecer como sujeto de derecho. Para ver a Dios declarando en un juicio hay que remontarse no a Willy Toledo sino al Toledo del siglo XVII y al Cristo de la Vega que descolgó el brazo de la cruz para declarar a favor de doña Inés en la leyenda que versificó Zorrilla. Por cierto, que el Cristo de la Vega declaró como testigo, no como denunciante, porque no era lo suyo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.