Es un error que la ministra Alegría trabaje en la mejora de la profesión docente sin consultarnos a los expertos alternativos. Tengo muy avanzado un informe en el que detallo lo que debe hacerse con esos profesores que se presentan a concursos hímnicos ('El mejor ... profesor de…') y practican con sus alumnos la exhibición cursi y la retórica sentimental. No, no lo soluciono todo con fusilamientos. También hay trabajos forzados. Dispongo de más ideas para mejorar la Educación. Por ejemplo, que los niños aprendan a combatir golpeando pedagogos en el patio. Filosofía, asignatura obligatoria desde Infantil. ¿Cómo hacer que el alumno ame la Biología? Vivisecciones, claro, constantemente. Y nada de empezar con los debates y la exposición oral antes de que el menor domine el don superior: el laconismo.

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A la espera de que Pilar Alegría me cite en el ministerio, debo decir que esta idea suya de endurecer el acceso al Grado de Magisterio y al Máster del Profesorado tampoco suena mal. No por fastidiar a los aspirantes, sino por lógica: mejorar la calidad del profesorado es mejorar la educación. Lo siguiente, claro, es mejorarle al profesorado el sueldo, el prestigio y las condiciones laborales, mientras se dota a los centros de recursos y estabilidad. También hay que trazar planes educativos efectivos y duraderos. Y abandonar la farfolla interdisciplinar y posmoderna. Y garantizar que los chicos tengan como lengua vehicular su lengua materna. Tras la propuesta de la ministra, los sindicatos creen que el Gobierno se preocupa más por mejorar el acceso a la profesión que por mejorar la profesión. Confiando en el razonamiento inductivo, el objetivo debería ser que esa profesión estuviese entre las más prestigiosas de una sociedad en sus cabales. Que, al decir a qué se dedican, los profesores recibiesen reconocimiento en lugar de conmiseración y preguntas sobre si sus alumnos les pegan o les disparan.

Por ir adelantando el trabajo, una vez que tengamos a los profesores más preparados, a los de las vocaciones más férreas, sería buena idea confiar en ellos. Y dejar que hagan su trabajo, que consiste en transmitirle al alumno los conocimientos, el estímulo, el ejemplo y la autonomía. No en sepultarlo bajo toneladas de doctrina.

PARÍS

Indiferentes

Steve Pinker incluye la empatía, la preocupación compasiva por los otros, como uno de los factores decisivos para que este sea el periodo más pacífico en la historia de la humanidad. Es la clase de idea que la realidad parece empeñarse en negar a ratos, de un modo sin duda miope, pero aun así efectivo. La empatía, en fin. Ayer se supo que el fotógrafo René Robert, de 84 años, salió a dar un paseo después de cenar y se desvaneció en una calle al parecer céntrica de París. Estuvo tirado nueve horas hasta que un vagabundo lo vio y llamó a una ambulancia. Robert murió de hipotermia en el hospital. «Asesinado por la indiferencia», ha sentenciado uno de sus amigos, que asegura que la calle estaba concurrida. El episodio es trágico y favorece el simbolismo. No debería olvidarse que no socorrer a alguien que está desamparado y en peligro no mediando riesgo para uno mismo o para un tercero es más que una inmoralidad. Es un delito.

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COVID

Ciencia infusa

Entre las medidas contra el covid a la que los expertos, los epidemiólogos, los técnicos, o sea, la Ciencia, no les ven ahora mismo mucho sentido destaca la de la obligatoriedad de utilizar mascarilla en exteriores. Comienza a seguirle de cerca la de la exigencia del pasaporte covid cuando los niveles de vacunación son entre nosotros altísimos y la transmisión de la variante ómicron ha sido incluso mayor. A la espera de lo que se decida hoy en el LABI, en el País Vasco ambas medidas están vigentes. Y no parece necesario explicar por qué exactamente.

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