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Reconozco que desconocía el nombre y la música de C. Tangana, el cantante sustituido del cartel de la Aste Nagusia de Bilbao por sus letras «machistas». «¿Y tú qué opinas?», me decía un compañero. «No sé, primero habré de enterarme de quién es el tipo ... en cuestión», contesté. «Ya sabes que soy de otra generación y quisiera opinar desde mi criterio y no apuntarme a sopetón al son de la moda».
La libertad en todos sus atributos, y siempre con respeto como fondo y forma, es sagrada. Y en esas estamos. Yo abogo por el arte y la cultura crítica fuera de toda servidumbre. ¿Hasta dónde han de llegar los límites de la libertad de opinión? Recuerdo en los años del franquismo, en mi caso 1974-75, cuando nos obligaban a enviar nuestras letras al censor gobernador de turno y cualquier palabra o cita malsonante era sinónimo de revolucionaria u opositora al régimen. Aún guardo los sellos impresos de «Denegado» en muchas de las canciones que presenté. Fuimos muchos los que vivimos esa situación de falta de libertad. Es decir, o seguías unas normas establecidas o sabías a qué atenerte.
Ya entrados en democracia, entonces estudiantes de Sociología, dirigidos por el buen profesor Ruiz de Olagüenaga, desarrollamos un trabajo sobre los valores troncales de la sociedad vasca partiendo de la opinión de gente que más bien estaba lejos de vivir, del vivir y del consumo diario de la civilización. Acudimos a algún pastor y baserritarras para recoger sus opiniones. «El hogar, el trabajo, la familia» son lugares y valores a preservar. «¿Y la libertad?», pregunté a un baserritarra. «La libertad... Mendibil, uuuuyy, mala cosa es si no hay respeto». Sin respeto no hay libertad. «Si yo te respeto a ti y tú me respetas a mí, eso es libertad, lo demás sobra». Aquellas sabias palabras de alguien que había vivido las vicisitudes de la guerra y las adversidades de la posguerra las guardo como lema en mi memoria. Puede que hoy suenen huecas o pasadas de moda. Y esa es la cuestión, que hoy esos valores troncales y otros muchos han hecho crack. Todo en aras de seguir y preservar la moda, sea respetuosa o no con los valores éticos.
¿Ética? Venga ya... ¿Qué es eso? Suena a carcamal, pensará alguno. «No estás a la moda». Pero cuando la moda es agrandar el morbo y atrofiar el pensamiento por el puro sabor del espectáculo por el espectáculo, ¿quién tiene culpa si todo ello se aúpa desde los medios y las instituciones? Cuando un programador cultural se guía exclusivamente por el criterio de la moda y el cómputo de la audiencia, cuando la cultura es solo espectáculo y no pende de otro valor, estamos ante la «patología de la modernidad o globalización de la superficialidad».
Vivimos el predominio de la cultura hedonista y los programadores, ante esto, se rigen por lo que se lleva, y repito: ¿quién es culpable de desatender conceptos culturales que aporten otras cosas además y fuera del cotidiano y apestoso morbo a veces rayando en la ridiculez, obscenidad y en la pura bazofia?
La labor artística siempre conlleva una mirada crítica de las exigencias de la sociedad y aboga por sus derechos. La subversión en el arte se ha de tomar como natural. Reivindico por ello la libertad de expresión en toda su extensión; pero, como decía el viejo baserritarra, con respeto, porque cuando se potencia lo que genera morbo y afecta o hiere a la dignidad de las personas, en ese «todo vale», todo se tambalea.
Vetar siempre tiene opiniones contrapuestas y consecuencias que afectan al devenir de la libertad de pensamiento; en este caso, la controversia está servida. Y es obvio que el arte y la cultura en su máxima extensión y en su expresión no deben exigir ningún salvoconducto. Pero la cultura, aun en su concepción festiva, necesitará de otros valores y asideros que el puro hedonismo y puro morbo porque, si no, estaremos expuestos a estos menesteres. Puede que lo que vivimos no sea más que la crisis de la modernidad donde nada está siendo suficientemente sólido, eso que Zigmunt Bauman llamaba al momento actual: «la sociedad líquida». Acabo con un mensaje de este gran sociólogo: «Todos sufrimos ahora más que en cualquier otro momento la falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente» .
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