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Mientras el Gobierno se prepara para eliminar del Código Penal los delitos relativos a las injurias a la Corona, las ofensas religiosas, el ultraje al Ejecutivo, a las instituciones del Estado o a sus símbolos, como el himno, al humorista Dani Mateo le ha caído la del pulpo por sonarse los mocos con la bandera española. Sin embargo, el reproche no ha procedido del ámbito judicial, sino del social. Han sido precisamente empresas que tenían contratada publicidad comercializando su imagen desenfadada las que han cancelado su relación con la cadena de televisión que emitió el sketch de Mateo. Las amenazas personales o a su familia son otra cosa. Forman parte de la jungla de las redes donde se mezcla lo mejor, con los licántropos de internet.

Hasta hace relativamente poco tiempo la indiferencia social y política ante un gesto como el del humorista de 'El Intermedio' era mayúscula. Con excepción de personas vinculadas al estamento militar o los calificados peyorativamente como 'ultras'. Ahora parece que marcas de moda, maquillaje o salud han sufrido un ataque de sensibilidad en defensa de los símbolos constitucionales.

¿Se han hecho ultras? No es probable. Pero sus detectores de la temperatura emocional de la calle les han indicado que está tocando a su fin la indiferencia, incluso bajo el manto del humor, cuando se trata del respeto a los símbolos comunes. Han descubierto que ya no es gratis hacer mofa de determinados elementos simbólicos. Por eso se resisten a ver su imagen asociada a alguien que ha tenido que pedir perdón por una broma. ¡Un humorista pidiendo perdón! ¿Es que la sociedad está perdiendo el sentido del humor? ¿España se puede acabar convirtiendo en el monasterio de 'El nombre de la rosa', donde el monje guardián de la biblioteca prohibía la risa? Lo cierto es que una sociedad que no sabe reírse de sí misma no es muy sana. Sin embargo, hay que preguntarse si una sociedad que no defiende sus símbolos democráticos, constitucionales, culturales o religiosos no está también enferma de déficit de autoestima.

Ahora está de moda quemar la Constitución en un plató de televisión o hacer una barbacoa con la fotografía del Rey. Quizás con el propósito de ofender a los que valoran esas instituciones. Porque en el fondo este cambio en el clima social tan relativista o indiferente hasta hace poco tiempo con los símbolos responde a la polarización atizada por la misma intensidad de otras reclamaciones identitarias locales en detrimento de los símbolos comunes. El humor o la libertad de expresión deben ser valores intangibles en una comunidad libre. Pero los límites empiezan donde comienza la consideración a los demás. Curioso.

Los mayores defensores de la barra libre a la expresión, (Valtonic, Willy Toledo) parecen ahora satisfechos por el castigo judicial a quien en un poema soez «erosionaba» la dignidad de Irene Montero. Los hechos, coincidentes en el tiempo, permiten deducir que, a día de hoy, ofender, hacer bromas, injuriar a los símbolos constitucionales patrimonio de todos y de todas no merece la mínima atención ni reproche judicial. Pero las expresiones de mal gusto, machistas, soeces, que atentan contra la política de género, son considerados no libertad de expresión, sino delitos de intensa gravedad.

Una multa de 50.000 euros al autor del poema 'De monjas a diputadas' y 20.000 a los seis miembros del consejo de redacción de la revista que lo publicó por no supervisar el contenido del poema parece fuera de toda proporcionalidad. A no ser que la escala de valores del Juzgado de Instrucción número 38 de Madrid y su titular, Jaime Morralles, se haya tomado como una cuestión personal la erosión a la dignidad de la pareja de Pablo Iglesias, vicepresidente de facto del Gobierno 'sanchista'.

En la familia de los Alcaraz, víctimas del terrorismo, recuerdan ahora que el hermano del exministro de Justicia Juan Fernando López Aguilar, humorista, fue absuelto después de escribir que a José Alcaraz, hermano y tío de asesinados por ETA, «le tocó la lotería con el atentado». Esta desproporción y asimetría sobre qué es injuria, qué es humor, qué es libertad de expresión, qué es erosión de la fama, responde a un código de valores coyunturales en el poder político y en el judicial que no tienen por qué coincidir con la temperatura emocional de la sociedad.

Los esfuerzos pedagógicos y legales para luchar contra la discriminación de género y por la equidad están dentro del ineludible combate para desterrar la desigualdad, la discriminación sexual, el maltrato doméstico o la brecha salarial de la mujer respecto del hombre. Pero su defensa ni puede llevarse a anatematizar un chiste sobre mujeres, sexo, banderas ni a infravalorar otros elementos tan respetables que movilizan emociones y símbolos de muchos.

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