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Pedro Sánchez volverá a ser investido hoy a mediodía como presidente del Gobierno. Lo hará entre ensoñaciones de un nuevo 'tamayazo' y a pesar de las indecentes presiones de determinados círculos de la derecha para que algunos diputados/as cambien en el último segundo el ... sentido de su voto.
El líder socialista verá cumplido así el sueño de seguir en La Moncloa. Aunque lo logra en unas condiciones de precariedad incluso superiores a lo que cabía esperar cuando se conocieron los resultados de las elecciones de noviembre.
Sánchez va a arrancar su segundo mandato doblemente lastrado. Por la oposición inmisericorde de una derecha sobreactuada, como la que ya tuvieron que soportar en su día Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. Pero también por la forma en que va a lograr los 167 apoyos que le van a dar la investidura.
Que Pablo Casado haya resucitado el doberman de Aznar y Álvarez Cascos, presionado por la ultraderecha, era algo previsible. Que ello anticipe una guerra total al Gobierno PSOE-Unidas Podemos en el Parlamento, en los tribunales y en la calle, también. Como que desde ya debamos tener claro que no va a haber un solo acuerdo de Estado de carácter transversal.
Pero lo que no resultaba tan previsible es que Sánchez revalidara mandato ofreciendo semejante imagen de debilidad. No por ese acuerdo con ERC lleno se sobreentendidos y medias palabras. Sino porque el líder del PSOE no supo estar a la altura en la segunda jornada del debate de investidura.
Las derechas y gran parte de la opinión publicada madrileña lo ignoran deliberadamente, pero la democracia prometió a ETA y a su brazo político que podrían defender sus ideas con libertad si los terroristas deponían las armas. Finalmente lo hicieron. No fruto de una reflexión autocrítica, sino derrotados por la democracia, que no hizo a ETA ni una sola concesión.
Convivir ahora en el Congreso, y en otras instituciones, con quienes jalearon a los terroristas y con otros independentistas que se han unido a EH Bildu es un éxito de la democracia. Ese segmento político tiene, pues, derecho a defender sus postulados y a decantar mayorías. A lo que no están obligados los demócratas es a callar ante determinadas indecencias dialécticas y ante su ominoso silencio sobre la repugnante trayectoria criminal de ETA.
Es lógico que Sánchez no quisiera arriesgar las cinco abstenciones de la izquierda abertzale, imprescindibles para que hoy sea reelegido. Pero no puede mirar a otro lado ante determinadas palabras.
Sánchez arrancará hoy, previsiblemente, un nuevo mandato. El primer objetivo del Gobierno progresista será sobrevivir. No es descartable que consiga ir más allá pese a las derechas. A veces una oposición sobreactuada puede ser el mejor pegamento para unir a los diferentes.
Pero semejante entendimiento no debe producirse a cualquier precio. No si obliga al presidente a callar ante quienes quieren acabar con el Estado o a evitar respaldar al Rey cuando cumple con su deber constitucional.
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