Las imágenes captadas ayer en el Congreso de los Diputados tras la designación de Pedro Sánchez, candidato socialista, como nuevo presidente del Gobierno nos ofreció momentos dignos de ser analizados. Aun así, lo acaecido durante estas dos jornadas en las que se ha dilucidado la ... moción de censura presentada contra el hasta ahora presidente Mariano Rajoy se podría resumir en dos palabras: sonrisas y lágrimas. Y es que no sólo los diputados de ambas formaciones, la ganadora y la perdedora, sonreían o lloraban, evidentemente al albor del resultado de la mencionada moción, sino que todo un país, en la calle, en los bares, en las estaciones de metro, en la panadería y, cómo no, en las redes sociales reía o lloraba a golpe de conversación o de Whatsapp. A un investigador social, al contrario que a un politólogo, le interesa más observar la reacción de la ciudadanía o tomar el pulso de la calle que los intrincados vericuetos políticos, legales o administrativos que la moción de censura ha recorrido hasta materializarse en la mañana del viernes en un nuevo presidente del Gobierno de España. Y lo que observo, veo y escucho, en las calles de mi ciudad reproduce a pies juntillas, el título de la famosa película de Robert Wise: sonrisas y lágrimas. Pero ¿qué razones se argumentan para la carcajada y para el llanto?
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Quienes ríen, carcajean o sonríen (dependiendo del grado de empatía con el nuevo presidente) lo hacen esgrimiendo, fundamentalmente, cuatro argumentos. Uno, que el PP es un partido corrupto. Dos: que su inmovilismo ha sido grande y estéril. Tres: que su política económica ha estado vendida al neoliberalismo y ha carecido de sensibilidad social. Y cuatro: que la configuración territorial, fundamentalmente la gestión de la crisis en Cataluña (pero sin rehuir la cuestión vasca), exige otro talante y reconocer su realidad nacional.
Por otro lado, quienes lagrimean, sollozan o lloran desconsoladamente (igualmente, dependiendo de su grado de cercanía con el presidente saliente) esgrimen sus razones. Primera: que el partido de Rajoy no es corrupto, sino que lo son miembros concretos del mismo, igual que en todas las formaciones. Segunda: que el supuesto inmovilismo del expresidente ha sido calculado y siempre ha evitado males mayores. Tercera: que la política llevada a cabo por Cristóbal Montoro, y a las cifras se remiten, no puede ser catalogada como antisocial sencillamente por el porcentaje de gasto presupuestario dedicado a este apartado. Y cuarta: que, ante la provocación del independentismo catalán, no se podía claudicar, pues ello arrastraría a España a una auténtica debacle como nación y desataría, además, un problema de impredecibles consecuencias para una, ya débil, Unión Europea.
Ciertamente en la calle se viene exteriorizando hace tiempo una animadversión, un odio casi irrefrenable, contra Mariano Rajoy. Un servidor tiene la impresión de que el expresidente del Gobierno puede ser muchas cosas. Pero no creo que sea el exponente ni más ultramontano ni más radical de un partido conservador, ni en el ámbito español (en el que Ciudadanos le gana terreno), ni en el ámbito europeo. Y tan sólo les pido que repasen, intentando ser objetivos y desprendiéndose de todos los prejuicios que circulan por las redes sociales, el panorama de los partidos de centro-derecha o derecha europeos. Aun así, es evidente que la corrupción le ha causado un gran daño. Las últimas declaraciones de María Dolores de Cospedal menospreciando la sentencia del 'caso Gürtel' y ridiculizando la decisión de los jueces han sido una especie de puntilla, caída sobre un animal político ya debilitado por picas y banderillas. La situación era, y están pendientes varios juicios todavía, casi insostenible.
Así es que, entre sonrisas y lágrimas, el país afronta una nueva singladura con un nuevo capitán: Pedro Sánchez. Un político que, después de un recorrido con más fracasos que éxitos, ha alcanzado algo que tan sólo hace dos días (en los que el PNV aparentaba estar satisfecho con la aprobación de los Presupuestos) parecía imposible. Pero, créanme, los retos que el nuevo presidente del Gobierno tiene por delante no son fáciles. No va a ser muy cómodo gobernar con 84 diputados, pues los apoyos de hoy pueden serle negados mañana. Es lo que tiene haber logrado la presidencia con compañeros de viaje tan dispares, que, como es el caso de los diputados de PDeCAT, a los que les ha faltado tiempo para recordarle que seguirán su camino hacia la independencia. Tampoco es un problema menor la profunda animadversión que genera en sectores importantes del socialismo otro de los socios de investidura, como es el caso de Podemos. Y finalmente está por ver también la fidelidad del PNV, que en un día ha cambiado el sentido de «palabra de vasco» y ha comenzado a amagar con su reforma del Estatuto de Gernika y la participación en la cadena por el derecho a decidir de Gure Esku Dago.
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No, no le espera un futuro fácil a Pedro Sánchez. Y me gustaría muchísimo equivocarme. Aun así, tampoco creo que el cambio en la presidencia vaya a suponer para el país una especie de hecatombe de dimensiones descomunales. No. Tan sólo sonrisas, para unos, y lágrimas, para otros. Sólo el tiempo nos dirá con cuál de las dos manifestaciones emocionales nos quedaremos los ciudadanos y ciudadanas del país dentro de unos años.
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