El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ha incoado un expediente para la declaración de las tapas como Patrimonio Cultural Inmaterial. No las tapas de los libros, sino las servidas en las barras de bar. No es una broma. La resolución, que puede leerse en ... el BOE, responde a un viejo anhelo de la Real Academia de Gastronomía y del gremio hostelero, aspiración que nuestro campechano ministro de Cultura ha hecho suya en reiteradas manifestaciones de patriotismo culinario.
Publicidad
Leyendo el texto no se acaba de saber muy bien qué es lo que se pretende coronar de laurel: si el producto o la costumbre, si las tapas propiamente dichas o el hecho -tan singular, al parecer- de ir de bares y consumirlas, actividad comparable a la asistencia a teatros, bibliotecas y salas de exposiciones. Avanza la cultura española en su marcha decidida a la modernidad, pero no hay forma de liberarla de un lastre de caspa que tira de ella hacia atrás, como una maldición heredada de otros tiempos que se recrea en considerar signo de identidad cultural todo aquello que recibe la bendición del turista.
La resolución oficial viene acompañada de una declaración de intenciones que parece encargada a la mano de un escolar tan goloso como indocumentado. Un escrito hueco de sintaxis torturada, plagado de tópicos y de conjeturas sin fundamento sobre el origen de esa cosa llamada tapa, que si se caracteriza por algo es por su propia indefinición. A lo impreciso de su nombre añade la tapa una vacilación conceptual, una variabilidad absoluta de rasgos en cuanto a materia, tamaño, modo de presentación, forma de explotación y, en fin, estándares de calidad. Hablar de tapas así en general es adentrarse en un incierto laberinto sin otra salida que la boca del consumidor. Se dirá que es precisamente esta condición polisémica lo que dota a la tapa de riqueza cultural. Podría ser. Al fin y al cabo lo mismo le ocurre a la poesía, el reino de la ambigüedad.
Pero si se pretendía equiparar el pincho de chistorra a la catedral de León y los boquerones en vinagre a la pintura de El Greco habría merecido la pena poner un poco más de cuidado en la redacción de la propuesta. Hay quien sigue viendo la Marca España más cerca de Manolo el del bombo que de la corrección en el uso de lengua castellana. Para ensalzar las tapas del bar de la esquina entre los amigos no es preciso hablar con ornato, pero otra cosa es cuando hay que defenderlas como producto autóctono de primer orden destinado a perdurar en los museos. Entonces conviene hacerlo con cierta elegancia y buen sentido, sin sucumbir a la tentación casticista. Que las tapas se sirvan en los bares no significa necesariamente que para declararlas bien protegible haya que dirigirse al tribunal calificador como quien grita a la cocina: marchando una de bravas.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.