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Es difícil establecer con claridad cómo de bien o de mal ha ido una conferencia política cuyo objetivo sea establecer, reforzar o blindar un proceso de paz en marcha. Lo sucedido en la que acaba de celebrarse en Sochi (Rusia, en el mar Negro) es ... un ejemplo: la ausencia del ala dura de la resistencia siria al régimen de Bashar al-Assad traduce un fracaso, la presencia de facciones pragmáticas más disponibles es positiva y alivia la gestión del anfitrión ruso y es un éxito la presencia activa del mediador de la ONU en el conflicto, Staffan de Mistura.
En realidad, la guerra de Siria ha concluido de hecho tras seis largos años de calvario, pero no la guerra civil política que la cubre y menos aún, la devastación del país, una ruina que ha costado la vida a 375.000 personas. Sí, el lector ha leído bien la cifra, de las más bajas que se manejan, porque hay medios que redondean y llegan sin más al «medio millón». Moscú, el salvador literal del régimen sirio -y con él de la crucial presencia militar rusa en el país- intenta hacer el prodigio de ser juez y parte: organiza y financia la conferencia siendo como es el valedor y salvador del denostado régimen sirio, viejo aliado regional suyo.
En este marco es comprensible que la oposición política y/o armada rehúse darse por vencida e impida que Moscú culmine con un éxito diplomático completo su rotunda intervención sobre el terreno. A día de hoy a la parte rusa solo le queda acomodarse con Turquía, la otra potencia regional que acaba de involucrarse en la contienda enviando tropas y equipo a un área siria de población kurda que ve como hostil y cercana al irredentismo kurdo tan implantado en suelo turco. En estas circunstancias, con Moscú cerrando un ojo y la mitad del otro a la intervención turca y optando formalmente al menos por una solución política negociada, lo sucedido en Sochi ha ido ni bien ni mal, pero puede presumir de algo relevante: el aval de Naciones Unidas, pues su secretario general aceptó enviar a Sochi a su delegado para el conflicto, el muy acreditado y hábil Staffan de Mistura.
Formalmente la argumentación es fácil: cuanto se haga deberá remitirse a la resolución 2254 del Consejo de Seguridad de la ONU, que crea el marco lógico y bien encuadrado del trágico conflicto... pero fue aprobada en diciembre de 2015, es decir, bajo la Administración Obama en Washington. Técnicamente, el Gobierno Trump no ha intentado reemplazarla por otra y, para decirlo todo, ha observado un tono discreto frente a una crisis que prefiere ver administrada por sus socios regionales de más confianza. En este contexto se minimiza la importancia de lo sucedido en Sochi y se recuerda que el marco de un desenlace político pactado puede proveerlo la ONU... no Moscú, juez y parte, y por eso De Mistura estuvo en Sochi. Sea como fuere, el problema central es que la posibilidad de tal solución negociada no está cerca y el tono norteamericano con Damasco es muy otro. Se probó con la curiosa declaración del 12 de enero, es decir con Sochi ya en la agenda, a cargo de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Arabia Saudí y Jordania, que recordaron que solo Naciones Unidas podrá avalar una solución negociada. O sea, que Sochi sería una iniciativa colateral sin peso ejecutivo alguno.
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