No hay vida sin representación. Cuando nos preguntan qué tal estamos por lo general solemos decir que estamos muy bien porque siempre se ha dicho que de este modo «quienes te quieren se alegran y no das placer a quienes no te quieren».
En la política pasa lo mismo, pero a lo grande. Una parte importantísima de ella consiste en la representación. Quienes hablan desde la tribuna no lo hacen a título individual, sino que tratan de hacerlo en nombre de una porción de la sociedad. De algún modo, tienen la obligación de interpretar las ideas en virtud de las que han resultado elegidas en un proceso electoral. En el curso de esa representación entra en juego la comunicación. En este estricto sentido, quienes mejor comunican suelen ser los mejores representantes.
Pero la política no es representación. Tampoco es comunicación. Y por eso nos desconcierta comprobar que quienes parecen tomar las decisiones son los asesores o los estrategas de comunicación, y no los políticos. La representación y la comunicación son herramientas que, como muchas otras, se pueden poner al servicio de la política, de una idea, de un programa. Pero son solo eso, herramientas.
Por muy bien que una persona actúe, generalmente se suele percibir si detrás de esa actuación hay una historia de verdad. Por muy bueno que sea un político comunicando, se suele percibir si lo que dice obedece a unas ideas y una forma de pensar o si se trata de pura representación. De ahí que valoremos a las personas auténticas. Porque lo primero, lo más importante, es el qué, es la idea. El cómo, la forma de transmitirlo, también tiene su importancia, pero secundaria.
Los partidos políticos son organizaciones que representan a una parte de la población. El hecho de que existan diferentes opciones en sana competición es una de las esencias de la democracia, facilita la expresión del pluralismo político. Pero el acuerdo entre las diferentes expresiones (o fracciones) de la sociedad es tan importante como el propio pluralismo. Porque ¿de qué sirve esta expresión plural si, a la postre, todos los partidos aspiran a gobernar y/o decidir en solitario? Más aún, si se trata de competir una y otra vez, ¿hasta que un único partido obtenga todo el poder qué sentido tiene la democracia? ¿Qué relevancia dan nuestros representantes a la voluntad plural que ha venido expresando la sociedad española en el último lustro, elección tras elección?
Los gobiernos deben regirse por un programa, por unas ideas determinadas, eso está claro. Pero han de conformarse pensando en el conjunto de la población y deben procurar que nadie se sienta excluido por sus acciones respetando a las minorías. Porque la principal tarea del buen gobernante es mantener la cohesión social de la ciudadanía que tiene a su cargo. Y para ello la cooperación es esencial. Precisamente eso es la política.
El movimiento 15-M y las nuevas formaciones políticas emergieron para cambiar la forma de hacer política en España. Por desgracia, uno de los cambios más importantes que se ha producido es una agudización de la capacidad competidora de los partidos, de los viejos y de los nuevos. En esa competición, la representación y la comunicación tienen un papel principal. Pero el problema llega cuando la política parece convertirse sólo en eso, en un mero escenario abarrotado de actores con el empeño individual de ser los más vitoreados al terminar la función.
La competición electoral es necesaria, como ya se ha dicho. Pero la política no debería ser una competición electoral permanente. Una vez que la sociedad se ha pronunciado, ha de entrar en juego la cooperación, el acuerdo. En la competición manda la comunicación. En la cooperación manda la política. Y si no hay capacidad de cooperar es que no hay capacidad política. Cuando no hay capacidad de acuerdo es que la comunicación ha sustituido a la política.
Vamos a tener que afrontar retos de primera magnitud. En el orden socio-económico, por ejemplo, no sabemos qué implicaciones tendrán el Brexit o la nueva política comercial estadounidense; el FMI ha dado a conocer que en un año y medio habrá una recesión global, con especial incidencia en Europa; a día de hoy, el 40% de las 'pymes' españolas dicen que vivimos una situación de estancamiento, según un informe dado a conocer por la consultora Tactio; y los datos de Cáritas indican que uno de cada cuatro ciudadanos se encuentra en situación social de riesgo en nuestro país. Y en el orden político-institucional, por ejemplo, hay un cierto consenso -al menos, sobre el papel- en torno a la necesidad abordar una reforma constitucional para actualizar del modelo territorial del Estado para revisar el sistema el de representación y retocar algunos otros aspectos.
Pues bien, no hay Gobierno capaz de abordar en solitario los retos descritos. Al margen de las obligaciones normativas, estos retos requieren de amplios acuerdos de país que, por tanto, superen las siglas de un partido, por mucho que este (sea el que sea) disponga de mayoría absoluta.
Si hay cooperación y acuerdos de calado, si hay política, podremos recuperar cierta fuerza colectiva para encarar el complejo escenario que se nos avecina. Si solo hay competición, tenemos la garantía de que lo pasaremos mal. Otra vez.
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